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 domingo, 25 de enero de 2004

Lecturas. Sexo y vertiginosa acción en una novela de Sergio Olguín
"Filo": Pasaporte a lo inquietante

Osvaldo Aguirre / La Capital

Filo" es una palabra con sentidos múltiples. En su acepción convencional, dice el diccionario, designa la arista o borde agudo de un elemento cortante. En el lenguaje de la calle, un amor ocasional. En el antiguo argot policial, el delincuente que hace un cuento para estafar, es decir, el acto de narrar. Y entre los universitarios porteños, la Facultad de Filosofía y Letras. La novela que ha escrito con tal título Sergio S. Olguín (Buenos Aires, 1967) asume de modo consciente esas significaciones.

Hay dos historias combinadas en "Filo". Se desarrollan de manera paralela y alternada y hasta poco antes del final sólo asumen conexiones laterales. La primera tiene como protagonista a un hombre mayor, con familia y una vida sin sobresaltos, y se desencadena cuando pierde su trabajo. El personaje, Jorge Simone, decide ocultar ese hecho y así comienza a crearse un nueva vida, que le hace ver de manera distinta aquello que creía bueno y deseable y lo aproxima a personajes y lugares que desconocía. La fábrica que lo empleaba y su esposa, descubre así, "eran el ancla que lo ataba a una realidad que él no quería, de la que debía zafar (...) para dedicarse a navegar".

Las aventuras que lo esperan no excluyen el riesgo del naufragio. Jorge conoce a Pajarito, un ladrón de poca monta pero con estilo y códigos, que lo lleva al delito (son escruchantes) y a un hotel de Constitución, donde se asoma a otra ciudad: la de las prostitutas, los policías corruptos, los sobrevivientes. El único vínculo que mantiene con su existencia anterior es su hija, Marcela, quien a su vez está en crisis: presa de un matrimonio desgastado por la rutina y una sexualidad pobre, cree que debe hacer algo sin saber bien qué y resuelve retomar un proyecto interrumpido: estudiar Letras.

Con ella, la ficción ingresa en la facultad. El protagonista es aquí Santiago Pazos, quien también ha decidido volver a la carrera tras lanzarse al periodismo. Colaborador de la V., una revista cultural, y de Cosmopolitan, con seudónimo de mujer, Pazos siente "amor a priori a todo lo que fuera bizarro, decontracté y confusamente relacionado con el sexo"; el fútbol y el lenguaje deportivo son otras referencias importantes (puede describir una conquista amorosa en los términos en que se relata un partido). El personaje es un alter ego de Olguín. La mencionada publicación supone una alusión transparente a V de Vian, revista de cultura que el propio autor dirigió entre 1990 y 1999 y se caracterizó por la impugnación sistemática de aquellos escritores consagrados simplemente por el marketing, las relaciones públicas o la tontería. Santiago Pazos fue el mascarón de proa de la empresa: era el nombre que firmaba la columna "¿Cuánto vale tu silencio?", donde precisamente se ventilaban las miserias de la vida literaria.

En su reaparición, Pazos no defrauda a los lectores que lo conocen. Ante una ex novia, se dice, "no podía reprimir las ganas de cruzarle un cachetazo cuando descubría, escondido en el fondo de su cartera, el último libro de César Aira", Este escritor reconocido sin matices por la academia y el periodismo es objeto, se ve, de un rechazo explicíto (recibe otra pulla). Pero Pazos/Olguín no se propone una simple broma sino poner en juego valores literarios: al mismo tiempo reivindica a escritores que no tienen esa difusión y a su juicio la merecen (Alberto Vanasco, Mario Trejo) y se perfila como un discípulo de David Viñas. De hecho, el propio Viñas aparece en la novela, en su clase, enseñando a propósito de un tema (la muerte de Eva Perón) la diferencia entre literatura (Rodolfo Walsh, "Esa mujer") y marketing (Tomás Eloy Martínez, "Santa Evita"). Y hay otro señalamiento del maestro: la literatura como dimensión inquietante del lenguaje.

En Olguín, lo inquietante aparece, al menos, en dos aspectos persistentes (también dan forma a la escritura de su novela anterior, "Lanús"). En primer lugar, la sexualidad: es uno de los pocos narradores jóvenes (o quizás el único) que se propone abordar el sexo como problema literario, instalándose en el límite del erotismo, un paso antes de caer en la pornografía. Santiago y Marcela tienen una historia pendiente de su etapa anterior como estudiantes, que remite a la frustración de no haber tenido sexo. A su alrededor se traman otras intrigas amorosas. Tales escenas no son un agregado para hacer más atractiva la anécdota sino derivaciones naturales de las relaciones de los personajes y de sus historias.

El otro aspecto que inquieta en "Filo" es el de la relación con la ley. Aquí se recorre otro límite. En el desenlace las historias convergen y progresan vertiginosamente alrededor de una bolsa con cocaína, una especie de ticket para el infierno. Unos personajes tan fuertes y a la vez tan frágiles como puede ser cualquiera enfrentan a fuerzas que tienen de su lado recursos devastadores. A esa altura los personajes se han vuelto entrañables; no sólo por sus peripecias sino porque merecen conseguir lo que desean: la libertad de "una existencia menos común, una vida menos ordinaria".

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Olguín deja bien en claro sus preferencias y sus rechazos en literatura.

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