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 jueves, 19 de mayo de 2005  
Editorial:
Vivir con los padres

El cambio de los tiempos ha traído consigo, inevitablemente, la aparición de novedosas pautas culturales. Sin embargo tales modificaciones no siempre implican un avance: en ocasiones, y de modo tal vez paradojal, constituyen incluso un retroceso.

Así puede ser vista una tendencia de la que dio cuenta una encuesta reciente realizada por la consultora Ipsos-Mora y Araujo, que divulgó ayer un matutino porteño: seis de cada diez argentinos menores de treinta años residen aún en el hogar paterno. Diversos factores inciden en la consolidación de este nuevo hábito de vida que se registra en la sociedad nacional, pero sería un error atribuir el rol preponderante sólo a las notorias dificultades económicas que el país atravesó y todavía atraviesa.

Se trata de una cuestión más profunda, pese a que el peso de lo material continúe siendo decisivo en el sentido de que a los jóvenes no les resulta sencillo conseguir su primer trabajo y que, por otra parte, los ingresos que obtienen muchas veces no les alcanzan para independizarse de la familia. Pero en verdad lo que se percibe en el trasfondo de no pocos casos es la presencia de la comodidad y hasta de una cierta dosis de egoísmo. En épocas no lejanas, el partir de la casa de los padres se veía como un objetivo altamente deseable y existía una disposición a pagar un precio concreto por ello. En cambio, el presente parece indicar que la libertad se canjea por ventajas puramente materiales: al menos así lo dejó explícito el 55 por ciento de los consultados, que afirmó que no deja el hogar de los progenitores porque está cómodo, no le gusta vivir en soledad o prefiere gastar en sus propias cosas.

El individualismo, el narcisismo y el consumismo -tres antivalores que se arraigaron a fondo en el país durante la crítica década del noventa- aparentan estar desempeñando un papel bien claro en lo que sucede.

Por otra parte, el cambio de costumbres viene acompañado de otro elemento novedoso: la creciente permisividad paterna hacia la actividad sexual de sus hijos. Es que cada vez son más las familias que los autorizan a dormir con su pareja bajo el techo paterno.

El viraje es trascendente y merece ser analizado a fondo, aunque la pérdida de protagonismo de la independencia como valor clave en los jóvenes justifique la preocupación.
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