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 domingo, 07 de septiembre de 2003

[Perfiles]
Adolfo Nigro, de la cruda realidad al lenguaje plástico
La búsqueda de los materiales es tan importante como su reelaboración, dice el artista que expone en el museo Castagnino

Beatriz Vignoli

Uno se construye el propio pequeño mundo con cosas que va trayendo de los viajes; un día la propia casa ya no es el entorno al que se ha nacido sino que se parece bastante más al lugar donde se soñaba con vivir.

Cuando se lo plasma en obra, el arte de viajar -de ir a buscar los materiales de la propia vida por el mundo- revela la utopía implícita en el arte de vivir. "Ando por las calles desconociendo el mar excepcional/ me paro a conversar con la larga mano de la llanura/ y sé de mí y del hondo kilómetro habitado". Estos versos con que Edgar Bayley inicia su poema "Andanza para habitar" (En común, 1949) sirven para empezar a definir los originales procedimientos creativos del artista plástico rosarino Adolfo Nigro.

Nacido en 1942, radicado en Buenos Aires luego de una vida de errancia no del todo azarosa por los momentos históricos más interesantes de diversas ciudades (Montevideo en los años sesenta, Santiago de Chile al asumir Allende, Barcelona al morir Franco...), Adolfo Nigro, como bien señala Nancy Rojas en su flamante monografía sobre el artista, ha asumido el "legado ético" del Taller de Torres García. Tal legado lo entronca en un linaje modernista que incluye a la Bauhaus, entre otras escuelas, abarcando todo el siglo XX, y cuyo principal propósito es lograr la fusión entre el arte y la vida, sin distinción entre artes cultas y artes populares, ni entre materiales nobles y "materiales pobres".

Por eso, resulta vivificante visitar la limpia y luminosa casa-taller de Nigro en el barrio de Constitución (antes estuvo viviendo y trabajando en San Telmo; ahora ya está buscando un nuevo lugar, no sabe aún dónde). Colecciones de barcos en miniatura, de gatos tallados, de artefactos precolombinos, de calabazas pintadas: el artista desparrama su alma por toda la casa. Recorrerla es como entrar en la legendaria casa-collage de Kurt Schwitters en Hannover: se ve en acción un ámbito creativo en transformación permanente, donde absolutamente cualquier cosa del mundo cotidiano puede ingresar al espacio plástico de la obra en cualquier momento, por un simple cambio de identidad debido a una decisión súbita del artista...

O no tan súbita: porque al conocer el taller propiamente dicho es posible notar que algunas de tales cosas (tablas de picar carne, postales antiguas, fragmentos de utensilios) se hallan en fila de espera, acumulándose en grupos bien ordenados que se extienden por estantes, pisos y mesas. Este limbo de los materiales -casi un museíto por derecho propio- abarca sus dos salas de trabajo: una, más amplia, con caballetes, donde Nigro pinta; y otra, menor, donde se encuentra el tablero de dibujo sobre el que realiza sus objetos y collages. Hay una zona central del tablero, vacía o con papeles en blanco, que es donde sucederá la obra. En una disco, ese vacío (más precisamente, no un vacío sino un campo) sería la pista de baile. Alrededor, aguardando la invitación, de a poco "se van encontrando" (Nigro dixit): un rollo de boletos de ómnibus ("de Montevideo, regalo de un amigo", explica); etiquetas en idiomas extranjeros de productos regionales de las más exóticas procedencias... y todos esos humildes tesoros tienen el aura del afecto. Esas cosas están cuidadas, han sido recibidas con gratitud y maravilla, pero además todas llevan las marcas de procedencia de un lugar concreto, y dan señales de pertenecer a un momento histórico determinado. Cosas de cuyo simple estar ahí el artista se alegra, porque traen noticias del mundo. Las recolecta y ordena por esa alegría, y para que se reciban algún día de obra de arte. Algunas esperan años allí, ya fuera de la vida práctica pero todavía no en la obra. Acompañan al artista y a su familia en sus mudanzas.

La descontextualización respecto del sentido utilitario que constituye al objeto de uso cotidiano como objeto artístico, en Nigro es una forma del amor: un amor cuyo eje es la celebración de la existencia. Al recrear en la obra de arte los procesos que hacen surgir las formas vivas en la naturaleza, el artista crea, como decía Kandinsky, un "cosmos resonante" (colores y formas independientes en un espacio pictórico abierto) y su industriosidad no industrial forja un lenguaje plástico de materias singulares. Constituido por restos de experiencias únicas y por huellas de acontecimientos irrepetibles, ese lenguaje se parece al de la poesía. Según Andrea Giunta, es un "idiolecto": un idioma propio del artista. Al ingresar en la obra, el objeto, procedente del mundo íntimo del artista, deviene signo.

El material cae en las redes bautismales de la forma del modo en que entra un recuerdo en un sueño: cambia, se rompe, se funde con otros... en suma, en su paso desde la cruda realidad al mundo del lenguaje plástico, el material se integra a un sistema de íconos de base geométrica y de colores primarios que se corresponde con lo que Torres-García, en su Universalismo Constructivo, llamó "estructura". Al igual que Torres y otra de sus influencias, el artista norteamericano Richard Tuttle, Adolfo Nigro busca la síntesis entre lo geométrico y lo orgánico. Pero su principal guía en esta búsqueda ha sido José Gurvich, discípulo de Torres en cuya "Casa del Cerro" Nigro estudió y colaboró como asistente a mediados de los años sesenta. Este encuentro coincidió con el período de madurez del maestro, cuando Gurvich ya se había independizado de Torres-García en dos aspectos fundamentales: había reemplazado el ángulo recto por la curva espiralada y se atrevía a incluir sus propios símbolos personales, autobiográficos, en la obra. En un texto inédito (cortesía de Nancy Rojas), Nigro reconoce haber aprendido de Gurvich la noción del espacio pictórico como espacio libre, como lugar de lo posible, y también la de la obra como mundo imaginario, constituido por la memoria. Las obras de Gurvich según Nigro -asombrado, tal como él cuenta, ante la inagotable fecundidad de sus energías signadas por la abundancia-, "iban brotando como frutos en un árbol".

Para saber más sobre esta historia hay que leer la excelente monografía de Nancy Rojas, "Adolfo Nigro: En el umbral de la imagen", publicada recientemente como libro bajo ese título, en un mismo volumen junto con una reedición del ensayo de Andrea Giunta: "El ‘objeto’ en la obra de Adolfo Nigro". Editado originalmente en 1986, el ensayo de Giunta es de una pertinencia vital, pues trata en forma clara y sistemática acerca de manifestaciones artísticas no tradicionales, hoy muy vigentes, pero no asimiladas todavía del todo por el público y la crítica, sobre los cuales no es fácil hallar buena bibliografía teórica. La cuidadísima edición del libro (mucho más que un simple texto de catálogo: un libro consagratorio) es responsabilidad de la editorial Asunto Impreso, y entre otras instituciones cuenta con el patrocinio del Museo Municipal de Rosario Juan B. Castagnino, no por casualidad: "En el umbral de la imagen" fue editado en ocasión de la muestra retrospectiva de Adolfo Nigro del mismo nombre, que, ya con unánime respaldo de la crítica, todavía puede visitarse en el Museo.



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