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 lunes, 30 de agosto de 2004

Editorial:
Los desocupados de 50 a 60 años

La tarea de recuperar la economía del país, al menos para retornar a los índices de empleo que se poseía a mediados de la década pasada, es verdaderamente ardua y compleja. Es que, pese a los alentadoras cifras que mes a mes se dan en torno a las exportaciones, sobre la recaudación y el superávit fiscal, la espectativa de crecimiento laboral se demora o transcurre por un sendero de numerosos obstáculos. Desde luego, víctima de esta situación sigue siendo una franja poblacional que llegó a ensancharse a un nivel histórico. Y si bien todos sufren las consecuencias, para los desocupados de 50 a 60 años, cada día que pasa la pesadilla se agrava, ya que se tornan económicamente nulos: demasiado viejos para trabajar y jóvenes para jubilarse.

En Rosario, cerca de 31 mil personas de entre 45 y 54 años no tienen trabajo. Esto da una primera idea de a cuánto puede ascender la cifra hasta los 65 años. Se debe tener presente siempre que se trata de ciudadanos que trabajaron durante 25 o 30 años e hicieron sus aportes previsionales. Hoy se encuentran sin perspectivas y muchos de ellos envueltos en cuadros de depresión y encierro que se extiende al nucleo familiar.

Con criterio y sensibilidad, el Concejo municipal aprobó recientemente una declaración de apoyo a un grupo de desocupados que buscan crear una filial local de la Asociación Civil 50 a 60. Esta entidad ya ha peticionado ante el Congreso nacional para que puedan ser beneficiados con una jubilación especial aquellos que hayan completado sus aportes aunque no cumplan aún con el requisito de la edad.

Además, reclamó que los desocupados mayores de 65 años que no posean el mínimo de aportes reciban un beneficio proporcional a la cantidad de años que aportaron al sistema previsional y que se otorguen ventajas impositivas a aquellas empresas que incorporen personas mayores a los 50 años de edad.

Naturalmente, sería razonable que la Cámara de Diputados de la Nación se expidiera con prontitud sobre estas demandas, porque las secuelas de la exclusión pueden tornarse irreversibles y hasta acentuarse este drama con el paso del tiempo. En tanto, la sociedad civil y empresarial debería actuar con menor prejuicio y mayor solidaridad hacia esta franja, que posee oficio y una valiosa experiencia de vida.

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