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 viernes, 02 de septiembre de 2005  
Yo creo: "La gente que detesta a los mimos"

J. L. Cavazza / Escenario

Conozco gente que detesta a los mimos. Son los mismos que no les gusta que los involucren en el show desde el escenario. Por ejemplo, esos humoristas que suelen burlarse del pelado de la primera fila y su señora de nariz de gancho. Sí, hay personas que no lo soportan, que odian a tipos como Jorge Corona o llegan al extremo de no aceptar esas obras de teatro moderno que no utilizan sólo el escenario y entonces los actores salen de entre el público ubicado en mesas redondas. Brotan subrepticiamente hablando a los gritos a la altura de tu nuca y te dejan helado de espanto. Conozco gente que no soporta estas cosas, y tienen razón. Y qué me perdone Rody Bertol, pero aquella obra donde los actores se sentaban a tu mesa y te contaban una historia... No cuenten conmigo para eso. Porque si estamos de este lado de la escena es porque elegimos ser espectadores y no artistas. Por esto, yo también detesto a los mimos, esos tipos patéticos y empolvados que sólo buscan tu complicidad en medio de la calle cuando estás recordando lo buena y calentita que estaba la cama un par de horas atrás. Una vez en una Expochacra vi cómo un tipo enorme, de boina y cachetes colorados, tomaba por el cuello a un mimo que pegado a su espalda seguía sus pasos y movimientos torpes, bajo la risa cómplice de los presentes. El hombre de campo se había enojado tanto que quiso arrojar al indefenso mimo de cabeza entre las cuchillas de una supermoderna cosechadora. Una exageración. Pero no es exagerado coincidir en que los mimos en alguna gente generan bastante violencia. A mí primero me inmovilizan y después, siento arder los pómulos. Me pasó una vez en calle Florida en Buenos Aires, cuando un esquelético cara blanca, hueco y ausente, se convirtió en mi sombra durante media cuadra. Luego doblé por Corrientes, entré a una librería de viejos y compré "El simple arte de matar" de Raymond Chandler, porque me había hipnotizado la frase de la contratapa "no es extraño que un hombre sea asesinado, pero a veces resulta extraño que lo asesinen por tan poca cosa". Otra exageración que ningún mimo de la ciudad debería tomar al pie de la letra, porque, como ya está escrito, quizá los moluscos no sean neuróticos, pero de ahí para arriba no hay más que mirar bien.
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