Año CXXXVI
 Nº 49.802
Rosario,
viernes  04 de
abril de 2003
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Panorama internacional
Keynes y la guerra

Sergio R. Di Pietro (*)

La quiebra de la Bolsa de Wall Street en octubre de 1929 precipitó la "gran depresión", la peor crisis económica en la historia mundial. Esta crisis fue el colapso, anticipado por el keynesianismo, con un descenso en la demanda que produce un aumento del desempleo y una caída del producto social. La depresión duró cerca de una década, con millones de personas que perdieron su trabajo, empresas que quebraron e instituciones financieras colapsadas.
El keynesianismo, con postulados de política económica, es una teoría basada en las ideas del economista británico John Maynard Keynes. Su obra más famosa, "La Teoría General sobre el Empleo, el Interés y el Dinero" (1936) se publicó en medio de una enorme crisis económica que parecía no tener fin: el desempleo en el Reino Unido había alcanzado el 20% y en los Estados Unidos el 25 % durante la primera mitad de los años treinta (1933 a 1936).
Keynes argumentaba que la economía no tendía de forma automática hacia el pleno empleo y que no se podía esperar que las fuerzas del mercado fueran suficientes, como pensaban los clásicos liberales, para salir de la depresión. Supóngase que, por alguna razón, las empresas deciden reducir su inversión en nueva maquinaria. Los trabajadores que fabrican máquinas perderían su trabajo, por lo que tendrían menos dinero para comprar bienes de consumo, de tal manera que algunos trabajadores que elaboran bienes de consumo terminarían, a su vez, perdiendo su trabajo.
De esta forma existe un "efecto multiplicador" (negativo) que lleva a que la economía tienda hacia un equilibrio con menor empleo, producción, producto e ingresos que el anterior momento. Según Keynes, no existe ninguna fuerza automática que evite este proceso. La reducción del salario no bastará porque, aunque disminuyan los costos de las empresas, también disminuirá el poder adquisitivo de los trabajadores, de forma que las empresas venderán menos.
Por lo tanto, la alta tasa de desempleo se debe a que la demanda (y por tanto el gasto) es muy reducida. Sólo la actuación del gobierno, al reducir los impuestos o aumentar el gasto público, podrá conseguir que la economía retorne a una posición de pleno empleo y mayor nivel de producto social. En definitiva los gobernantes tienen que garantizar una demanda suficiente en la economía para crear y mantener el pleno empleo y el crecimiento económico.
El rol de la intervención estatal no sólo se discute a nivel de los países en vías de desarrollo sino también en el mundo desarrollado. Un caso particular del debate sobre el intervencionismo se planteó en la economía estadounidense. Un estudio del economista D. A. Aschauer, que investigó durante las últimas cinco décadas del siglo XX la relación entre la inversión en capital público de infraestructura y la productividad de las empresas privadas, detectó que existe una elevada correlación positiva entre dichas variables.
Una prueba de esta relación se produjo durante la administración demócrata del presidente Bill Clinton. La hipótesis del gobierno fue recuperar la productividad de la economía norteamericana mediante la inversión pública en infraestructura. El crecimiento del producto bruto interno fue espectacular, la inflación fue la más baja, y el desempleo el más bajo de la historia de los Estados Unidos en tiempo de paz.
Por el contrario, la nueva administración del Partido Republicano, de George W. Bush, ocasionó el descenso del producto social, el incremento del desempleo y coincidentemente problemas en la Bolsa de Wall Street. Esta situación llevó al gobierno a bajar los impuestos, pero la medida no dio resultados positivos. Asimismo, el aumento del precio del petróleo y el progresivo agotamiento de reservas petroleras estadounidense han creado agudos problemas de corto, mediano y largo plazo: por ello la invasión a Irak.
Pero, no sólo el petróleo es el elemento esencial que los Estados Unidos necesita conquistar en forma imperativa para mantener su economía y enriquecer aún más a sus empresas petroleras: es el "efecto multiplicador de las inversiones" que, como expresamos, descubrió Keynes, en la década de los treinta del siglo XX. En dicha década, a título de ejemplo, dos países (Estados Unidos y Alemania) probaron impulsar sus economías para salir de la depresión, implementando el "efecto multiplicador keynesiano".
El primero, Estados Unidos, con un presidente del Partido Demócrata, Franklin Delano Roosevelt, que se comunicaba con J. M. Keynes, impulsó la economía de su país con la construcción de grandes obras públicas (represas, canalizaciones de grandes ríos, caminos).
El segundo, Alemania, con un primer ministro que accedió al poder mediante la violencia política y social, Adolfo Hitler, lo hizo con la fabricación de armas de guerra. Las dos administraciones hicieron gala de aumentar el gasto público, pero una fue con "obras para la paz", la otra con "obras (armas) para la guerra".
En la actualidad, George W. Bush (Hitler II), presidente de los Estados Unidos, elegido ficticiamente, para enmendar el descalabro de su gobierno intenta el crecimiento con gasto público, fabricando armas para conflictos focales, implementando el "efecto multiplicador keynesiano para la guerra", demostrando el poderío del imperio que destroza todos las construcciones jurídicas a nivel internacional y de paso amedrentando a todo el planeta.
Cuando la Roma imperial pasó de la civilización a la barbarie, viviendo a costas de los países conquistados, comenzó su declinación que la llevó a su trágico final. También lo hizo Alemania con Adolfo Hitler, cuando se produjo la desaparición del régimen democrático. En estos momentos, con George W. Bush, los Estados Unidos de Norteamérica, uno de los pilares de la democracia, abandona todos los marcos civilizados y democráticos y se embarca en la barbarie, abriendo la "caja de pandora". Se hace evidente que, al igual que la Roma imperial, es el principio del fin del imperio americano.
(*) Economista y profesor universitario



(Ilustración: Beas)
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