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 sábado, 03 de septiembre de 2005  
Vida académica y pensamiento filosófico
Francisco Naishtat: "La universidad debe replantearse cambios a la Reforma del 18"
El educador Naishtat opina sobre la relación entre filosofía y educación superior

Matías Loja

La realidad universitaria argentina ha sido, a lo largo de las últimas décadas, abordada desde una multiplicidad de enfoques, que van desde la economía hasta la sociología y la política.

Pero también existen indagaciones de tipo filosóficas acerca del sentido y tipo de institución que merecen ser planteadas, ya que como afirma el especialista Francisco Naishtat, "los filósofos se han desinteresado de la cuestión universitaria, y han relegado el campo de los estudios de la educación superior a las ciencias sociales y humanas".

Profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y director de proyectos de investigación referidos al tema, Naishtat estuvo recientemente en Rosario disertando sobre la relación entre universidad y filosofía en el marco de la especialización y maestría en política y gestión de la educación superior, que se dicta en el Centro de Estudios Interdisciplinarios (CEI) de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).

-¿Cuáles son las preguntas que se pueden hacer, desde la filosofía, para abordar el tema universitario?

-Hay una vieja tradición que se remonta al siglo XVIII, donde los filósofos investigaron con bastante profundidad y discutieron mucho el tema de la universidad, lo que dio lugar a publicaciones bastante conocidas sobre la idea de universidad en Alemania, donde intervienen Schleiermacher, Schelling, Fichte, Hegel y Kant. De hecho, Kant consagró al tema un libro entero llamado "El conflicto de las facultades". Había entonces una preocupación, porque se trataba de refundar la universidad, que venía de una crisis profunda, dada precisamente por la desvinculación entre la ilustración racional de la época y las universidades existentes como instituciones de la Iglesia, que si bien tenían una cierta autonomía institucional, no poseían autonomía intelectual, porque ideológicamente dependían de la Iglesia y de la teología. Entonces, el gran desafío para la ilustración del XVIII fue refundar la universidad moderna sobre una base racional que contemple una autonomía académica. Y las preguntas filosóficas que se hacían era sobre qué forma institucional es la más adecuada para cobijar esa libertad académica, y qué forma de relación debe tener esa universidad, institucionalmente así definida, con el Estado y con la sociedad. La respuesta que supo dar fue que el Estado tiene que dejar a las universidades, como sintetiza Humboldt, "en soledad y en libertad", libre de las presiones de la sociedad burguesa de entonces y del Estado nacional, pero no como santuarios aislados, sino reconectadas con su tiempo a través de la educación general y la cultura, porque las ideas que genera tienen consecuencias centrales para el progreso moral y cultural, a través de la formación de las elites que deben conducir el Estado, y a través de la redefinición del sentido cultural.

-Entonces, ¿cuáles serían hoy las cuestiones a indagar?

-Con respecto al tránsito entre esa universidad y el presente uno puede ver dos aspectos. Por una parte, con respecto a la relación entre la filosofía y la universidad, pareciera en realidad que los filósofos se han desinteresado de la cuestión universitaria, y han relegado el campo de los estudios de la educación superior a las ciencias sociales y humanas, pero no hay un cuerpo crítico de filósofos, salvo casos aislados, pensando el tema universitario. De hecho, no hay dentro de la currícula de estudios filosóficos una materia que sea filosofía de la universidad, cuando sí hay de la educación, en la cual el tema de la enseñanza superior no aparece como una disciplina específica. El otro aspecto es que hay ideales de entonces que han mostrado un contraste con los procesos de modernización. Hay muchos principios clásicos que hoy han perdido validez, o que al menos no podríamos dar por válidos sin más, porque la masificación misma, por ejemplo, plantea problemas de orden muy agudo que viene modificando el cuadro de situación universitaria desde hace varias décadas, sin hablar del crecimiento del posgrado o de la formación permanente.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, la relación entre docencia e investigación, que Humboldt pensaba como articuladas, verifica hoy una situación nueva: las universidades masivas satisfacen en el mejor de los casos dichas funciones separadamente, y propenden a tratar el sistema de investigación como un andarivel que se agrega al sistema de la docencia, y no como dos funciones inseparables en una misma práctica. Podemos discutir si esto debe ser así, pero en todo caso es una realidad que debe discutirse. Sabemos bien que en muchas universidades se hace docencia sin hacer investigación: ¿debemos llamar a estos institutos universidades? Muchos abogan oir un "blanqueo" de esta situación y la conformación de universidades de enseñanza y universidades de investigación. En mi caso, me opongo, dado que eso crearía universidades para pobres y universidades para ricos, como comienza a ocurrir de hecho en el circuito privado. Pero es una discusión que nos e planteaba hace un siglo, ni mucho menos en la época de von Humboldt.


Universidad, Estado y sociedad
-Hace poco, el especialista brasilero Marco Antonio Rodríguez Días advertía que la universidad actual, imbuida en una visión economicista, había dejado de preguntarse por su pertinencia social. ¿Cómo entiende el tema de la pertinencia?

-Ese santuario de una universidad "en soledad y libertad", que produce una ciencia intramuros, desvinculada de cualquier utilidad inmediata, también ha dejado de estar vigente, porque la ciencia se ha vuelto una de las principales fuerzas productivas. Por ende, lo que la universidad produce y piensa ya no se puede escindir del sistema económico y social. Y con respecto a la pertinencia se pueden adoptar dos posiciones: una funcionalista, que considera que las universidades deben responder a las funciones que requiere de ella el entorno económico, social y político, y en ese sentido adaptarse y acomodar sus ideales; o se puede pensar que la universidad debe reinterpretar el núcleo valorativo que se encuentra en el origen de la universidad moderna, que vincula la ciencia y la emancipación, y desde ahí responder a las demandas. Yo abogo por esta segunda posición de una pertinencia crítica, que valora los procesos universitarios como emblemáticos de la civilización ilustrada, y no solamente como parasitarios de la economía.

-¿Cómo ha sido en los últimos años, la relación entre el Estado y la universidad en Argentina?

-Creo que los procesos que se vienen dando en los últimos veinte años hablan de una cierta desconfianza por parte del Estado en relación a la universidad, donde estas son vistas como instituciones inútiles, acartonadas, que no aportan nada, que son una suerte de toneles donde se inyecta el dinero y se pierde, y que no aportan a la modernización económica. Es decir, en los últimos años, particularmente en América Latina, ha predominado una cierta desconfianza hacia las universidades como institución, hacia la tradición latinoamericana reformista como origen de nuestras universidades y hacia los actores que la componen. Entonces, para posicionarse frente a eso me parece que habría que reformular un programa de ilustración universitaria desde la misma universidad. Eso no quiere decir una mera defensa corporativa de lo que había, sino una visión crítica acerca de ella misma, paro romper con la pasividad y el haber relegado en el Estado, y en los tecnócratas del ministerio, la definición de las políticas universitarias, casi inconsultas en la mayor parte de los casos. Creo que hay que volver a una defensa la Ilustración universitaria, pero en el buen sentido, valorando aquellos procesos que hacen de la universidad algo interesante en sí misma.

-A 87 años de la Reforma del •18, ¿qué cosas deberían repensarse de la misma?

-Los reformistas consideraban a la universidad como lugar ejemplar de la democracia. Gabriel del Mazo hablaba de la democracia chica, en donde la democracia grande podría encontrar un emblema. Sabemos desde luego que ha habido erosiones de esos procesos por la presencia de factores de poder, en donde el mismo cogobierno no ha estado exento de un montón de problemas. Desde ese punto de vista, creo que la universidad debe replantearse reformas a la Reforma del •18. La Reforma tiene que transformarse a sí misma, no puede quedar anquilosada en una definición que la hacía apta para una universidad pequeña, no masiva y de elite, y donde las realidades eran diferentes a las de hoy. Hay ejemplos muy simples y hartos machacados: los profesores interinos, que en la UBA son un número muy grande, no tienen participación como tales en las elecciones de los cuerpos colegiados. Y el posgrado tampoco tiene representación en los consejos directivos, siendo que se han vuelto en sistemas cada vez más importantes dentro de las universidades. Pero creo que más allá de las fallas empíricas, debemos hallar los principios mínimos sobre los cuales actuar para recrear una nueva ilustración universitaria. Tomar conciencia de la necesidad de nuevos principios que no se limiten a la retórica acartonada de las grandes celebraciones universitarias sería ya un paso adelante muy significativo. Quizás no poseamos todavía la clave de dichos principios, pero lo que es propio de la universidad, de autonomía intelectual, es que los mismos surtan desde el riñón mismo de la cultura universitaria.
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