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 domingo, 25 de julio de 2004

Editorial
Accidentes: los radares ayudan

Sin ninguna duda, se trata de uno de los principales dramas que padecen los rosarinos. La elevada cantidad de accidentes viales que se produce en la ciudad, con el consecuente alto número de víctimas incluyendo a las fatales, viene en aumento pese a todas las campañas educativas realizadas y a las múltiples exhortaciones que se efectúan desde masivas tribunas. Las cifras, de acuerdo con un informe que difundió oportunamente La Capital, indican que en el primer trimestre de este año se registraron casi mil colisiones más que en similar plazo del 2002 y cerca de ochocientos más que en igual ciclo del 2003. El hecho se erige como ciertamente grave y merecedor, en consecuencia, de la mayor atención por parte de las autoridades.

Sin embargo, cada vez que se alude a los radares como elemento de supervisión de la velocidad la espontánea reacción de numerosos conductores es fuertemente crítica. Muchos de ellos de inmediato recurren a dos palabras que definen de manera excluyente, según su criterio, el eje de la situación: "Afán recaudatorio", dicen. Y más allá de que la ambición de lucrar se ha manifestado como obvia en lamentablemente no pocos casos -sobre todo en pequeñas comunas del interior provincial-, tampoco puede desmerecerse la eficacia disuasoria que poseen estos aparatos si lo que se procura es que se disminuya la velocidad y de tal modo aminore el número de siniestros.

De allí que, aunque antipática si se la analiza desde tan superficial punto de vista, justifique elogios la decisión de instalar radares en las calles de Rosario -donde el máximo de velocidad permitido es de cuarenta kilómetros por hora- y no sólo en las avenidas -donde el límite es de sesenta-. Es que no son escasas las arterias de la urbe cuyo considerable anchura y/o buen estado del pavimento invitan a pisar el acelerador, con los riesgos que tal actitud acarrea. Ejemplos a mano son, entre otros, las calles Corrientes, 9 de Julio, Alem y Catamarca. Y si la persuasión en este caso tristemente demuestra su ineficacia, el único camino que le queda al Estado es la implementación de estrictas medidas de contralor y aplicar, cuando corresponda, la sanción correspondiente.

En la nota que dos días atrás publicó este diario acerca del tema un conductor reconocía haber sido pescado "in fraganti" en la intersección de 9 de Julio y Pueyrredón. Su relato del suceso define con precisión cierta mentalidad: "Nunca pensé que allí iba a encontrar un radar porque los veo siempre en las avenidas -contó-. Venía a sesenta kilómetros, por lo tanto no zafo". De autocrítica por la imprudencia cometida, ni rastros: sólo el lamento porque no "zafa".

Y esa cultura, la del "zafar", es la que corresponde modificar con urgencia. Difícilmente pueda plasmarse el objetivo que se persigue -bajar la cifra de accidentes y por ende la de muertes- si la propia comunidad no es solidaria con él. La coerción aislada jamás resultará suficiente. Pero, mientras tanto, no se visualizan mayores alternativas.

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