Año CXXXVI
 Nº 49.741
Rosario,
domingo  02 de
febrero de 2003
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Panorama. ¿Sacamuelas o bomberos? La actuación del staff del Fondo quedó en la picota
El acuerdo con el FMI, un dolor de muelas
La Argentina se convirtió en el caso piloto de una nueva y controvertida etapa de gestión del organismo multilateral. Las culpas ajenas y las propias

Eduardo Remolins (h)

"El FMI termina convirtiéndose en un dentista que entra en acción sólo cuando duelen las muelas", dijo Claudio Loser, ex director para el Hemisferio Occidental de la institución. ¿Será cierto?
Quizás lo sea pero, esta vez, antes de administrarnos un modesto anestésico (el acuerdo provisorio firmado la semana que pasó), el dentista dejó que el dolor de muelas nos llevara casi a la locura. Para esto existen dos posibles explicaciones. La primera es que, tal como sospechábamos cuando éramos chicos, los odontólogos sean, básicamente, personas sádicas. La segunda es que el FMI no actúe realmente como un dentista.
A decir verdad, por estos momentos el organismo quizás se vea a sí mismo como un bombero. Un bombero fastidiado por un vecino piromaníaco (Argentina) que insiste, año tras año, en prenderle fuego a su casa. "¿Por qué socorrerlos de nuevo?", murmura entre dientes Horst Köhler, el director gerente del organismo.
Más importante aún, después de la crisis del sudeste asiático de 1997, a los gobiernos de los principales países de Occidente también comenzó a fastidiarles lo mismo. "Si cada vez que un país tiene problemas el FMI organiza un salvataje, los gobiernos van a hacer cualquier cosa, seguros de que el hermano mayor correrá en su ayuda", razonaban en voz cada vez más alta. Por esos días también el Financial Times, uno de los dos diarios de finanzas más influyentes, comenzó a apuntar al "riesgo moral" que generaba el FMI, es decir el incentivo que le daba a los inversores del mundo para poner su dinero a altas tasas de interés en mercados riesgosos e inestables, confiados en que tenían un "seguro".

El borracho de las pampas
Cuando Köhler asumió el máximo puesto en la jerarquía de la entidad en mayo de 2000, todos podían sentir que algo había cambiado. Claudio Loser, el argentino que en ese entonces era director para el Hemisferio Occidental del Fondo, fue jubilado de inmediato. Su nombre, junto con el de Michel Camdessus y otros, era asociado con los blandos del Fondo, aquellos que habían tratado con guantes de terciopelo al dispendioso gobierno argentino.
"El gobierno argentino actúa como un alcohólico crónico: una vez que comienza a degustar los placeres del gasto político financiado mediante déficit, sigue haciéndolo hasta alcanzar una situación económica equivalente a estar totalmente ebrio", escribió en su libro Michael Mussa, ex Director del Departamento de Investigaciones del Fondo, meses después de retirarse del organismo. Entre líneas podía leerse: "¿y quién le permitió esto al gobierno argentino?: el FMI". Lo que se dice una crítica desde adentro.
Por último, desde afuera comenzaron a escucharse críticas más de fondo aún. ¿Qué rol cumple el FMI en el sistema financiero internacional? ¿Qué sentido tiene seguir sosteniendo y financiando! una institución de la Guerra Fría, que encima demuestra equivocarse seguido en los diagnósticos y las recomendaciones? La enorme y extendida burocracia del FMI tembló.
El dique ya se había resquebrajado y la rebelión en la granja hizo que pasaran a dirigir los destinos de la institución el grupo de halcones que se proponían demostrar al mundo que ya no era tan fácil conseguir dinero del fondo.

Servidos en bandeja
Y llegó. Llegó justo la caída de De la Rúa y el mayor desbarranque económico del otrora "alumno modelo" del FMI, que dejaría para la posteridad el mayor default de un país soberano del que se tenga memoria.
Horst Köhler se sonó los nudillos y se entregó a la ardua y larga tarea de demostrarle al mundo que el Fondo no es un organismo blando. Y que declararse en moratoria no es algo que le salga gratis a nadie.
El FMI comenzó pidiendo lo absolutamente indispensable, lo lógico, lo mínimo. "Muéstrenos un presupuesto", y "díganos cómo van a contener el dólar" eran los pedidos que con mayor frecuencia se escuchaban por los teléfonos del quinto piso del Ministerio de Economía.
El gobierno no sólo acumulaba torpezas e irresponsabilidades en el manejo de la economía, sino que deliraba con un acuerdo "rápido" en donde el fondo les aportaría fondos frescos por 20 o 25.000 millones de dólares, centavos más, centavos menos. El grado de realismo del ejecutivo nacional se aproximaba al que impera en una novela de Gabriel García Márquez.
La larga historia de un año de negociaciones se resume en el coloquial "nos corren el arco cada vez que vamos a patear" que soltó frustrado el presidente a mediados del año pasado.
Llegó Lavagna al Ministerio y gradualmente Argentina comenzó a asomarse del abismo en el que se había sumergido. Comenzaban a recrearse ciertas reglas económicas, el dólar estaba bajo control y comenzaba a normalizarse lentamente el sistema financiero. Sin embargo, el arco seguía corriéndose.
Hizo falta la presión y el esfuerzo combinados de los países del G7 para que la dupla Köhler-Krueger se aviniese a aprobar un acuerdo provisorio y de corto plazo. Como un chico que arrastra los pies cuando lo mandan a hacer la tarea asintieron, pero aclarando que estarán a la expectativa por los cumplimientos de las metas propuestas.
Sin embargo, Argentina sólo cumplirá lo estrictamente indispensable. Con un gobierno de transición, relativamente débil, sin vocación de pagar costos políticos ni de encarar políticas fiscales serias y de largo plazo, sólo se acatará lo indispensable. El nivel de reservas, la expansión monetaria y poco más. Es difícil el cumplimiento de la meta de superávit fiscal propuesta. Y en cuanto a las reformas estructurales, no son más que el chicle con el que los políticos argentinos se entretienen y matan el tiempo hablando, cuando no están ferozmente enfrascados en internas interminables. Para las reformas estructurales ya habrá tiempo, parecen decir.
Y es que nuestro sádico dentista tiene razón en más de una cosa. Tenemos varias caries, algunas profundas. Necesitamos un par de tratamientos de conducto. Es el déficit combinado del gobierno federal y las provincias el que importa. ¿Quién civilizará los gobiernos feudales acostumbrados a gastar y sobrevivir imprimiendo bonos?
La renegociación de la deuda con acreedores privados todavía no comienza, si bien el presidente ya habla de quitas del 70% del capital. El sistema financiero salió de la terapia intensiva, pero no existe todavía un nuevo orden y bases para que funcione con total normalidad. Ni siquiera los costos que le acarreó la pesificación asimétrica de Remes Lenicov están resueltos. Sólo hay propuestas.
Con o sin aumentos por decretos de las tarifas, las renegociaciones globales de los contratos son una asignatura pendiente para el próximo gobierno. Nadie supone que no habrá reacomodamientos tarifarios que permitan sostener los niveles de prestaciones actuales. El futuro del régimen de capitalización de las jubilaciones no está claro. Los fondos pesificados de las AFJP (nuestros fondos), son periódicamente acechados por el vuelo de algunos buitres políticos, siempre presurosos a establecer sistemas solidarios.
Sobre todos estos condimentos, el mayor elemento de incertidumbre: ¿quién será el próximo presidente? Un candidato habla de crear una empresa petrolera estatal nuevamente, otro de atrasar el dólar de nuevo y volver a la convertibilidad o dolarizar. Todos hablan de "refundar la República", "renovar la política", "crear una nueva alianza social", "construir una alternativa de poder", pero ninguno presenta algo parecido a un plan económico.
A veces se entiende el nerviosismo de los acreedores. Aunque mejor, el país todavía mantiene demasiadas incógnitas. Y la gente del mundo de las finanzas es aburrida, les gustan las cosas previsibles, seguras. No es extraño que nos desconfíen, ni que el FMI ahora quiera vigilar de cerca y cada dos meses. Es que, en el Fondo, no están tan locos.



Lavagna y la gente del FMI al rubricar el acuerdo.
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