Año CXXXVI Nº 49946
Política
Economía
La Ciudad
La Región
Información Gral
Opinión
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Salud
Autos
Escenario


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 24/08
Mujer 24/08
Economía 24/08
Señales 24/08
Educación 23/08
Campo 23/08


contacto

servicios

Institucional

 miércoles, 27 de agosto de 2003

Reflexiones
El faro porteño

Víctor Cagnin / La Capital

La ciudad de Buenos Aires no ha perdido luminosidad. Sigue siendo esa metrópoli que no termina de refundarse, de darse otra oportunidad, de abrir una perspectiva diferente para su destino, aunque más tarde esa nueva performance sólo derive en una cara más del inmenso poliedro, como un nuevo metal que viene a fundirse sobre la plata para darle un brillo mayor (viene al caso evocar "El Aleph", de Jorge Luis Borges). Los argentinos, en tanto, no podemos evitarla; convoca como el fuego, llama como la TV, acelera los pensamientos, nos vuelve más dinámicos, protagonistas, oportunistas. Vamos allí para conocer, para aprender, para trascender. Es la gran contenedora de los reclamos, el depósito final donde se reciclan virtudes y miserias y el cerebro hacia donde confluyen todas las arterias. Un derrame sobre la General Paz puede paralizar a medio país.

En esta dirección, los comicios del último domingo no dejan de producir admiración. Se disparan de los mismos lecciones casi pedagógicas allí donde el lector indague. Como si hubiesen formado parte de un distrito europeo, de algún país presidencialista. Comenzando por el sistema de ballottage, imprescindible, inevitable, que les permitió a los ciudadanos ejercer su voto sin temor, con el corazón, en la primera vuelta; para poder hacerlo con la razón en la segunda. Algo obviamente que los santafesinos no podremos realizar ya que si se sufraga con el sentimiento se puede terminar con un puñal en la espalda.

La ciudadanía porteña cumplió también el viejo sueño de liberales y anarquistas, poniendo en los cuatro primeros lugares a candidatos sin filiación peronista o radical, como si entre Macri e Ibarra, Zamora y Bullrich hubiera surgido una nueva sociedad antagónica de ideas e intereses tras el derrumbe político e institucional de diciembre del 2001. ¿Podrá entonces trasladarse esta construcción hacia el interior del país? ¿Qué tiempo demandará?

Los comicios porteños parecieran hechos a medida de los suplementos culturales y económicos de los principales diarios nacionales. El ciudadano no nutre su voto por lo que se difunde en las páginas políticas sino por aquello que ha logrado convertirse en un fenómeno que amerita la mirada de los especialistas. Se busca afanosamente la opinión de sociólogos y filósofos: Juan José Sebreli, Beatriz Sarlo, Tomás Abraham y José Pablo Feinmann forman parte de los escogidos y alumbran con sus interpretaciones el camino de los incontenidos y desconsolados. Visto desde aquí, pareciera un voto reflexivo, independiente, coherente y reparador. Como que se corta el papel bueno, se tira el malo y nadie llega a la Legislatura por el valor agregado de otro. Un lujo.

Al mismo tiempo, los candidatos se muestran ante los medios con gran dominio de la escena y munidos de una buena batería de argumentos: la defensa que hace Ibarra de su gestión, infectada desde el inicio por el virus de la crisis económica, bien parece a la de ese paciente que ha salido de terapia y promete una nueva relación con todos sus afectos. Macri, desde su pragmatismo y capacidad de gestión, se presenta como un Bianchi de la política, capaz de lograr resultados allí donde él se lo proponga. Desde luego, detrás de ellos hay un importante grupo de profesionales trabajando contrarreloj para sostener a los electores. Y es que en rigor a la verdad ha desaparecido el voto cautivo. Por eso mueve a una mueca cuando Bullrich o Zamora anuncian que darán libertad a sus electores para que decidan en segunda vuelta. ¿Acaso podrían garantizar que sus votos se dirigieran hacia un lado si se lo propusieran?

Buenos Aires enseña que la política se practica a otra velocidad y sin perder la calma. Los actores no pueden improvisar y si lo hacen es porque dominan los conceptos básicos, porque los electores van de un extremo a otro del arco ideológico sin mayores conflictos. Esa movilidad, propia de la modernidad líquida en la que vivimos, exige a los candidatos y a sus equipos reformular constantemente sus propuestas o anticiparse a las réplicas. La cifras oficiales dadas sobre las primeras mesas escrutadas en Capital otorgándole a Macri el 39 por ciento de los votos ya formaban parte de la estrategia para la segunda vuelta. Ese golpe de efecto impidió a Ibarra pegar un ojo obligándolo a salir por todos los medios a las 7 de la mañana a dar cuenta de su buena elección.

Lejos de ello, en nuestra provincia se transita a otro ritmo, con menos exigencias. Los candidatos no debaten sus propuestas y esto no escandaliza ni menoscaba a ninguno. Los equipos de profesionales brillan por su ausencia y no hay necesidad de reformular estrategias. La campaña se realiza con una preocupante falta de pasión por el poder. Como si alcanzarlo no modificara demasiado las cosas en sus vidas. O como si los candidatos ya estuvieran aburridos de ejercerlo. Naturalmente, se trata de un espejismo. Tal vez ninguno esté convencido del triunfo. No obstante, algo no está funcionando como corresponde, el 30 por ciento de la ciudadanía aún no ha decidido su voto. Claro que no están obligados a cambiar de actitud, pero mañana será tarde para lágrimas.

[email protected]

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados