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 domingo, 25 de julio de 2004

No dio puntada sin hilo
Un pequeño almacén en Funes se convirtió en un costurero donde se arreglan prendas los más necesitados

"Doña Romelia" como todos la llaman es jujeña. Vino desde el norte hace muchos años con su marido y después de algunas desventuras consiguió una pequeña casita prefabricada en una esquina de Funes. Desde hace 28 años arregla ropa para dar a los necesitados. De chica aprendió el valor del trabajo. Cuando llegó a Rosario comenzó vender empanadas jujeñas, eran su especialidad. Con ello se hizo de varios clientes y así pudo, luego de un tiempo, instalar una granjita en el frente de su casa. "Vendía de todo un poco, era un negocio surtido, donde no faltaban las empanadas jujeñas", recuerda. Pero la venta no fue la principal actividad. Ese pequeño almacén se transformó en un centro de donaciones. Como buena vendedora Romelia captó, con viva intuición, las necesidades de sus "clientes". Desde detrás del mostrador su mirada inquisidora supo descubrir quiénes sufrían la penuria de la escasez no sólo de alimentos sino también de vestido.

  Desde ese momento no consiguió serenarse hasta que encontró la forma en la que ella podía dar una respuesta a estas carencias. Primero revisó su ropero y luego con su voz pausada y su indistinguible acento norteño planteó a algunas personas que conocía la posibilidad de donar ropa. Sin percatarse de lo que hacía "doña Romelia" comenzó a tender un puente con la comunidad que hasta el día de hoy colma la necesidad de personas desconocidas y sin recursos.

   "Siempre me conmovió la gente necesitada y no puedo pasar por al lado sin hacer algo por ellos". Muchos comenzaron a dejar en el negocio bolsas de ropa "a veces no sé ni de quién vienen", confiesa. Ella, en su casa distribuye, ordena, clasifica, lava y arregla las prendas para poder destinarlas a quien sabe las necesita.

  "Cuando veo a alguien necesitado me detengo y le pregunto cuántos hijos tiene y si no se ofende si le doy unas ropitas para ellos", cuenta, quien pondera ante todo el respeto que se merece cualquier persona.


Premio al trabajo
Bajita, de tez morena, surcada por los rudos inviernos que pasó su vida, Romelia guarda recuerdos profundos, intensos de tantas personas que logró ayudar con su trabajo que ella considera "insignificante". Su rostro, amable y animado, de pronto se vuelve serio y se agrava su voz cuando dice "no me gustan los vagos". Recuerda entonces los años trabajados junto a su padre en el campo, donde como buen patrón sabía premiar al que trabajaba. "Cuando vienen a pedirme y veo que no hacen nada les digo que se ofrezcan para trabajar, porque hay que aprender a ganarse lo que uno tiene", aclara, quien con afán prepara las prendas. "Es importante que también aprendan a cuidarlas", añade.

Con los años llegó a donar hasta lo propio. "Cuando enviudé, recuerda, regalé mi cama matrimonial a una familia que sabía que eran muchos y no tenían dónde dormir" y también la ropa de su marido a un hogar de ancianos.

Romelia hoy tiene 75 años y desde su casita sigue siendo un hogar para el que más lo necesita. Allí a nadie le faltará una palabra de aliento, una palmada, un poco de comida o un abrigo y sobre todo una vida plena, colmada de experiencias intensas e inolvidables.

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