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 domingo, 28 de mayo de 2006  
En Foco: La gestión Kirchner

Un cambio de ministro de Economía -con lo que eso representa para la Argentina- sin traumas y cosechando lo actuado en lugar de hacer borrón y cuenta nueva es quizás uno de los logros políticos más importantes del gobierno de Néstor Kirchner. Mucho más, si se tiene en cuenta que el que comandaba por entonces las finanzas de la Argentina, Roberto Lavagna, se había convertido en una pieza clave y con peso propio dentro del gabinete.

Justamente esa señal, la que dio al trocar al Lavagna en su mejor momento por Felisa Miceli y meterse con todo el cuerpo en el rumbo de la economía, es quizás la muestra más clara de que para el presidente patagónico todo se resuelve con política, incluso las decisiones económicas.

No es un dato menor. En una Argentina donde los gurúes conducían -recetas y consejos mediante- el rumbo de los números que después debían sobrellevar en carne propia los argentinos, la decisión de tomar las riendas sorprendió a más de uno.

"Hay que hacer política económica", se escuchó decir en muchas oportunidades al primer mandatario y ese argumento sonó con más fuerza en momentos clave como la decisión de cancelar la deuda con el Fondo Monetario Internacional o el levantamiento del default.

Sin embargo, ese afán de autonomía está muy lejos de ser una verdad absoluta en un país que aún sigue negociando con los grupos concentrados de la economía, especialmente vinculados a la producción industrial ahora rebautizados como la nueva burguesía. Y pese a la confrontación con el sector agropecuario, en quien encontró al enemigo perfecto en el juego de la confrontación que tan buenos logros políticos permite cosechar.

Con una performance ordenada de las cuentas públicas, superávit para regodearse y un crecimiento de la economía que sigue firme, la gestión se lleva las palmas y esto le da resto para que Kirchner y sus ministros salgan a minimizar los índices de inflación en cuanta medición se difunda.

Es cierto, los números de la macroeconomía son los mejores que se podría esperar de un país que hace apenas cinco años atravesó la peor crisis de su historia. Sin embargo, la micro aún reclama cuentas pendientes.

Por un lado, equilibrar la balanza entre el manejo de la política económica y un personalismo anticonsenso y por otro, empezar a pensar en la distribución del ingreso que demanda no sólo dejar de ponerle techos a los reclamos salariales para no disparar la inflación sino empezar a clavar el cuchillo hasta el hueso en la concentración de la oferta que es formadora de precios.
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