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 jueves, 02 de junio de 2005  
Editorial
Los árboles, patrimonio urbano

El lanzamiento del Plan Forestal por parte del municipio debe ser visto como un oportuno paso dado en defensa del que es uno de los tesoros de la ciudad: sus especies arbóreas. Escamonda, extracción, plantación y control de plagas, así como la reparación de veredas dañadas, forman parte de una loable iniciativa.

Uno de los aspectos en que la ciudad ha evolucionado más saludablemente en los últimos tiempos es, fuera de toda duda, el mejoramiento de sus rasgos estéticos. Es que Rosario estuvo signada desde su mismo origen por una impronta vinculada a lo práctico: hija del trabajo duro, la urbe situada junto al maravilloso Paraná casi olvidó durante largo tiempo que la belleza es una necesidad humana y no un mero aditamento. Por fortuna, tan errónea tendencia se ha modificado y amplios balcones se abren hoy sobre el río otrora escondido -"encerrado", según Federico García Lorca-, mientras selectas especies arbóreas otorgan brillo y sosiego a espacios antes abandonados. Es a partir de la defensa, justamente, de ese valioso patrimonio urbano que son los árboles que la Municipalidad lanzó la antevíspera el Plan Forestal, por el cual se invertirán dos millones de pesos para mantener en buen estado a los ejemplares.

El ambicioso proyecto abarca trabajos de escamonda -así se denomina a la poda controlada, que procura preservar la estructura natural del árbol-, extracción y plantación, así como la reparación de las veredas dañadas por la acción de raíces. Otro ítem importante que se agrega es el control y remoción de la plaga del clavel del aire, al cual se lo combatirá mediante la "poda sanitaria" -corte de las ramas secas- y la aplicación sistemática de un plaguicida. Cabe recordar que esta variedad parásita ha afectado en muchos casos de manera fatal a numerosos y bellos ejemplares, hecho notorio en el parque Urquiza.

Vale pensar qué sería la ciudad sin sus árboles. Qué ocurriría si fresnos, plátanos, lapachos, eucaliptos, araucarias, pinos, palmeras, jacarandaes, palos borrachos, casuarinas y paraísos súbitamente desaparecieran: un auténtico desierto de asfalto y cemento quedaría entonces, de modo brutal, al descubierto. Quienes se quejan -tantas veces, de modo destemplado- de los problemas que causan los árboles deberían recordar todos los beneficios que producen: sombra y aire puro, además de placer estético. Ello no obsta para que en ocasiones se conviertan en causantes de dificultades graves y que entonces corresponda su remoción. Pero ésta debe ser efectuada por quien y como corresponde.

Bienvenida sea, entonces, la iniciativa del municipio. Aunque algunos ignoren o subestimen la importancia de su presencia, los árboles constituyen parte del corazón de la ciudad, que no puede ser afectado sin que ella misma, en cierto sentido, muera.


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