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 miércoles, 27 de agosto de 2003

Editorial
Solidaridad frente al miedo

La reaparición del criminal conocido como "Loco de la Escopeta", quien anteayer volvió a disparar con proyectiles de plomo contra un colectivo del transporte urbano de pasajeros sin provocar otra muerte por mero milagro, se convirtió en la noticia del día en la ciudad y volvió a instalar el temor en el centro de la escena.

Es que se está, fuera de dudas, ante un asesino de características psicopáticas. Un centenar de ataques y dos muertes como consecuencia más dramática de su demencial accionar, además de numerosos heridos, dan la pauta de que el más peligroso y desconcertante delincuente que registra la historia rosarina se erige como una letal amenaza para la población y un auténtico desafío no sólo para las fuerzas de seguridad -que aún no han podido dar con su rastro-, sino para toda la ciudadanía.

Ante situaciones como esta, cuando el terror iguala a todos, debe aparecer más que nunca la solidaridad, valor clave sobre el cual la sociedad nacional parece haber recuperado la memoria tras un largo período en el que quedó postergado. En tal sentido corresponde remarcar un concepto obvio, aunque crucial en tan grave coyuntura: ante cualquier sospecha, por ínfima que sea, concurrir a la comisaría más próxima. Y, también, abandonar cualquier reticencia a prestar testimonio.

Sucede que pese a los múltiples esfuerzos realizados, que incluyen la creación de un gabinete especial de la policía con la misión exclusiva de capturar al francotirador y la unificación de todos los expedientes judiciales en manos de un solo magistrado, hasta el día de hoy la incertidumbre continúa siendo absoluta, lo cual es tremendo si se recuerda que el "Loco de la Escopeta" hizo su primera aparición en una fecha tan lejana como noviembre de 1992.

Pese a que se ha conseguido definir ciertas pautas de su imprevisible conducta, las circunstancias en que perpetra los ataques -muy bien planificados- contribuyen a la fuga del psicópata. Y las escasas descripciones que existen de su aspecto físico, efectuadas por dos chicos y una víctima directa de sus agresiones, tampoco han ayudado en la ardua tarea de detección.

La ciudad debe tomar definitiva conciencia de que se encuentra frente a una amenaza de proporciones y obrar en consecuencia: unida y solidaria. Y las fuerzas de seguridad locales no puede olvidar que el caso es su ineludible prioridad número uno.

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