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 domingo, 14 de septiembre de 2003

"En una guerra sigo haciendo mi trabajo"
Elisabetta Pique fue corresponsal en Afganistan e Irak, tratando de "contar lo que no cuenta una agencia"

Patricia Rodón

Habla rápido atropellando las palabras. Se nota que está acostumbrada a la acción y que puede lucir con gracia tanto su libreta de apuntes como un chaleco antibalas o una máscara antigases. Elisabetta Piqué tiene 36 años y ha elegido una profesión peligrosa: la de ser corresponsal de guerra. Estuvo en el frente en Bosnia, en Kosovo, en el conflicto palestino-israelí, en Afganistán y en Irak. Licenciada en Ciencias Políticas, en 1999 comenzó su carrera periodística en la agencia Ansa, trabajó en el diario La Razón y actualmente es corresponsal del diario La Nación en Italia. A su regreso de la reciente contienda en Medio Oriente puso en orden los cuadernos de notas que fue hilvanando día tras día durante las guerras de Afganistán en 2001 e Irak, a principios de este año. "Diario de guerra. Apuntes de una corresponsal en el frente" (Norma) es el resultado de ese esfuerzo, un libro donde la guerra se cuenta por dentro.

—¿Qué es ser un corresponsal de guerra?

—Es ser un periodista que va a cubrir una guerra y que protagoniza situaciones difíciles. Trabajás en condiciones muy arduas, en especial en estas dos últimas guerras, de las cuales doy cuenta en el libro, Afganistán e Irak, dos países ya castigados por décadas de guerra. En el caso de Afganistán, cuando escribo que están en la Edad de Piedra, es la Edad de Piedra. Realmente no hay nada. Tenés que ingresar a estos países no solamente con un teléfono satelital sino con botellas de agua porque no hay agua potable. Trabajás en condiciones muy difíciles y en situaciones de alto riesgo. Por eso, no nos movemos solos sino acompañados.

—Si la guerra es una locura, ¿los corresponsales de guerra están locos?

—Hay quien dice que sí (risas). No sé si estamos locos, pero lo que es indiscutible es que tenés que tener un carácter especial para estar ahí. Te dicen ¡ay, qué valiente! Yo no me creo ni valiente ni soy ninguna heroína, pero soy consciente de que tengo un carácter especial para que el miedo no me paralice. Es fundamental no entrar en pánico. Hay veces que tenés que tomar decisiones muy rápidamente y tener sangre fría. Además, estas dos últimas guerras logísticamente fueron muy difíciles, dormís en un auto, en el piso, en una carpa.

—¿Qué te motivó a ser corresponsal de guerra?

—Este es parte de mi trabajo de corresponsal. Lamentablemente estos últimos años hubo guerras y me tocó ir y hacer estas coberturas. No es que yo me sienta la corresponsal de guerra. Nadie me obliga, porque el diario no me puede obligar a cubrir una guerra y vos podés decir perfectamente no, no estoy dispuesta. Yo sí estaba dispuesta porque está en mí la pasión de ir y contar lo que veo en países distintos. La guerra es una realidad lamentable de los últimos años que me tocó cubrir. No hice nada para convertirme en corresponsal de guerra.

—¿Qué te planteás al escribir una crónica? ¿Qué material te proponés brindarle al lector?

—Tengo claro, sobre todo en estas últimas guerras que se vieron por televisión, que no voy a ser competencia de la CNN ni de la BBC ni de las agencias de información. Yo sé que estoy ahí para darle al lector algo distinto, la mirada argentina. Soy consciente de que las noticias de la guerra, el diario las va a obtener a través de agencias, de que la columna de opinión la va obtener del New York Times o de algún analista y de que lo mío es otra cosa. Trato de contar lo que nadie más va a contar. Estoy para contar lo que no cuenta una agencia.

—¿Cómo es la situación laboral de los corresponsales de guerra? Sabemos que hay muchos free lance, otros contratados a los que les pagan por nota. ¿Cuál es la tuya?

—Yo soy corresponsal del diario La Nación en Roma. Es una corresponsalía itinerante porque me muevo de un lugar a otro. Sigo al Papa, por ejemplo, en sus viajes. Cuando hay una guerra sigo haciendo mi trabajo, me pagan exactamente el mismo sueldo.

—¿Y el resto de los corresponsales?

—Hay muchos corresponsales y fotógrafos free lance, lo cual también es difícil porque hay altos costos en este tipo de coberturas. El teléfono satelital, los pasajes, los autos, los intérpretes. En ese sentido, siendo de un diario argentino, de un país con problemas económicos, cuando digo que siempre hay que estar acompañado tiene que ver con los costos porque compartís las cuentas. Hay periodistas de otros medios que quizás por ir a una zona de guerra les pagan distinto o tienen seguros millonarios. Hay un poco de todo. En mi caso, me pagan exactamente lo mismo.

—Afirmás que ser mujer en esos países no es nada fácil; además eras la única chica en tu grupo. ¿Cómo te sentiste?

—Al margen de que cada vez hay más mujeres haciendo este tipo de coberturas, en el grupo de periodistas italianos que se armó allá eran todos hombres y siempre me manejé bárbaro. No me hago problema por tener que dormir en el mismo cuarto con hombres. No me escandalizo de nada. Me adapto porque no me queda otra y lo vivo con serenidad. En el otro aspecto, en Afganistán era bastante difícil ser mujer porque me veían como un animal exótico o como una prostituta. Allí, haya un régimen talibán o no, la mujer es vista como alguien que tiene que estar en su casa, criar a sus hijos y trabajar en el campo y punto. No tiene que salir sola a la calle. Un par de veces ocurrió eso de ponerme una mano en el trasero en señal de desprecio. En la calle las mismas mujeres se escapaban de mí, porque es mal visto que hablaran con una mujer infiel y occidental. Pero tenía la ventaja de que habiendo logrado el contacto con una familia y entrar en la casa, siendo mujer podía hablar con otra mujer, obviamente a través de un intérprete, y los hombres no. Después les contaba a los colegas varones lo que decían estas mujeres.

—¿Ahí descubriste la verdad debajo del burka?

—Es que la verdad detrás del burka no tiene nada que ver con lo que nos vendió la CNN de que el burka fue una imposición del régimen talibán. También me di cuenta de la simplificación de la realidad que hacen muchos medios al decir que los talibanes eran los malos y la Alianza del Norte los buenos. Cuando llegás al territorio bajo el dominio de la Alianza del Norte, descubrís miles de burkas. El burka es una tradición milenaria en Afganistán y no va a desaparecer.

—¿Las mujeres se animaron a despojarse del burka ante vos?

—Sí, dentro de la casa no había ningún problema. El burka es para ellas como la cartera para nosotras cuando salimos a la calle. Es parte de ellas. Y las vi maquilladas, lindas, preocupadas por su apariencia.

—En el libro insistís en temas básicos de la supervivencia: comer, dormir, asearse, ir al baño. Cosas que nunca describirías en situaciones normales.

—Es que es algo auténtico, este es un diario. Nunca pensé que iba a ser publicado. Es el relato del día y creo que es como tirar abajo el mito un poco romántico que hay del corresponsal de guerra. Detrás está la cosa cotidiana de tener que resolver problemas más escatológicos.

—¿Cómo conseguís un intérprete confiable?

—Cuando me preguntan cómo es el día de un corresponsal de guerra, yo digo que no hay un plan. Todos los días son distintos y depende de lo que va pasando. El tema del intérprete es difícil. En Afganistán estaban los de la Alianza del Norte que, bien o mal, te conseguían un intérprete. Pero en Irak era mucho más difícil, porque no podías entrar desde Kuwait con un intérprete de allí, porque los odian. Y en Irak a los periodistas occidentales nos identificaban con los invasores. Si en la calle te encontrabas a un iraquí que sabía inglés y decías, bueno, lo contrato, no podías confiar en él.

—¿Y con las fuentes cómo se trabaja?

—Es todo muy precario. Alguien dice me enteré de tal cosa y vas. Todo surge de la nada. Y está la paradoja de que estás en medio de la noticia, pero estás viendo sólo tu pequeña parte y necesitás hablar con el diario para saber qué es lo que está pasando en Bagdad, en Siria, en Turquía. Estás casi out de la guerra en realidad.

—Sin embargo, muchas veces te enterabas de lo que estaba pasando a través de la CNN o de la BBC. Llama la atención de que en el libro no haya referencias al mundo periodístico árabe.

—Y sí, es que, bueno, no veíamos nada de televisión árabe.

—Pero había periodistas del mundo árabe.

—Sí, claro. Todo el tiempo nos encontrábamos con los de Al Arabia y Al Jazeera. Pero yo me movía con los latinos.

—¿Te afectó mucho la muerte de periodistas?

—Fue un bajón, fue tremendo. En estas últimas guerras murieron muchos periodistas, lo cual duele. Pero más me duele el hecho de que no se sepa cuántos civiles murieron, cuántas mujeres, cuántos chicos. Porque no interesan. Y eso es tremendo. Que los muertos iraquíes o afganos no importen. Sí los periodistas o los soldados. De ellos sí se sabe en detalle cuántos murieron, pero de los civiles nunca se va a saber. Son daños colaterales y no le interesa a nadie y eso me parece tremendo. Los únicos muertos que cuentan son los occidentales.

—Describís bien la presencia de las grandes networks en las guerras, desde la tecnología que transportan hasta el dinero de que disponen. ¿Cómo es la relación con los otros periodistas?

—Los tipos pelaban fajos de dólares. Era increíble. Hay de todo. Podés encontrar a tipos divinos de la CNN o podés encontrar a otro que se cree una estrella y no te da bola.

—Pero, en general, ¿comparten la información, pasan datos o hacen la suya?

—Hacen la suya. Además, es otro tipo de información la de la prensa escrita y la de la prensa televisiva. En la televisión en dos minutos tenés que decir todo. Nosotros tenemos otros tiempos. Por eso tenés más afinidad con los de prensa escrita. Aunque, como viste en el libro, yo me moví con un equipo de televisión y trabajé bien igual.

—La guerra no ha terminado. ¿Cómo sigue tu historia? ¿Volverías?

—Si el diario me pide que vuelva, voy con todo gusto porque es un tema que me interesa. Ahora vuelvo a Roma, que es mi base, y sigo con mi trabajo de corresponsal.

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Elisabetta Piqué, una cazadora de noticias.

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