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 sábado, 15 de mayo de 2004

Treinta minutos aterradas en su casa a merced de una banda
Madre e hija fueron sorprendidas cuando entraban. Los ladrones las maniataron y encapucharon. Dejaron un desorden y se llevaron 5 mil pesos y 3 mil dólares

"Me vi como en una película", afirmó Norma Ferromatto, quien junto a su hija Florencia de 14 años vivió una pesadilla que duró media hora. Al menos cuatro delincuentes las sorprendieron cuando regresaban a su casa, en la zona oeste de la ciudad. Encañonadas, tiradas en el piso boca abajo y atadas de pies y manos, fueron testigos de cómo los maleantes se movían a sus anchas por toda la vivienda. Revolvieron cajones y muebles para llevarse alrededor de cinco mil pesos, tres mil dólares y electrodomésticos. Después la banda se marchó dejando a las mujeres encerradas con llave dentro de su propia casa.

Ocurrió cerca de las 19 del jueves, en una vivienda de Colombres al 1100. Allí vive la familia Ferromatto, dueña de dos carnicerías, una de las cuales queda a pocas cuadras de la casa. De ahí volvían Norma y Florencia a bordo de una camioneta. Era de noche y no había un alma en la calle.

Aún asustada por el mal trance, Norma contó que al llegar a su casa hizo lo de siempre: estacionó, abrió el portón del garaje y metió el vehículo. Fue en el momento en que se disponía a bajar de la cabina cuando escuchó a varias personas acercándose, corriendo por detrás. "Nos sacaron a los empujones de la chata. Yo me resistí, forcejeamos y me pegaron en la cara porque quería que no los mirara. Grité pidiendo ayuda pero a esa hora no había nadie en la calle", recordó la mujer.

Con Norma y Florencia encañonadas, los ladrones ingresaron en la casa. La mujer contó que las mascotas de la familia, un ovejero alemán y un colly, ladraban excitados, como siempre cuando sus amos llegan a la casa. Pero los delincuentes estuvieron astutos: cerraron todas las ventanas y cortinas, impidiendoles percibir lo que ocurría dentro de la casa.

"La plata, queremos el toco de plata que tenés", le dijo el hombre que parecía liderar la gavilla. La mujer fue tirada al piso, boca abajo, en la cocina comedor. Allí le ataron las manos a la espalda y los pies con un rollo de cinta adhesiva que traían los propios ladrones. Después la encapucharon con una prenda.

Florencia, en tanto, fue llevada a los empujones hasta el lavadero. Allí también la dejaron en el piso, con las manos atadas, vigilada por uno de los ladrones que parecía ser muy joven. "Quedate tranquila", la consoló el muchacho. "La cosa es con tu padrastro", apuntó dejando en claro que la banda sabía quién era el jefe de la familia, el dueño de las dos carnicerías. "Lo único que quería era que se fueran. Pensaba en que la podían lastimar a mi hija. Tenía miedo de que llegara mi marido o el hijo y que todo terminara peor", contó Norma. Agobiada, les indicó un lugar donde ella y su pareja solían guardar algo de efectivo. El dinero no estaba allí y esto enfureció al que parecía ser el jefe. "Estamos perdiendo tiempo. Mirá que tiramos al aire", amenazó el hombre.

"Me dio pánico. Evidentemente mi marido sacó la plata para algo, para pagar alguna deuda. Para colmo no me dejaban respirar. Tenía la cabeza tapada y no podía despegar la nariz del piso".

Los delincuentes revisaron palmo a palmo las habitaciones de la casa. A su paso desparramaron el contenido de cajones y vaciaron un par de armarios y mesitas de luz. Hasta que finalmente encontraron unos ahorros que tenía la familia. Juntaron algunos electrodomésticos, como una video y un equipo de música y se marcharon. Antes desconectaron el cable del teléfono y cerraron por fuera. Sólo cuando Norma escuchó el ruido de la llave al trabar la puerta se atrevió a llamar a su hija. Luego se pudo desatar y salió al patio trasero para pedir ayuda.

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Norma contó que la capucha no la dejaba respirar.

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