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 miércoles, 16 de febrero de 2005  
Escuela primaria y hábitos de trabajo

Angel Fernando Girardi (*)

No es casualidad que el debate sobre las carencias y falencias de nuestro sistema educativo esté instalado definitivamente en nuestra sociedad actual, siendo actualizado de modo permanente, entre otros aspectos, por el marcado fracaso de los postulantes a ingresar a las carreras universitarias, por la falta de un presupuesto adecuado, por los magros salarios docentes, etcétera. Recientemente, el ex ministro de Educación de la Nación Juan Llach afirmó que "la inversión pública en educación básica -inicial, primaria y media- muestra un panorama desolador" y remata su excelente artículo con cita de Sarmiento, quien aconsejó acometer esta empresa de educar al soberano "...de un golpe y poniendo medios en proporción al mal".

El Estado ha sido devastado por malos gobiernos que permitieron que la corrupción se internalizara en casi todas sus instituciones y funcionarios, con las consecuencias de violencia, miseria, impunidad, pobreza y deshonor que hoy todos padecemos. Nuestro país, abierto a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitarlo y prosperar con su trabajo digno y fructífero, con uno de los mejores niveles de alfabetización y educación humana, con todos los climas y un suelo de excelencia para lo que se quiera producir, luego de ocupar a principios de 1900 el séptimo u octavo lugar en el concierto de las naciones del orbe hoy está relegado en un puesto 60 o 70. Una Nación que honró hasta deudas injustas y bochornosas como la de la Baring Brothers hoy no puede cumplir con sus elementales obligaciones internacionales. Cuando fuimos granero del mundo, estábamos en el Primer Mundo, hoy también producimos alimentos en exceso, tres toneladas y media por habitante, pero estamos en el submundo.

Como todos concordamos con este diagnóstico de la realidad y coincidimos también en que hay que "refundar" el Estado con miras al presente y futuro de nuestra nacionalidad; entonces, sin volver a la simpleza cómoda y absurda de que "todo tiempo pasado fue mejor", debemos imponernos la obligación ética y moral de rescatar del mismo aquello que incuestionablemente fue bueno y esencial para la gran mayoría de los argentinos. A poco de que partamos de esta premisa básica, nos encontraremos con que la educación primaria es un caro suvenir que podremos extraer de este viejo y glorioso arcón, otrora repleto de grandes proyectos, que alguna vez fue la soberbia y brillante Argentina.

A partir de un simple artículo de la ley 1.420, del año 1884, ordenando que "la instrucción primaria debe ser obligatoria, gratuita, gradual y dada conforme a los preceptos de la higiene", se puso en marcha la consolidación de una gran Nación. Y ello fue así por cuanto el rol que jugó la misma, a partir de una revolucionaria política que dejó atrás los nefastos recuerdos de más de sesenta años de luchas fratricidas, fue fundamental: el niño argentino creció orgulloso de sí mismo, de su ser nacional, de ser respetuoso de sus mayores, de ser ordenado, de buenos modales y cumplidor de sus deberes, en fin, de su historia de criollo y gaucho que vivía su cotidianidad en una libertad común con otros niños provenientes de un crisol de razas, con maestras y maestros que ocupaban en el cariño casi el mismo lugar que los padres. Y, con valores humanos tales como los que enseñaba el Martín Fierro, "...no es vergüenza ser pobre y sí es vergüenza ser ladrón".

No se trataba de conformarse con la pobreza, sino que, a través de valores como el amor, el trabajo, el estudio y el tesón, necesariamente se llegaba a aquella riqueza que enaltece y que a nadie menoscaba. Por eso hoy los ciudadanos que queremos a nuestro país, que aspiramos a la grandeza de nuestra Nación, debemos exigirle al Estado que en forma inmediata y tal como indicaba Sarmiento le dé prioridad a la refundación de la escuela primaria a modo de premisa revolucionaria impostergable, pues sin el éxito de este primigenio pero hoy renovado desafío será imposible e insostenible cualquier proyecto sobre nuestro futuro. Para ello, como primer paso es fundamental que los educadores tengan una formación adecuada y una compensación justa acorde a su responsabilidad trascendente. La maestra primaria no es en absoluto una "empleada calificada". Muy por el contrario, es la forjadora de los pilares de nuestra Nación, es la madre de crianza del educando, ya que si bien no le da al alumno la leche materna, lo provee de la savia del espíritu, aquella que hace que, ante el canto de "Aurora" o ante el simple flamear de la celeste y blanca aquí o en cualquier parte del mundo, sus fibras íntimas se conmuevan y salgan a flor de piel o a flor de lágrimas los más caros y profundos sentimientos por nuestra querida patria.

Pero las infatigables docentes tendrán que asumir además -como antes lo han hecho para bien de todos- una tarea extra, tal es la de incorporar al sistema de enseñanza intelectual el de una materia que sería de "práctica intensiva", tal cual es que los alumnos de los dos últimos años de la primaria, previo elementales conocimientos de electricidad, biología y botánica, tengan acceso directo al manejo, composición y reparación de electrodomésticos, de cría de animales de granja para consumo, de elaboración de productos alimenticios, de siembra y cultivo de huertas, etcétera. De este modo, quien arribe a los 12 o 13 años de edad, no sólo contará con un bagaje afectivo-cultural de excelencia como antaño, sino que también ya tendrá elementos de producción con los cuales podrá aportar a su hogar familiar ahorros -vía mantenimiento, reparación o elaboración de bienes domésticos- o ingresos adicionales -por pequeñas ventas de productos caseros o servicios simples a terceros-.

Esto nada tiene que ver con el trabajo infantil "esclavista" castigado por nuestra Constitución y las leyes respectivas, muy por el contrario, es una batería de herramientas para que el niño pueda desde el vamos ir haciéndose hombre en todo el sentido de la palabra, colaborando así con su núcleo familiar y consigo mismo para el crecimiento sostenido en base a su educación intelectual y su capacidad manual para el trabajo. El que aprende desde niño a trabajar, difícilmente vaya a mendigar, ni a robar. Sólo la integral educación primaria que propiciamos posibilitará que ningún niño argentino del presente quede excluido de una realidad contemporánea socialmente injusta por las desiguales oportunidades que ofrece; por lo que tal educación y la permanente actualización de valores patrios son los únicos valladares contra una despiadada globalización mediática y excluyente. Nuestro Estado no puede poner paños tibios ni minimizar la cuestión, por tanto debe darle un duro golpe a esta encrucijada de la historia, para que todos los argentinos reivindiquemos desde la educación primaria aquellos valores que nos hicieron respetables, fundamentalmente ante nosotros mismos y, por lógica consecuencia, ante nuestros compatriotas y ante los grandes pueblos de la Tierra, como lo fue la clase media intelectual y la esforzada clase trabajadora. No es hora de especulaciones políticas, es el momento de obrar y por ello, nada debe detenernos.

(*)Doctor en derecho y ciencias sociales y productor agropecuario.

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