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      sábado, 20 de noviembre de 2004  
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El Congreso

Ernesto Sábato tuvo un homenaje multitudinario y de su colega Saramago

Rosario.- Lúcido y dramático, fueron algunos de los calificativos que utilizó el premio Nobel portugués José Samarago para referirse a su amigo Ernesto Sábato, en el marco de un emotivo homenaje que se le ofreció hoy al escritor argentino.

A mismo asisieron la senadora Cristina Fernández de Kirchner, el gobernador satafesino Jorge Obeid y el director de la Real Academia de la Lengua, Víctor García de la Concha.

Apenas pasado el mediodía, el aplauso interminable de la multitud congregada en el teatro El Círculo marcó el inicio del tributo y de un ritual que el autor de "Sobre héroes y tumbas" repetiría varias veces en la siguiente hora: quitarse los anteojos, secarse las lágrimas y tomar fuerte de la mano a su colaboradora, Elvira González Fraga.

El homenaje ya casi estaba en marcha pero faltaba todavía otro de sus protagonistas centrales, Saramago, que por entonces se encontraba en la calle intentando convencer a un policía de su identidad: "Soy Saramago, soy Saramago, por favor", clamaba ante el personal de seguridad que se resistía a aceptar el ingreso de su auto.

Una vez superado el incidente, los participantes pudieron instalarse en la mesa y el tributo empezó su cuenta regresiva. El primero en hablar fue el director del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, quien recordó que en septiembre pasado la entidad que dirige abrió una biblioteca con el nombre del escritor en Budapest, "una ciudad sobre la que él también alguna vez ha escrito y con la que ha soñado", destacó.

"No tengo palabras. Eso decimos cuando tenemos que elogiar algo que nos sobrepasa", destacó, poco después, García de la Concha. "­Qué paradoja que el director de la Real Academia Española diga que no tiene palabras, cuando tiene al alcance de la mano todas las palabras del diccionario".

El académico continuó: "La palabra es corta si el agradecimiento es largo. Gracias, maestro, por los ejemplos de su persona y por toda vuestra obra. Su escritura es como el Paraná, que viene de Brasil, y acumula el Paraguay y se ensancha más y más en el Paraná rosarino hasta confluir con el Uruguay y el estuario del Plata".

Por fin llegó el turno de Saramago, que en un emotivo discurso recordó su "iniciación" en el universo narrativo de Sábato, hacia el final de la década del 50, cuando se reunía con unos cuantos amigos "para hablar de libros en voz alta y de política en voz baja".

"Por un extraño fenómeno acústico, el día que oí pronunciar ese nombre, entonces desconocido para mí, asocié las tres rápidas sílabas que lo componían a una súbita puñalada. `El túnel' fue publicado en 1948 pero yo no lo había leído. Fue un inolvidable compañero de mesa de café quien me proporcionó la lectura de la novela", recordó Saramago.

"Enseguida comprendí hasta qué punto había sido exacta la asociación de ideas que me llevó de un apellido a un puñal: el puñal Sábato, después de clavado, no se retiraba de la herida, permanecía allí, moviéndose por sí mismo despacio, para que la sangre no dejase de correr y la deseada cicatriz no acabara siendo nada más que un sueño imposible", continuó.

El autor de "El Evangelio según Jesucristo" aseguró que las sucesivas lecturas de su colega confirmaron que se hallaba "frente a un autor trágico y eminentemente lúcido que, además de ser capaz de abrir caminos por los corredores laberínticos del espíritu de los lectores, no les consentía, ni siquiera durante un instante, que desviasen los ojos de la esquina más oscura del ser".

Más adelante, Saramago leyó un fragmento de su libro "Cuadernos de Lanzarote", en el que evoca su primer encuentro con Sábato cuando lo fue a visitar a su casa de Santos Lugares: "Ofrecí a Sábato el `Ensayo sobre la ceguera', él quiso saber qué ciegos eran estos míos y yo le hablé de los suyos", recordó.

"Regresé años después a Santos Lugares, luego fuimos coincidiendo aquí y allí del mundo, en Madrid, en Badajoz, en Lanzarote, cada vez más próximos el uno del otro en la inteligencia y en el corazón, él, hermano mayor, yo, sólo un poco más joven, dos seres que, en el exacto momento en que finalmente se encontraron, comprendieron que se habían estado buscando".

Las palabras finales de Saramago fueron casi aplastadas por el extenso aplauso de las casi 1.600 personas -en su mayoría mujeres- que se hallaban en la sala, pero también por la multitud que permanecía en la puerta sin poder ingresar.

El tributo prosiguió con el propio Sábato leyendo -en versión grabada- un fragmento de su novela "Abbadón el exterminador" y luego con el escritor abrazándose en el escenario con el Nobel portugués, todo coronado por una nueva ovación y nuevamente el gesto del homenajeado quitándose los anteojos para secarse la lágrimas. (Télam).


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Sábato no pudo contener las lágrimas en varias ocasiones.
(Foto: Alfredo Celoria)

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