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 domingo, 25 de julio de 2004

Cerro Champaquí: Bruma y viento en el camino a la cumbre
La cima ofrece una panorámica de 360 grados que deja ver la inmensidad de la geografía cordobesa

Marcelo Castaños / La Capital

La nube apareció por detrás de las rocas y avanzó sin prisa pero sin pausa. En poco tiempo, el grupo estaba envuelto en una bruma que no permitía ver más allá de cinco metros. La nevisca se hizo persistente y a una expedicionaria se le empezó a congelar el cabello. Desde un lugar que ya no se podía ver se escuchó de pronto la voz de una chica que pedía por favor ayuda: "Ustedes están con guía, no nos dejen solos, estamos perdidos", dijo con un miedo indisimulable.

La escena es una de las tantas que se pueden recoger a modo de postal en un ascenso invernal al cerro Champaquí y fue una de las anécdotas que recogió La Capital en la expedición de la que participó la semana pasada. Un ascenso en el que, como es común en invierno, el clima ofreció los paisajes más variados: desde la bruma espesa, la nevisca que podría haber sido nieve (común para esta época), tardes con sol radiante y noches con vientos de película. Y por supuesto, la vista de una Córdoba que se ofrece entera desde la cumbre en una panorámica de 360 grados. Una experiencia que siempre aporta su costado diferente como para pensar en otra vez.

La expedición salió de Villa Alpina (1.300 metros sobre el nivel del mar) por un camino rocoso que atraviesa un bosque de pinos eliotis. Uno de esos bosques que adornan las sierras cordobesas por obra y magia de la forestación, a veces motivada en la especulación impositiva pero siempre bienvenida en una travesía.

El grupo sabía que tenía por delante muchas horas de caminata. Y el guía Jorge Vaglienti (www.acampartrek.com.ar) lo sabía mejor que nadie. Por eso se apuró a explicar que en subida no había que dar trancos largos, sino ir pesadamente, en pasos cortos y tranquilos, avanzando a un ritmo que no agitara de golpe.

A ese ritmo la expedición avanzó por caminos de tierra y granito, entre mica, cuarzo y feldespato, los tres minerales que conforman el granito y que individualmente se esparcen por toda la serranía. Atravesó el bosque y pasó a la geografía natural de la sierra, al mole, la paja brava y todas las gramíneas bajas que mantienen firme un suelo cada vez más castigado por el pastoreo y el turismo.

La zona tiene tres pisos de vegetación. El primero, el más bajo, está formado por bosques de molle, tala y coco, que son los bosques nativos. El segundo nivel, más arbustivo, lo conforma el romerillo, y el tercero, donde se encuentran los refugios, es de pajonal, de poa, delleucia y festuca, gramíneas con las que los lugareños hacían los techos de las viviendas.

De pronto llegó a una suerte de plataforma de piedra donde el camino parecía bifurcarse. "Este es el lugar donde la mayoría se pierde, porque toma el camino incorrecto", explicó el guía. Y de hecho, el erróneo era el sendero que hubiese tomado cualquiera de los expedicionarios.

Para quien no lo sabe, el Champaquí se asciende desde el valle de Calamuchita, en tres jornadas. La primera es desde Villa Alpina hasta un refugio (hay unos seis en el trayecto); en la segunda se ataca la cumbre y se regresa al refugio, y en la tercera se hace el descenso. Cualquiera podría decir que la última es la más cómoda por cuanto se hace en bajada. Sin embargo, la experiencia echa por tierra esta especulación.

Y así fue como el grupo llegó al refugio, a unos 2.200 metros sobre el nivel del mar. Pero antes debió pasar por el cerro La Masilla, el refugio de Moisés López, el río La Socavona y el llamado desierto de piedra, una masa única de roca expuesta, para llegar finalmente a lo que llaman el valle del Champaquí donde se levantan todos los refugios, la Escuela Florentino Ameghino, el Puesto Domínguez (el primero que hubo en la zona) y la vieja iglesia.

Faltaba también poco para alcanzar el refugio cuando el valle se vio invadido por una bruma tan espesa que no permitía ver a más de cinco metros de distancia. Y fue entonces que se empezaron a escuchar los gritos de grupos que se habían lanzado al ascenso sin conocer bien el trayecto, sus secretos y sus mañas. "Por favor, ustedes están con guía, no nos dejen solos, estamos perdidos", pidió una adolescente.

El refugio fue, en esta oportunidad, el Ramón González, un grupo de habitaciones con cuchetas, baños externos a los que nadie querría ir en la noche, una proveeduría y un salón central grande donde todos se juntan. Allí se mezclan montañistas, turistas con guías, contingentes de escuelas con profesores, expediciones de grupos religiosos, y hasta aventureros que se lanzan solos a un cerro que parece accesible pero que en el ascenso empieza a demostrarle al novato que no es caminar por un morro.

La noche en el albergue tiene sus condimentos propios y sobre todo si algún grupo lleva guitarra y hace girar alrededor de él a todos los contingentes.


Hacia la cumbre
Amaneció frío en el puesto Ramón González y la pista la dio no sólo la sensación térmica sino los charcos congelados. Pero el cielo despejado y la certeza de que la bruma no interrumpiría la visión ofrecieron el pronóstico de ascenso más perfecto.

El grupo retomó la caminata entre piedra, tierra erosionada y tabaquillos, el árbol que crece en las quebradas de las Sierras Grandes, arriba de los 1.700 metros sobre el nivel del mar, donde echa raíces también el maitén u horco molle. El tabaquillo es un arbusto bajo que se adapta al terreno y puede crecer en cualquier pendiente, tiene una corteza acebollada (se puede arrancar de a capas) y un color ocre de un particular atractivo.

El grupo pasó por las tres cascadas, donde en invierno el frío las convierte en estalactitas. Parte del espejo de agua que se forma al final del descenso y que desagua en un arroyo afluente del río Tabaquillo, también estaba congelado.

A la cascada le siguieron las cuevas naturales y un refugio en la piedra que remite a las viviendas trogloditas, conocido como la "casa del minero González". Y después, casi hacia al final, el tobogán de piedra, una pendiente rocosa muy pronunciada que obliga a usar las manos para asirse a la roca. Pasar el tobogán de piedra tiene un doble premio: salir airoso y tener despejado el camino a la cumbre.


Todo a la vista
El grupo tocaba los 2.800 metros y el cansancio se notaba. Pero las dos jornadas de caminata tendrían enseguida su recompensa. A pocos pasos del tobogán de piedra, la cumbre del Champaquí mostró su panorámica.

La cima del cerro, el más alto de las sierras cordobesas que no llega a ser montaña por unos pocos metros, es un espacio casi circular en cuyo centro se suele formar un pequeño espejo de agua (en esta oportunidad estaba seco).

Esta cumbre ofrece una vista asombrosa de Córdoba, que parece desnudarse a lo lejos. Desde allí, basta caminar unos pasos para pasar de una panorámica a otra. En el valle Traslasierra, al oeste, se divisan a lo lejos Mina Clavero, el dique La Viña, Villa Dolores, San Javier, Luyaba, La Paz y, más a lo lejos hacia el sur, la puntana Merlo. El dique Los Molinos, el embalse Río Tercero, la central hidroeléctrica Río Grande con el embalse Cerro Pelado conforman la panorámica del valle de Calamuchita. Al norte puede verse el cerro Negro y los volcanes de la Pampa de Pocho, y al sur, la cumbre de Los Linderos se levanta en un intento fallido por competir con el Champaquí. Pararse allí es detenerse en un techo y ver la inmensidad, hasta donde lo permitan la visibilidad y el horizonte.

La llegada a la cumbre hermana a todos los contingentes. El ascenso que hizo La Capital estaba lleno de grupos que dejaban sus cosas y se tiraban a descansar o a devorar las raciones que habían llevado. Y no faltaron los que hicieron funcionar sus celulares (en la cumbre hay servicio) para contarles a novios, novias, familiares y amigos que habían arribado a la cumbre bajo un sol que a duras penas llegaba a mitigar un frío potenciado por el viento.

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La provincia de Córdoba vista desde lo más alto.

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