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 domingo, 25 de julio de 2004

Rosario desconocida: Dos cortadas, dos realidades

José Mario Bonacci (*)

En la nota anterior, las calles de la ciudad dieron pie al análisis de aquellas generalmente breves, sintéticas en su existencia física, pero llenas de sugerencias y de mensajes para quien se anime a conversar con ellas. Presencias representadas por cortadas y pasajes, denominaciones que podrían nuclearse en una sola, porque una u otra refieren a su estructura circulatoria, y sobre todo a su existencia en pocos metros de urbanidad. Cortadas y pasajes se hermanan entonces en estas características a pesar de lo cual la nomenclatura ordenadora por nombres refiere continuamente a estas dos denominaciones aunque signifiquen lo mismo.

La intimidad y la cercanía de su horizonte, más las particulares condiciones que pueden imprimirle sus vecinos o la arquitectura de que están compuestas, más las sugerencias de la historia o de las causales que les dieron sus características particulares, hacen que a menudo lleguen a tener presencia contundente o especial en la trama urbana, convirtiéndose en verdaderos crisoles de sentimientos o de visiones cargadas por la condición humana.

Muchas de estas situaciones dependen directamente de lo que su condición física transmite. Otras se alimentan en la imaginación de cada uno que las transita y este entrecruzamiento sensible las convierte en otra cosa, dejan de ser meros lugares de tránsito para convertirse en archivos de la memoria o del vibrar humano e insertarse en el alma de la ciudad.


Pasaje Monroe
La manzana formada por 9 de Julio, Callao, Estanislao Zeballos y Ovidio Lagos es una de las tantas que existen en la ciudad. Sin embargo se convierte en otra cosa si el caminante ingresa en ella por el pasaje Monroe que la corta en dos. Hilarión Hernández Larguía y Juan Manuel Newton proyectaron entre 1924 y 1929 la totalidad de las viviendas que dan carácter al pasaje. Una cuadra contundente y totalizadora del paisaje urbano, poblada de casas que en sí respetan las mismas reglas compositivas pero que exhiben variedad en los detalles de sus fachadas teñidas entre otros elementos por acentos propios del art decó y producen una contundencia precisa en la conformación de la línea municipal.

A esto se suma la resolución de patios posteriores vecinos e independientes entre sí, pero macizados en el centro de la manzana para construir juntos un corazón verde ajardinado y liberado de construcciones. Estos rasgos continúan por las veredas de las otras calles que demarcan la manzana, pero es el pasaje Monroe con sus dos flancos así solucionados el que se presenta con la mayor contundencia.

Las viviendas fueron construidas por el Banco Edificador Rosarino y por su carácter de conjunto y el ambiente particular que conforman constituyen un caso único en la ciudad, a tal punto que la prolongación de Monroe por doscientos metros más hacia el oeste después de Ovidio Lagos, no se incluye en el mensaje que esta arquitectura se empeñó en dar en los tiempos de su concepción.

Otras viviendas concebidas por estos profesionales se encuentran en otros sitios de la ciudad siguiendo estos parámetros, pero no alcanzan a vestir una manzana con la característica totalizadora descripta por ser implantaciones parciales en las cuadras que las contienen.

Sea este análisis una mención celebratoria y entrañable para la memoria de don Hilarión y Juan Manuel, autores además del Museo de Bellas Artes "Juan B. Castagnino" y un conjunto de residencias y edificios de notable factura en distintos puntos de la ciudad.


Cortada Santa Cruz
Otra presencia, en este caso teñida de pintoresquismo, lo constituye la cortada Santa Cruz, contenida entre Mendoza, Ayacucho, San Juan y Alem. La vecindad con el río y su costa antes de construirse el puerto moderno y la avenida Costanera, hacían que esa manzana presentara un nivel de algunos metros más alto que el actual, respecto de la calle.

A comienzos del siglo XIX, la creación de la batería Libertad en lo que hoy es el parque Urquiza, señaló a Santa Cruz como custodio de la misma, cuya casa estaba ubicada en las inmediaciones de la esquina que hoy forman Mendoza y Ayacucho (noroeste) y cuyos rastros de muros y ladrillos antiguos fueron visibles hasta que se construyó el edificio moderno que hoy ocupa parte del terreno.

Según nos relatara alguna vez Wladimir Mikielievich, Santa Cruz y algunos vecinos abrieron un sendero para bajar hacia el río y ese fue el principio de la cortada que lleva su nombre. Ante este particular accidente del lugar se construyeron viviendas asentadas sobre la parte más alta de la zona y por eso contaban con un muro ciego en su frente que oficiaba como contrafuerte basal de la masa de tierra elevada, siendo atravesada por una escalera muchas veces de mármol de Carrara para llegar al nivel más alto y facilitar a través de un patio volcado hacia la calle el ingreso a la casa. Las etapas especulativas de la construcción fueron haciendo desaparecer estas tipologías tan particulares y hoy queda en uso solamente una sola casa sobre la vereda norte y cercana a Alem, mientras la conocida como "La casa del Mariscal", lugar de música y distracción ubicada enfrente con iguales características, muestra hoy el total abandono y rastros de los sistemáticos saqueos de los últimos años y que preanuncian su desaparición definitiva. La cortada tiene una forestación particular que se continúa en la plaza verde ubicada en la esquina con Ayacucho, donde tampoco está ya el remate contundente de la perspectiva que le daba la Yerbatera Martin.

Los edificios en altura que la flanquean en sus bordes le han quitado luz y se ha vuelto más penumbrosa, pero aún conserva parte del antiguo adoquinado grueso con su textura tan particular. Este es otro ejemplo de una cortada con características únicas no sólo urbanas sino también paisajísticas que se perdieron definitivamente por la falta de preocupación en el mantenimiento.

Hoy la ciudad ya casi no puede mostrar puntos notables de su pasado, salvo recurriendo a algunos pocos edificios aislados que no pueden dar la contundencia visual completa que la ciudad hubiera merecido.

En nombre del progreso y de la mal entendida practicidad, el cuerpo urbano ha ido dilapidando los rasgos de su vida, presentándose como un aglomerado en crecimiento pero sin tiempos, sin capítulos que hacen a su condición más íntima. Y es una pena porque la ciudad debiera ser un organismo vivo y completo, que en sus notables características ha despreciado momentos que no debieran estar ausentes.

(*) Arquitecto / [email protected]

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