La Capital
edición especial
      sábado, 20 de noviembre de 2004  
Desde las sedes
Capital de la lengua
El Congreso

Datos y memorias para una definición de Rosario
Epicentro de una región que genera buena parte de la riqueza del país, la ciudad recibe al III Congreso de la Lengua en un clima de refundación

Marcelo Castaños

Bienvenidos a Rosario, ciudad sede del III Congreso Internacional de la Lengua Española. Presentar al mundo una ciudad de un millón de habitantes, de vasta y enriquecedora vida cultural, que vive y protagoniza un tangible proceso de cambio, resulta abrumador y desafiante. Máxime si no se quiere entrar en definiciones enciclopédicas y si se tiene en cuenta que la ciudad está hoy en la mira del mundo de habla hispana.

Rosario es una y al mismo tiempo varias ciudades en un entramado social complejo donde coexisten los opuestos. Epicentro de una región que genera buena parte de la riqueza del país, actualmente vive una explosión de inversiones, obras públicas, centros comerciales de envergadura y un ritmo de construcción histórico que transforman a pasos acelerados su fisonomía.

Descendiente de los barcos, el rosarino es hijo de europeos, judíos y árabes llegados a la ciudad en las postrimerías del siglo XIX y la primera mitad del XX. Pero el aporte de italianos, proporcionalmente mayor a cualquier ciudad del país, le confirió características particulares: el rosarino habla español con acento, cadencia y modulación italianos, y tiene ese irremediable conflicto con las eses finales (también por los andaluces), que le cuesta horrores pronunciar.

De los italianos, sobre todo del sur, le viene también la costumbre de conjugar el pasado en pretérito perfecto simple, y le suenan extrañas las conjugaciones compuestas (siempre dijo, nunca ha dicho; siempre estuvo, nunca ha estado). Y en sus estratos menos instruidos, todavía persiste la ausencia de la consonante doble (el famoso dotor).

Y si de lenguaje se trata, se hizo famosa por inventar un idioma propio, el rosarigasino, que intercala el prefijo "gas" en la mitad de una palabra, le agrega luego la vocal que antecede al prefijo y termina la palabra. Lo popularizó el comediante rosarino Alberto Olmedo, aunque humoristas de los cincuenta se adjudican su autoría. Sea como fuere, lo cierto es que no lo habla nadie.

Quizás de la cultura inmigratoria le vengan otras características, como esa vieja idea, que retoma por épocas, de que el porvenir y el bienestar esperan fuera de las fronteras. Al rosarino le gusta irse, traspasar cualquier charco, real o simbólico. Emigrar, aunque al menos sea por unos días. Sin embargo, y como una marca de sus propias contradicciones, volver será siempre una de sus prioridades.

También mantiene una relación reverencial con la comida, acaso por la enseñanza de las abuelas que vivieron la hambruna de que lo que hay en la mesa es sagrado. A la comida le puso también sus propios nombres. Aquí la cerveza se toma en porrón (de litro), al tostado se le agrega ketchup y es Carlitos, y la leche con chocolate amargo en barra no es submarino sino remo.

Es famosa por la belleza de sus mujeres y por su pasión futbolera, traducida en un clásico que puede paralizar los corazones de la ciudad. "Rosario tiene lindas minas y buen fútbol. ¿Qué más puede pretender un intelectual?", dice Roberto Fontanarrosa cada vez que le preguntan por qué vive acá.

El rosarino cultiva la amistad, la charla de café, la sobremesa, el encuentro a cenar entre familias, compañeros y amigos.

A pesar de vivir en una ciudad grande, todavía disfruta de que todas las cosas le quedan a mano. No vive la alienación globalizada que envuelve a Buenos Aires. Tiene más tiempo para el ocio, y lo aprovecha en la relación con los demás.

El rosarino siente también una atracción compulsiva por lo novedoso. Puede hacinarse en la inauguración de un espacio que después quizás no recorra por un buen tiempo.

Tiene una producción cultural riquísima y un lugar en la historia del arte, de las letras y la música nacionales, y es mirada desde Buenos Aires como interlocutora válida.


Del puerto y el conventillo
Nació y se desarrolló al pulso de la actividad portuaria y ferroviaria, que la moldearon a principios de siglo pasado, de su posterior crecimiento industrial y de la explosión del comercio minorista, genovés. Fue ciudad de conventillos, de putas y rufianes, cabarets y piringündines, de calabreses y sicilianos que le dieron un toque de cosa nostra, pero también de una creciente y fortalecida clase obrera nacida del puerto, el ferrocarril, los frigoríficos, la construcción y después la metalurgia.

Tuvo por mucho tiempo una estratificación bastante clara, con un empresariado de porte mediano, una clase media de pequeños comerciantes, profesionales, bancarios, docentes y empleados de comercio, un sector obrero calificado de metalúrgicos, ferroviarios, plásticos y petroquímicos; barriadas de peones y portuarios y un siempre presente cordón de pobreza. Líneas que se fueron desdibujando con el tiempo, las crisis y las recesiones, en un proceso de empobrecimiento de su clase media, de reconversión laboral, de obreros convertidos en prestadores de servicios, la aparición de nuevos ricos, la expulsión de jóvenes al exterior o a la marginalidad y un reflujo inmigratorio del norte de la provincia y del país.

Después de una década en la que fue tristemente célebre por episodios de conflictividad social, y luego de la crisis terminal de 2001, la ciudad comenzó a vivir un resurgimiento de la mano de la bonanza del campo, de grandes inversiones proyectadas en la ciudad y la región, y de su propia capacidad productiva. El rosarino recuperó la confianza y el orgullo, y el llamado boom de Rosario es visto por todo el país.

En medio de esta realidad, la ciudad quiere encontrar su perfil, rescatando la industria que mantuvo y tratando de levantar las que puedan sustituir exportaciones, posicionándose como centro de servicios, nodo de transporte multipropósito, generador de inteligencia, conocimiento y productos culturales e intelectuales.

Siendo una de las metrópolis más grandes y gravitantes de Argentina, Rosario no es ciudad capital ni del país (aunque el proyecto para que lo fuese en 1867 le dio el nombre a este diario) ni de provincia. Y esto sí que le ha dado una impronta muy particular.

Con un aparato estatal mínimo y por sus propias características productivas, la ciudad es mucho más sensible a los vaivenes macroeconómicos, sobre todo a los que afectan al mercado laboral. Quizás por eso mismo posee una extraordinaria capacidad de recuperación cuando imperan políticas económicas coherentes y un contexto internacional favorable.

La falta de una burocracia política fuerte le trae aparejada una menor capacidad de lobby frente a los grandes poderes centrales. Por eso festeja con desproporcionado entusiasmo cualquier cosa que conquista, aunque más no sea una visita presidencial para el 20 de Junio (Día de la Bandera).

Su falta de vinculación con el poder, sumado a su independencia y a esa idea de que lo que consigue es sólo fruto de su propio esfuerzo, le confirió también una idiosincrasia muy localista, y un creciente sentimiento de autonomía que se traduce en reclamo llano y liso. Una idea de patria chica que también tiene una vertiente cultural, vinculada a los inmigrantes, sobre todo italianos, embanderados en los regionalismos y localismos. Mira a Buenos Aires con fascinación y recelo, a Santa Fe con resentimiento, a Montevideo con cariño filial y por muchos años tuvo a Barcelona como Meca.

Tiene una vida universitaria y cultural intensa. Dos universidades nacionales, una católica y una oferta importante de instituciones privadas de nivel superior la volvieron más cosmopolita. Esto, junto con otras características de su economía, la han convertido en ciudad de habitantes por adopción. Una ciudad abierta y generosa para miles de personas que llegaron de distintos lugares y se quedaron para siempre.

Aunque genera riqueza, Rosario no es una ciudad ostentosa. Cultiva un perfil más bajo, no hace exposición impúdica de la opulencia. No tiene farándula y es poco propensa a la ventilación mediática de la privacidad. Pese a su dimensión y a algunos rasgos de progresismo, puede decirse que mantiene aspectos pueblerinos de conservadurismo y pudor.

La ciudad experimentó en los últimos años una fuerte transformación urbana con la conquista de su costa. En diez años, Rosario se abrió al río, lo que además de modificar su fisonomía, trajo aparejado cambios en los hábitos del uso del tiempo libre de sus habitantes. El rosarino mira y disfruta de su río.

En los márgenes de la ciudad de las peatonales, los centros comerciales, la costa central, los barrios de clase media, los más exclusivos y los más populares, se levanta una Rosario de tintes y acentos más variados, pies descalzos, calles de tierra, carros tirados por caballos, ciudad del “me da una moneda don”, de abrepuertas y limpiavidrios, de cartoneros, de chicos en la calle, de conflicto con las instituciones. Esa ciudad, la que duele, la que impone el desafío cotidiano de la convivencia y que genera todo un mecanismo de contención social, no es ajena a Rosario, está en ella y es parte constitutiva.

Ambas ciudades y tantas otras que se mezclan en una sola abren ahora sus brazos para recibir visitantes de todas partes a este III Congreso Internacional de la Lengua Española.

Señores y señoras, pasen y vean. Esto es lo que somos.


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