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 jueves, 07 de octubre de 2004

Editorial
Pintadas, vergüenza rosarina

El hecho, aunque menor, mereció con absoluta lógica la atención de los medios de prensa locales: anteayer por la madrugada el Comando Radioeléctrico detuvo a ocho jóvenes que estaban pintando de rojo y negro una casa situada en Zeballos al 1800 que apenas horas antes había sido objeto de la misma y vandálica acción, pero con los colores azul y amarillo. Los detenidos tenían entre veintiuno y veintitrés años, y todo indica que su situación económica dista de ser precaria: al menos, se torna difícil sospechar que tal sea la condición de quienes conducen, como en este caso, una camioneta Mitsubishi cuatro por cuatro.

El acto cometido, encuadrado como infracción en el artículo 117 del Código de Faltas provincial, no resulta simpático ni gracioso, y mucho menos un gesto que pueda considerarse parte del llamado "folclore" del fútbol. Se trata, sencillamente, de una de las tantas actitudes irrespetuosas y ajenas a cualquier valoración del prójimo que se perpetran de manera cotidiana en esta ciudad, y que insólitamente son toleradas en silencio por la mayoría.

Basta con caminar Rosario y se verá que resultan innumerables las paredes que registran inscripciones y carteles de la más variopinta clase: desde las más tradicionales de carácter político a las futbolísticas, desde las humorísticas hasta las meramente discriminatorias, pasando por aquellas que se perciben como mensajes de estricto tono personal -que oscilan entre la confesión de amor y el insulto de retrete-, los muros urbanos parecen haberse convertido en zona liberada. No importa, en efecto, si se ensucia el frente de una vivienda particular o el de un edificio público. En realidad, pareciera que no importa absolutamente nada.

Y por cierto que tanta indiferencia crea preocupación. Tal como se sostenía en la columna que acompañó el informe publicado en la tapa de la sección La Ciudad de la edición de ayer de este diario, el problema posee raíces culturales: la transgresión se ha transformado en regla. Y sin dudas que, pese a todos los intentos por reprimir y sancionar a quienes infringen las normas de sana convivencia, si no se produce una toma de conciencia colectiva al respecto el éxito se tornará virtualmente imposible.

En este momento, sería fácil aludir al inminente Congreso de la Lengua Española como excusa ideal para lavarle la cara a la ciudad, pero en verdad los rosarinos deberían ser capaces de mejorar la imagen de la urbe en exclusivo beneficio propio.

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