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 domingo, 25 de julio de 2004

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Los tiempos del presente

Jorge Besso

Con toda probabilidad el presente debe ser el tiempo más buscado, ya que en el caso del pasado, así como en el caso del futuro, se trata de tiempos que vienen solos. El pasado porque es un tiempo que nos retorna sin que apretemos ningún botón, que por otra parte no tenemos. En lugar del botón inexistente disponemos de un refrán perfectamente inútil como el que sentencia: "Lo pasado pisado" cuando la cuestión, como se sabe, es que el bendito o el maldito pasado no te pise el presente, porque en tal caso estamos fritos, ya que estamos pisando lo que ya pisamos.

En cuanto al futuro la situación no es menos problemática porque o bien tratamos de anticiparlo, o bien tratamos de negarlo, pero en cualquier caso requiere un equilibrio como el del timing del tenis: es decir, el encuentro justo con la pelota, en este caso con el futuro, ni antes ni después. Si es después, el futuro al igual que la pelota, se nos viene encima; si es antes nos llevamos por delante tanto a la pelota como al futuro.

Es posible que Dios tome asistencia todos los días, y por lo tanto debe ser el único que tiene un panorama general de cuantos humanos siguen en circulación en el día de la fecha y cuántos son retirados de la misma, y en ese sentido, recluidos en los cementerios respectivos o bien desperdigados en las cenizas correspondientes. Como tantas informaciones resultaría necesaria pero no suficiente, ya que dicha información sería una información objetiva, pero nada diría de lo subjetivo, en tanto y en cuanto dentro de la enorme masa de los presentes, es imposible saber cuántos realmente están presentes.

Por esa facultad tan propia de los humanos de poder estar y no estar en un lugar al mismo tiempo, ya que a la pantalla psíquica del presente le podemos superponer cualquier otra pantalla pasada o futura, gracias a lo cual la vida muchas veces resulta soportable, pero también suele ser, como se sabe, la forma más habitual de perder el tiempo. Como con tantas otras cosas el humano se lleva bastante mal con el tiempo, y todo hay que decirlo, tampoco se lleva demasiado bien con el espacio. Es decir que no deja de ser un cierto milagro que un humano circule con tiempo y espacio sincronizados, y por lo tanto utilizando su tiempo en el espacio en que está, y no regalándolo en un espacio en el que imagina que está y del que está ausente.

El milagro aumenta considerablemente si semejante sincronización se produce con otro ser humano que esté en el mismo espacio, y al que también le dedica el mismo tiempo y al mismo tiempo. El ejemplo más claro, de mayúsculo milagro, es el enamoramiento donde dos seres sintonizan de tal forma en tiempo y espacio que se hacen uno abrazando la eternidad, con el resultado de que no saben ni les interesa saber, en qué tiempo y en qué espacio están, ya que en ese lugar habitan los otros, si es que verdaderamente existen.

Pero el enamoramiento, como sospechó Freud, no deja de ser un estado de hipnosis, y habría que agregar de hipnosis recíproca, razón por la cual es precisamente un "estado" y no una permanencia que termina disolviéndose, justamente, en el tiempo y con el tiempo. Que haya gente que vive enamorada toda la vida con toda probabilidad debe ser la excepción que confirma la regla, ya que con toda evidencia la humanidad no está poblada de enamorados, pues en tal caso la inmensa mayoría de las cosas terribles de todos los días no sucederían.

En realidad no sucedería prácticamente nada, ya que los enamorados por así decirlo, están en mora con todo lo demás, asidos como están a una suerte de presente continuo. En este sentido es más bien difícil que a un enamorado, por ejemplo, se le ocurra ser presidente de la república, lo cual le impediría ocuparse de su amor al tener que ocuparse de lo otro.

Por su parte, los presidentes es más que difícil que se enamoren, ya que por lo general se enamoran del poder. Por otra parte, de todos los sentimientos desagradables o incluso angustiantes del presente, uno de los más molestos es la sensación consciente y nítida de la pérdida del tiempo. Paradójicamente, es una de las pocas formas de tener una cierta consciencia del tiempo, ya que cuando la gente está bien o más aún cuando está feliz, no tienen la más mínima idea de la hora.

En el extremo opuesto, los segundos que se van perdiendo uno tras otro con la consciencia más bien inútil de que son irrecuperables, no hacen más que aumentar el peso del ser y donde el movimiento más nimio carece de toda agilidad. Ya que a pesar del título y el contenido de la novela de Milán Kundera, no hay nada más insoportable que la insoportable pesadez del ser.

En este sentido E. Ciorán lo tenía mucho más claro, en tanto y en cuanto sabía perfectamente dónde estaba el infierno cuando decía: "El infierno es ese presente que no se mueve, esa tensión en la monotonía, esa eternidad invertida que no va a ninguna parte, ni siquiera a la muerte." De todas maneras, ante semejante infierno conviene recordar que no se puede vivir sin perder el tiempo, pues por muy bien empleado que esté el maldito tiempo igualmente se pierde, por la misma razón que no se puede comer la tortilla sin romper los huevos.

No comer la tortilla para conservar los huevos suele ser el sentido mismo de la neurosis. Curiosamente, es el único caso en que no comer engorda. Es decir, la neurosis produce un engrosamiento del ser de forma que cuando estamos muy neuróticos corremos el riesgo de entrar en la obesidad del ser, y no hay dieta club al respecto.

Si se es demasiado miedoso, nos quedamos en la orilla, si se es demasiado intrépido nos podemos quedar en el fondo. Aún siendo en presente, la vida no es un regalo: todos los días hay que ganársela.

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