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 domingo, 02 de noviembre de 2003

Los instantes anteriores y posteriores al asesinato del estudiante de psicología
Detalle del crimen de Germán Owsianski
El juez rearmó la reunión de amigos previa al homicidio y el instante en que se produjo el sorpresivo disparo

Jorge Salum / La Capital

Los cuatro chicos —Brahian, Pablo, Nada y Florencia— fueron hasta un quiosco de Corrientes y 27 de Febrero. Eran las 4.15 de la mañana y la zona lucía semidesierta. Aunque allí hay una estación de servicios, sólo de vez en cuando pasaba algún colectivo o un auto y casi no había gente en las calles. Era la madrugada del lunes 13 de octubre y todavía faltaba un buen rato para que la ciudad se pusiera en movimiento.

  Brahian llevaba un arma escondida entre sus prendas. Era un revólver del calibre 22. Habían pasado pocos días desde que una de sus amigas lo vio mostrarlo por primera vez. Aquel día el chico parecía orgulloso de portarla.

  Pablo escuchó la invitación de Brahian sin inmutarse. "Vayamos a robar algo", le dijo su amigo. El convite no lo sorprendió. Al contrario, le pareció natural. Las chicas se fueron a la casa de Eduardo, donde estaban reunidos otros amigos.

  El dúo, en cambio, salió a buscar a un candidato para la aventura. Los dos querían demostrarle a ellas que podían hacerlo. Para eso querían robar.

  Caminaron por Corrientes hasta Ocampo. Doblaron hacia el este y siguieron hasta Maipú. No se cruzaron con nadie. Ya traspasaban la esquina de Ocampo y Maipú cuando vieron que por la última calle se acercaba un muchacho. Estaba vestido de jean y calzaba unas zapatillas de color gris con vivos anaranjados.

  Brahian y Pablo lo esperaron. Cuando lo tuvieron al lado, lo encararon. Estaban a la altura del 1883 de Maipú y la escena no tenía testigos.

  Ni bien lo abordaron pidieron unas monedas. Germán no tenía monedas. Había estado en un par de bares tomando unas copas con chicos que conocía y regresaba a su departamento con los bolsillos vacíos. Era estudiante y la plata no le sobraba. A Brahian y Pablo la respuesta de su presa los enfureció.

  Brahian metió la mano en la cintura y mostró el revólver. "Entonces dame las zapatillas", gritó. Por un instante, Germán vaciló. Acaso por el aspecto de los chicos que tenía frente a frente, no pensó que realmente lo estaban asaltando. Vestían como él, o quizás mejor, y no parecían marginales.

  El que portaba el 22 decidió convencer a Germán de que realmente lo estaba asaltando. Abrió el tambor del revólver y se lo mostró: estaba lleno de balas. Así consiguió lo que buscaba. Germán se sentó en el umbral de una casa y comenzó a quitarse las zapatillas. Eran unas Topper. Mientras lo hacía, no pronunció ni una palabra.

  Pero Brahian estaba nervioso. Se notaba en sus movimientos. Mientras Germán desataba los cordones, algo torpe por el susto, el chico blandía el arma. Germán la vio frente a su cabeza. Por la calle no pasaba nadie y sólo se escuchaba el sonido apagado del tránsito en los alrededores.

  De pronto un estampido cortó el aire. Nicolás y Mauricio lo escucharon claramente cuando caminaban a un par de cuadras. María del Rosario, que vive en un edificio a la altura donde se producía el asalto, también oyó un ruido seco que la sobresaltó en la cama. Es probable que muchas otras personas lo escucharan, aunque en ese momento no pudieron imaginar de qué se trataba.

  —"¿Qué hiciste, pelotudo?", gritó Pablo, espantado.

  Brahian también gritó.

  "Se me escapó, se me escapó", dijo. Después comenzó a correr alocadamente. Iba por Maipú hacia 27 de Febrero. Mientras, Germán seguía sentado. Estaba descalzo y su reloj había quedado desprendido en la muñeca.

  Pablo corrió detrás de Brahian. Mientras huían, una duda les carcomía la cabeza. "Parece que lo maté", alcanzó a decir el que empuñaba el arma. El otro se dio vuelta y vio a Germán tratando de correr hacia ellos. "No, tranquilizáte. No le pegaste", lo calmó.

  Corrieron hasta una casa de Maipú al 2300. Nada y Florencia estaban allí, junto a otros cuatro chicos. Uno de ellos era Eduardo, el dueño de casa.

  Todos vieron entrar a Brahian y Pablo. Estaban agitados. "Se los veía nerviosos", contarían después sus amigos. Llevaban las zapatillas de color gris con vivos naranja y Brahian todavía empuñaba el arma. Aunque Pablo había visto a Germán corriendo como ellos, Brahian estaba convencido de que había herido al chico en la cabeza.

  Mientras ellos aún discutían si el balazo había lastimado a la víctima, Germán corrió descalzo casi una cuadra. Entró al pallier del edificio de Maipú 1955, donde vivía, y se desplomó. Su recorrido en zigzag quedó dibujado en un reguero de gotas de sangre, que comienzan en el 1883 y terminan en el 1955 de la calle Maipú.

  A las 6, un chico llamado Franco que vive en el mismo edificio lo vio tirado en el suelo. Había sangre en su rostro y también en el piso. "Un charco bastante grande". Germán tenía los ojos entreabiertos.

  Franco no hizo nada. "Pensé que estaba borracho y que al despertarse subiría a su departamento", explicaría después ante los policías de la Brigada de Homicidios. A las 11, cuando se levantó, se enteró de lo que había ocurrido. A Germán le habían dado un tiro en la cabeza mientras le robaban las zapatillas.

  En la casa de la calle Maipú al 2300 la discusión seguía. ¿Había matado Brahian al chico de las zapatillas? A alguien se le ocurrió una idea: abrieron el tambor del 22 y descubrieron un lugar vacío. De una cosa ya estaban seguros: el arma había sido disparada. De lo otro recién tendrían certezas horas más tarde, cuando vieron los noticieros del mediodía en la TV.

  A Germán lo encontró una chica llamada Lourdes. Ya eran las 7.30. Seguía allí, junto a las escaleras, tirado en el suelo. Estaba boca arriba y tenía los brazos extendidos hacia las piernas. Parecía muerto pero aún vivía.

  La bala del 22 había entrado en el lado izquierdo de la cabeza. Recorrió el interior del cráneo y quedó alojada en un sitio que se conoce como silla turca. El forense dijo que provocó una gran hemorragia, pero de formación lenta. Es la razón por la cual Germán pudo caminar casi una cuadra hasta desplomarse. El mismo día entró en coma y ya no volvió a salir. Murió el jueves 16 de octubre, a media tarde, en la sala de terapia intensiva del Hospital de Emergencias.

  La llegada de Brahian y Pablo a la casa de la calle Maipú al 2300 había tenido demasiados testigos. Todos allí estaban muy nerviosos. El miedo se había instalado entre ellos y ya no los abandonaría. Tal vez por eso el rumor sobre lo que había pasado comenzó a circular enseguida. Había que despegar de los autores porque la aventura acabó mal. La policía recogió las primeras versiones sobre cómo había sucedido todo al día siguiente, en el mismo barrio.

  Germán todavía estaba vivo cuando los detectives fueron a buscar a Pablo para detenerlo. Pero el viernes 17, cuando Brahian se entregó porque ya sabía que lo irían a arrestar como autor del disparo, el deceso del chico que vino desde San Justo para estudiar psicología había convertido el caso en un homicidio.

  Brahian Renierd Pizzicatti, que nació en Toronto (Canadá) el 23 de noviembre de 1984, fue procesado el viernes por el juez de Instrucción Carlos Carbone. Si llegaran a condenarlo, podrían darle entre 13 y 25 años de prisión. Pablo también está detenido pero su situación aún no se definió. Germán Owsianski, que vivió sólo 19 años, está sepultado en el cementerio de San Justo.

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Amigos de Germán, el 15 de octubre pasado.

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