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 domingo, 10 de agosto de 2003

Editorial
La majestad de la Justicia

La gestión de gobierno que encabeza el presidente Néstor Kirchner parece estar decidida a dar un sesgo nuevo al tratamiento de cuestiones cruciales para el futuro de la Argentina. Y una de ellas es nada menos que los derechos humanos. Mientras el debate sobre la posible anulación de las leyes conocidas como "de perdón" no deja de crecer en diversos ámbitos, provocando especulaciones de toda índole, en este delicado momento no cabe sino reafirmar aquello que nunca debió ser relativizado en relación con tan decisivo asunto: la majestad de la Justicia.

Y es que ningún ciudadano ignora que la real motivación de la sanción del punto final y la obediencia debida tuvo que ver con fuertes presiones políticas, que llegaron a poner en juego hasta la misma continuidad de la democracia. Las épocas, sin embargo, han cambiado, y en el presente la convicción del pueblo argentino de sostener el sistema republicano es de tal solidez y extensión que riesgos de tamaño calibre parecen haberse diluido para siempre en el horizonte.

Fue tal el nivel de horror vivido durante la última dictadura militar que resulta imposible que las profundas heridas causadas en la sociedad sean cerradas por decreto. Corresponde, se insiste, dejar actuar a los jueces con entera libertad. El país necesita con urgencia eliminar cada vestigio de impunidad instalado en el pasado. En tal sentido, cualquier interferencia en la acción judicial por parte del poder político, ya sea bajo la forma de amnistías encubiertas o indultos, e incluso mensajes en código, debe considerarse como errónea y desafortunada.

No resultará sencillo, sin embargo, el futuro si es que no se evita la tentación de la revancha. Se necesita justicia, no venganza. Así como esconder los problemas debajo de la alfombra no resolvió el dilema, sino que lo profundizó, el ensañamiento innecesario tampoco resultará útil. Se debe cumplir ante todo con el trascendente objetivo que representa respetar a rajatabla la independencia de los poderes, central en toda República.

Argentina necesita ingresar, de una vez por todas, en una etapa de madurez, la misma que parece haber adquirido -después de muchos sufrimientos- una parte mayoritaria de su ciudadanía. Si el pueblo está a la altura del conflicto, sus instituciones y representantes también deben estarlo. Cerrar tan tremenda etapa histórica como lo fue la década del setenta es una deuda pendiente que la Nación debe saldar si es que pretende ingresar en el porvenir con los ojos abiertos y la conciencia limpia.

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