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lunes,
11 de
septiembre de
2006 |
De cuna leprosa
Al menos
convertimos
dos al hilo
Marcelo Mogetta
La situación ya había comenzado a preocupar. Nadie se animaba a decirlo a viva voz en la cancha, pero el comentario se leía en cada cruce de miradas. Las charlas en la semana habían quedado atrás. Pedíamos a los cuatro vientos en esta columna la semana pasada poder gritar un gol. Algún memorioso ironizó al respecto: "La última vez que hicimos un gol lo gritamos en latín". Rogábamos para que la pelota entrara y adivinar de qué color y traspusiera la línea de sentencia. Suplicábamos por ese instante incomparable, único en el mundo, que produce ese alarido atronador que distingue al hincha de Newell's de cualquier otro. Ese momento que hace que uno se abrace por única vez en la vida con el primero que tiene al lado. Quizás nunca más vuelvas a cruzarte con ese tipo, quizás te insultes con él en la calle si te encierra con el auto.
Prometimos ofrendar nuestras vidas por un gol, aunque dudo que haya habido suicidios en masa después de los dos goles ante Arsenal o tras el pitazo de Furchi. Juro que no vi a nadie tirarse desde la bandeja del hipódromo. Así y todo los gloriosos muchachos de Ñubel se hicieron eco de nuestro pedido, cumplieron, gritamos dos veces, aunque la fiesta no haya sido completa. Para eso faltó haber mantenido invicta nuestra valla, pero Arsenal no tuvo la pólvora mojada y nos embocó dos veces. No importa. Vamos por la buena senda, gritamos dos al hilo, nos quedan trece finales y matemáticamente tenemos posibilidades. Bah, eso creo.
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