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domingo,
11 de
febrero de
2007 |
[Nota de tapa] Vale todo
Cuando la vida es un carnaval
La fiesta del Rey Momo toma diversas formas. En Victoria, las murgas, comparsas y disfraces invaden toda la ciudad
Por Fabiana Monti y Lizi Domínguez / La Capital
Cada noche de enero y febrero, la ciudad se enciende con ese espíritu de carnaval que pocos pueden traducir en palabras. Sólo logran explicar que “se siente en el alma y en el cuerpo” y que se espera todo el año. Se trata de “la fiesta”, donde chicos y grandes, ricos y pobres se unen a festejar una alegría que trasciende el corsódromo y que ni la lluvia puede parar.
No hay miedo al ridículo, sí muchas ganas de divertirse, y es por eso que el humor y lo grotesco, y hasta el absurdo, priman sobre las cosas. Todo combinado con el show de las carrozas y los trajes cubiertos con plumas y brillos que, para algunos hace peligrar la identidad de este festejo. Así, en Victoria (Entre Ríos), “la capital provincial del carnaval”, se celebra este ritual ancestral que en cada región del país tiene una identidad propia (ver aparte).
Adelantados Sábado: día de corso. La ciudad se llena de visitantes y ya a la tarde se pueden percibir algunos adelantados probándose el disfraz o bien escuchar a las batucadas ensayando por las playas.
Una tormenta amenaza el festejo en el corsódromo. Un grupo de kayakistas rosarinos, que participó del tradicional raid Rosario-Victoria, no se resigna. Es que la travesía termina todos los años en el carnaval. Cuando cesa la lluvia, salen con sus disfraces a caminar por la noche y se cruzan con otros “no resignados” a perder la fiesta: la comparsa Batuque. La estación de trenes es el escenario, entonces, de esa fiesta que la lluvia no pudo parar. Los vecinos curiosos comienzan a acercarse a la ebullición de los tambores y de las pasistas que se mezclan con el pintor, la gitana y un sinnúmero de personajes salidos del grotesco. Todos bailan con todos, y la alegría es el común denominador. Después llegarán las parodias, la elección de las reinas y la música que no dejaba de sonar.
Sheila Entre los personajes de la comparsa está Sheila que, con sus inocentes seis años, inunda de gracia la fiesta. Cuenta que es su primer carnaval y “que le gusta mucho” porque por sobre todas las cosas quiere bailar y ponerse la pollera de lentejuelas que le hizo la mamá.
Su papá, orgulloso, la acompaña y festeja cada movimiento de esta “joven pasista” que con su corta edad ya comenzó a palpar los festejos carnavaleros.
Los Arredondo Los tambores hacen mover hasta a los más tranquilos y al que no se anima Santiago Arredondo los invita a sumarse sin más vueltas. Se coloca el estandarte que representa la película “Titanic” y baila desenfrenadamente. Santiago hace 29 años que participa del Carnaval de Victoria. Allí nació, pero ahora vive en Buenos Aires. Nada le impide que en esta época del año se instale “a vivir la fiesta”. “No me lo puedo perder por nada del mundo”, asegura y agrega: “Es una pasión muy grande que te obliga a participar”.
Los Arredondo son nueve hermanos. Pero además se suman los padres, cuando llega la fecha clave. Uno es chofer y animador de una carroza, mientras que la madre se encarga de la logística familiar.
César y Lorena, otros de los hermanos Arredondo, eligieron las carrozas para participar y se han convertidos en los “carroceros” oficiales. Para que no queden dudas de su enganche con el festejo demolieron el tapial de su casa para que puedan entrar las creaciones. “Es algo en lo que estamos todo el año, porque termina un carnaval y ya se está pensando en el tema para el próximo”, cuenta Lorena. “Vamos caminando y vemos una tela o una perla y pensamos. «Podría ser para la carroza»”, ejemplifica.
Para César esta pasión se inicia, como para tantos otros, en su infancia, cuando sus padres lo llevaban a la plaza. “Es como una religión”, sintetiza. “Todo se transforma. Escuchás un tambor y suceden cosas mágicas”, confiesa.
Su padre también es un antiguo participante de esta “fiesta del pueblo”, como se la considera en Victoria. Además de ayudar con las soldaduras y los montajes, es el conductor y animador de la carroza donde el objetivo siempre es “divertir a la gente”
El jefe de la familia muestra cierta preocupación; es que siente que de alguna manera los festejos en Victoria está mutando hacia el espectáculo. Aún recuerda cuando eran gratis para todo el mundo y se hacían en la plaza. “El carnaval es alegría, la fiesta del pueblo. Se espera todo el año para eso”, advierte.
La organización Noé Espíndola siempre participó en clubes y vecinales, pero ahora le toca la ardua tarea de organizar el carnaval. Dice que lo hace con pasión porque de algún modo todos en Victoria están relacionados con esta fiesta que por estos tiempos que corren también tiene sus espónsores.
“Al carnaval lo hacen las distintas expresiones —dice—, como la comparsa, las murgas o el espacio que se abre a la gente disfrazada denominado «Terror do corso»”,. “Lo nuestro es el carnaval, no es el espectáculo en sí, porque la gente puede participar y es una fiesta para el pueblo, porque las personas pueden vivirlo ya que lo llevan en el alma. Suena el tambor y ya empiezan a moverse”, se entusiasma Noé.
Cuenta que además de todo el movimiento social que se genera alrededor de esta fiesta ancestral, la ciudad obtiene sus ganancias, gracias al turismo. Los que llegan a Victoria para el carnaval pueden ser espectadores, pero también protagonistas. Esa es una diferencia clave con otros festejos del tipo. De hecho, de día puede verse a los “foráneos” en los bares y la playa, y a la noche el disfraz los acerca al corsódromo.
Otro fenómeno que se produce es el regreso a la ciudad de los jóvenes que suelen irse a trabajar o a estudiar afuera. Entonces, la fiesta es también un reencuentro con los amigos y la familia. “Todos vuelven porque no se lo quieren perder”, acota el encargado de la organización.
También destaca que es una fiesta donde prima el humor y es muy familiar. “Es un carnaval de puertas abiertas. Todas la familias lo viven y tratan de contagiarlo, pero se da mucha participación al que viene de afuera”, aclara.
El músico La batucada tiene un lugar primordial en la fiesta. Su ritmo inunda la noche y es ese sonido el que invita a mover el cuerpo, a participar. Maximiliano es uno de los tantos que va marcando el pulso a la noche. Tiene 26 años y dice que nació con el “carnaval incorporado”. “Cuando era chico salía en una murga y, como no existía el parche y el bombo, usábamos tarros de dulce batata Ahora toco con una base (tambor) de 28 pulgadas que forma parte de la comparsa ”, comenta orgulloso.
Detalla que aprendió todo de “oído” y por supuesto que lo que más le gusta es la música, el ritmo, lo que le da movimiento a la noche.
“El carnaval es algo muy lindo. Tantos problemas que uno tiene a veces..., pero uno escucha el ritmo de la batucada y te mueve por dentro. El carnaval te cambia de la noche a la mañana”, advierte.
Y en ese tono, relata que en tiempos de carnaval no existen las diferencias sociales. Todo el mundo participa, “del más chico al más grande”. Y cuando lo dice, comienza a batir el tambor mientras se aleja invitando a la gente a sumarse.
La comparsa En medio de tanto brillo, hay un toque de formalidad. Se trata del director de la comparsa, Cristián, que cuenta que el carnaval también es algo que empezó a vivir desde muy chico. Con sus 28 años, hoy dirige Batuque, la única comparsa que tiene el corso victorense. Para que no queden dudas del esfuerzo pero también del encanto, señala que el espectáculo que brinda es el resultado de todo un año de trabajo y de un equipo de gente.
“Se estudia una idea —apunta Cristián—, se hace un proyecto detrás de una temática. Hay cuatro pilares básicos, el coordinador de vestuario, el de carroza, el de batucada y el general. Sin esos pilares el resultado no es bueno”,
En la comparsa participan más de 100 personas, envueltas en un despliegue donde abundan las plumas y las lentejuelas. Después, el ritmo y el colorido junto a las ganas de sus integrantes hacen el resto.
Cristián reconoce que con la apertura del puente lo que se busca más es el espectáculo, y que en ese sentido tienen mucho para crecer. Describe que el carnaval es una tradición que se hereda y que durante los días que dura “pasa de todo”.
PAso a paso El día después también tiene sus bemoles. El cuerpo cruje pero la sonrisa se extiende a pesar del cansancio. Y es el momento para charlar con la pasista. “Yo empecé a salir a bailar con mi compañero durante el año 69, en el movimiento juvenil Mojuví. Lo tomé como una diversión, con otros chicos, y desde entonces no dejé de participar”, cuenta entusiasmada “La Negra”, como la conocen en Victoria. Cristina es un emblema de la fiesta y lidera la comparsa.
Al momento de comparar, está convencida de que el de Victoria es el carnaval más divertido del país. La razón: “Es muy participativo y eso se ve en la gente, es como un efecto rebote”., dice como una verdadera especialista.
Durante la época que dura el carnaval, la ciudad se transforma, gira en torno a la fiesta. Se hacen concursos de vidrieras, que luego el Centro Comercial gratifica. “Nosotros tenemos 9 días, no cuatro días locos como dice el tango” se ufana, y recuerda que durante un desfile recorrió descalza todo el corsódromo porque se le había roto su sandalia. “El espectáculo tenía que continuar”, sonríe. Y agrega que apenas termina el corso, se ducha para sacarse la brillantina y vuelve a la plaza para seguir bailando.
Volver a empezar Mientras la noche se esconde entre las colinas de Victoria, el descanso se adueña de los cuerpos de cada uno de los protagonistas del carnaval. El parche de los tambores se afloja. Los trajes de brillos y colores, al igual que las caretas y disfraces, son guardados con especial empeño. Las carrozas quedan bajo resguardo. Llega la luz del día, y se impone una pausa.
Eso, sólo una pausa para volver a empezar. Basta que suene un tambor, alguien lo escuche y su cuerpo responda. Y así como se fue, volverá otra vez:. Y hasta hay quien dice que al río se lo ha visto bailar.
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Nadie quiere perderse la fiesta cuando arranca el carnaval.
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