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 domingo, 10 de agosto de 2003

Tokio: trenes rápidos y samurais
En la capital nipona conviven las tradiciones milenarias con la tecnología de última generación

Sólo en Tokio los contrastes son tan profundos que un viajero distraído, ya al final del día, dudaría de haber visto lo que vio. Dudaría de la existencia del santuario Meiji, epicentro de la religión sintoísta, con sus milenarias puertas de cedro, si descubre los siete pisos del Centro Sony, con lo más nuevo en audio y video.

Pensaría que imaginó la lucha entre enormes y pesados hombres, cultores del sumo -"poder de los gordos"-, una contienda que los occidentales entienden poco y mal, si después abordó un tren que lo llevó confortablemente hacia un lejano y moderno andén, al que recaló aún mareado por la velocidad.

Hay, sin duda, un Tokio más previsible, con el Palacio Imperial, que sólo abre sus puertas el día de Año Nuevo y en el cumpleaños del Emperador, y la villa olímpica del Parque Yoyogi, construida en 1964 para esos juegos. El Tokio que fue un pueblito de pescadores llamado Edo y que después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en una potencia mundial.

El edificio del municipio, con sus 248 metros de altura, es el más alto de Japón. Desde allí se divisa la Torre de Tokio, una réplica más pequeña de la parisina Eiffel, y una estatua de la Libertad similar a la emplazada en las costas de Nueva York.

Y cerca de estos símbolos occidentales está el museo más grande del país, que cuenta con dos interesantes colecciones: una de pintorescos kimonos y otra de espadas de samurai.

Pero también se encuentra en el suburbio de Yono el John Lennon Museum, único en el mundo dedicado a la memoria del legendario músico de Liverpool. El mismo que se enamoró de la japonesa Yoko Ono cuando ella le extendió su tarjeta personal con la palabra "respira" debajo del nombre. La mujer que lo acompañaría para siempre había aprendido esa filosofía del Libro de Samurai, que dice que los orientales toman sus decisiones después de respirar profundamente siete veces.

No es fácil imaginar que Tokio, donde se conservan ceremonias tan simples y tradicionales como la del té, sea la misma urbe que sorprende con demostraciones de televisión en tres dimensiones y una feria futurista como Akibahara. La misma ciudad vanguardista que aparece en la avenida Takeshita-dori, donde las vestimentas de los jóvenes parecen haber retrocedido hasta los años 50.

Para los turistas de estas latitudes, definitivamente influidos por los paisajes bucólicos de los abanicos, está el Jardín Nacional, un enorme predio poblado de cerezos y almendros, con una impecable exposición de crisantemos.

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En Tokio se conservan las tradiciones milenarias.

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