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 domingo, 25 de julio de 2004

[Reportaje]
Alan Pauls: "La memoria es una trampa tanto como el olvido"
El escritor arribó a Rosario para presentar en el Centro Cultural Ross "El pasado", su última novela, y conversar sobre su interés "por los efectos de los hechos"

Orlando Verna / La Capital

Con el premio español Herralde bajo el brazo y el acompañamiento incondicional de la crítica, Alan Pauls llegó hasta Rosario para presentar su última novela. "El pasado" es la síntesis de un interés personal sobre "lo que pasa después de las cosas", sobre "los efectos de los hechos", sobre "lo que pasa después de que algo terrible pasó", y que se dispersa a través de las otras tres novelas en su haber, a las que el autor suma, en su bibliografía, cuatro libros más, basados en el arte de la escritura, en Manuel Puig, Jorge Luis Borges y Lino Palacios. Pauls habla como escribe, pausado, con marcadas jerarquías lingüísticas y casi en una continua actitud reflexiva. El café del Centro Cultural Ross fue el decorado de una charla informalizada en la que este porteño de 45 años desgranó "El pasado" y su vocación de escritor, una práctica quizás maniática que lo pone a la altura de los grandes narradores de la literatura argentina.

-¿Hay en las cuatro novelas la presencia de un ex, de la necesidad de rememorar?

-Básicamente "la guerra" entre Rímini y Sofía (los protagonistas) es un poco la guerra entre la voluntad de olvidar y el mandato de recordar. La teoría de Sofía con sus Mujeres que Aman Demasiado es que hay que inyectarle recuerdos a los hombres porque los hombres tienden a olvidarlo todo. Allí se observan los efectos de los hechos porque las personas se ponen involuntariamente creativas. Cuando una pareja se separa, los ex amantes se dedican a elaborar el duelo, y allí hay un trabajo de reconstrucción que es completamente malintencionado, tendencioso, fraudulento. No se podría decir que esas personas recuerdan lo que pasó, sino que fabrican una versión que se adecua a su conveniencia ahora que ya no están inmersos en la relación amorosa. En ese sentido, la memoria es una trampa tanto como el olvido. Y diría que la memoria es menos confiable que el olvido. Cuando uno olvida algo, ese algo siempre puede retornar y regresa en un estado de pureza, así lo que retorna es más verdadero que aquello que uno está avivando con el recuerdo. La novela es sobre la dialéctica entre el recuerdo y el olvido, y no para exaltar el primero y condenar el segundo, sino para mezclarlos, para no pensarlos como operaciones puras, y para problematizar esa idea de que recordar es mejor que olvidar.

-¿Te sigue seduciendo la idea de que se pida en las librerías "el pasado de Alan Pauls"?

-(Se ríe) Me gusta cuando pienso títulos y cómo aparece luego en una frase más larga. Y en el caso de "El pasado" produce una significación desconcertante. Debería haber millones de novelas que se llamen "El pasado" y no hay. De algún modo "El pasado" existía ya como título, ninguna novela lo tenía y yo lo descubrí.

-"El pasado" está relacionado con la idea del ex y hasta la novela se llamó "Ex"...

-Durante mucho tiempo la novela se llamó "Ex", pero cuando empecé a corregirla todo lo que me había gustado del título me empezó a molestar. Me molestaba que no fuera una palabra sino un prefijo, que se entendiera todo como "ex marido" o "ex mujer", cuando lo que me interesaba del ex era "extraordinario", "extraer", "exterioridad". Además, era una novela muy larga necesitaba un título más hospitalario.

-¿Cuáles son tus manías de escritor?

-Uno tiene una relación de metamorfosis con la máquina, al estilo tecnoparanoico del relato de William S. Burroughs en "Festín desnudo", aunque me interesa más la película de (David) Cronenberg que el libro. Los escritores tenemos una relación muy singular con el protocolo práctico de la escritura, creo que se pueden hacer categorías de escritores en función de la relación que tienen con los instrumentos con los que escriben.

-¿Y en qué categoría entrás vos?

-La escena de escribir implica un dispositivo, que para mí es un espacio cerrado, con poco confort, una mesa, una silla y la máquina, si hay más cosas es peligro porque existe la posibilidad de la distracción.

-¿Sos disperso?

-Más que a la dispersión tiendo a la pereza, es mi problema básico, el mal que supongo me va a matar. Todo en el mundo acciona contra el acto de escribir; hay tantas cosas que te tientan, empezando por no hacer nada, o empezando por leer. Para mí es mucho más placentero sentarme a leer que a escribir. Creo que hay muchos escritores que escriben para poder justificar que leen. La lectura es una actividad asocial. Pero si escribís, te dejan leer, porque parece que es parte de tu trabajo. Si leés y no escribís sos un paria, un parásito. Parece que leer es un ocio aristocrático insoportable para los que no leen.

-En la literatura profesional, a la que criticás, te pagan para escribir y no para leer...

-Cuando hablo de literatura profesional no hablo de esa faceta, sobre si te pagan o no por escribir, sino que me refiero a la literatura-producto, al libro bien fabricado, equilibrado, dosificado, eficaz, que colma la demanda que lo preexiste. Eso es lo que me irrita de la literatura contemporánea y a mí me interesan los libros que inventan nuevas demandas, o los libros que son desubicados, que tienen agujeros, desequilibrios internos. Hay un culto de la factura que está ligado a un súper yo técnico. Es como un requisito que el arte tendría que reunir y que detesto. El arte tiene más que ver con la invención, con la violencia, con el desajuste que con el acabado y el pulido.

-Desde ese punto de vista y según tu mensura, ¿cinco años es poco o mucho?

-Es lo que me llevó escribir este mamotreto. Yo escribo lentamente y me di cuenta bastante rápido que la novela iba a ser larga. Me gustó la experiencia de estar mucho tiempo escribiendo una novela, fue un atractivo no escribir rápido una novela larga, sino rendirme a ese ritmo lento y largo de esta novela. Quería ver cómo era vivir durante cinco años en el mismo mundo de ficción, con los mismos personajes. Para mí es muy importante la experiencia de escribir los libros y en algún momento "El pasado" me pareció infinita. Me enfrenté al mismo problema de los protagonistas de la novela: cómo decir que algo ha terminado. Y hasta pensé que no la iba a publicar, que la obra no iba a ser el libro terminado, sino que yo iba a cobrar entrada para que la gente me viera escribir. Como un artista kafkiano y becketiano.

-Si habla el que escribe, ¿cuál es la mayor satisfacción?

-Una cierta impunidad, la sensación de que cuando uno escribe no pesa ninguna ley. Todo se vuelve extraordinariamente ingrávido. Hay como una cierta clandestinidad o una impresión de poder muy fuerte. Y al mismo tiempo hay mucha autarquía, en el momento de escribir se arma un ecosistema y no se necesita nada más. Como esos organismos monocelulares que se autofecundan o como esos científicos locos que aprietan perillas, como esos delirios de conquistador, de experimentar con el mundo. Hay un placer muy infantil en eso de tener el mundo en tus manos.

-¿Por qué no fuiste a buscar el premio Herralde a España?

-Porque no sabía que me lo daban. La entrega es en Barcelona a los dos días del veredicto. Era un disparate viajar porque para mí era más interesante ir a España cuando el libro ya estuviese en la calle. El premio lo recibió Rodrigo Fresán por mí y fue una cosa totalmente simbólica.

-18 mil euros no son simbólicos...

-Me refería al acto en sí. Pero no, 18 mil euros no son simbólicos.

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Pauls fue premiado con el premio español Herralde.

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