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 domingo, 24 de julio de 2005  
Educación: alfabetización emocional

Muchas veces, por fortuna, padres, docentes, adultos en general, se avocan con esmero al adecuado crecimiento físico e intelectual de los niños: tarea compleja que cada uno trata de llevar adelante lo mejor posible. Pero, no sucede lo mismo con los principios básicos de la alfabetización emocional que, por ejemplo, ayuda a los niños a no dejarse llevar por los impulsos y a controlar las emociones destructivas. ¿Qué papel juegan las emociones en la vida? ¿Qué beneficios tiene un niño con un apropiado desarrollo de su inteligencia emocional? ¿Qué es la inteligencia emocional? ¿Cómo podemos intervenir los adultos para enseñar a los niños a usar inteligentemente sus emociones?

Las emociones son verdaderos impulsos para actuar, para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado. De hecho, las emociones conducen a la acción.

Un niño que es bien guiado para que maneje inteligentemente sus emociones podrá, por ejemplo, tener dominio de sí mismo, perseverará en el esfuerzo, tendrá capacidad de automotivarse, de regular su humor, de evitar que los trastornos disminuyan su capacidad de pensar, dominará el arte de relacionarse con los demás. Como se puede apreciar los beneficios son además de numerosos de un valor sustancial.

Cuando se habla de inteligencia emocional se hace referencia al tipo de inteligencia que involucra un apropiado conocimiento y dominio de las propias emociones, así también como el reconocimiento de las emociones de los demás, de tal forma que sea posible una armoniosa vida en comunidad.

Los adultos podemos intervenir positivamente de tal manera que no sólo se vean beneficiados los niños sino nosotros también. Esta tarea implica algunas exigencias pero los frutos realmente lo valen.

Vale bien entonces algunas sugerencias, que padres o docentes pueden evaluar, para llevarlas a la práctica adaptándolas a la edad de los niños, las circunstancias familiares e históricas.

u Hacerles observar sus propias emociones: preguntarles cómo se sienten y pedirles que describan lo más detalladamente posible.

u Escucharlos con atención.

u Felicitarlos por cada logro por más insignificante que parezca.

u Apoyarlos en sus proyectos, estimularlos a que pongan sus propias metas y nos compartan cómo las llevarán a cabo.

u Cuando nos cuenten sus problemas, no subestimar ninguno, no dar recetas, sino más bien, acompañarlos a pensar soluciones de acuerdo a sus posibilidades.

u Sugerirles que piensen (se imaginen) lo que sienten los demás ante hechos de la vida.

u Comentar sobre las influencias de las propias acciones sobre los demás.

u Evitar que repriman y nieguen sus emociones. Es necesario reconocerlas para poder encausarlas.

u Recordarles sus logros.

u Contemporizar sus caídas o equivocaciones buscando en ellas un aprendizaje para citaciones posteriores.


La lista puede extenderse largamente. Es indudable que padres y docentes atentos podrán poner en la práctica estas y otras sugerencias paulatinamente para ayudar a sus hijos y alumnos a vivir una vida de mayor felicidad y gratificaciones.
¿Es posible enriquecer a nuestros niños con estas competencias para dotarlos de esa herramienta que los hará concretar sus propias expectativas, sus sueños de superación? La respuesta es un categórico sí. El cerebro humano goza de una cualidad inefable que es su flexibilidad y por ello es capaz de aprender constantemente. Lo determinante es que los adultos seamos concientes y nos dediquemos a enseñarlas.

Alicia Caporale

Licenciada en Educación.

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