Año CXXXV
 Nº 49.621
Rosario,
viernes  04 de
octubre de 2002
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Reflexiones
Reutemann, ahora o nunca

Evaristo Monti

Los plazos se vencen, el tiempo se esfuma, las expectativas crecen, los pedidos se convierten en ruegos, las corrientes sociales y empresariales lo reclaman, las encuestas lo exaltan, pero Carlos Alberto Reutemann insiste en decir que no, que no será candidato a nada, que no están dadas las condiciones. Esto último en la interpretación, porque no es ni generoso en definiciones ni explícito en caracterizaciones.
Introducido a la política en 1990 por Carlos Menem y consagrado gobernador al año siguiente por méritos propios, permanece invicto en las competencias electorales que sobrellevó con entereza, carácter y ánimo empinado, toda vez que recién ahora tiene los muestreos de opinión sobreabundando en porcientos que crecen a medida que los otros candidatos vacilan. Es cierto, la Argentina está muy mal y el próximo presidente no lo pasará bien. Es por eso, precisamente, que se requiere un consenso notable, una masiva concurrencia de voluntades omnisectoriales, una densidad excepcional de apoyos, un registro mínimo de oposiciones. He allí la descripción de Reutemann, su identificación política presente, es el que más adhesiones despierta y el que menos detracciones origina. El país se encuentra en estos momentos con una permanente multiplicación del sí a favor del gobernador de Santa Fe pero se estrella en la repetición, a veces con trazos de molestia, del no que ha sido imposible doblegar.
Reutemann ingresó a la política y ha tenido distinciones de importancia. Este diario publicó hace poco más de un año que, de haberse presentado aceptando específicas invitaciones a la candidatura, la Argentina habría evitado el lamentable tránsito, fugaz y propio de un adolescente de Carlos "Chacho" Alvarez y la breve pero dañosa ausencia de Fernando de la Rúa en el ejercicio de la máxima jerarquía constitucional. El vocablo ausencia no está empleado ligeramente ni fluye de una ironía substitutiva de su antónimo presencia, De la Rúa nunca estuvo en función presidenciaí pese al mandato de la ciudadanía. Hace falta, pues, la vocación de líder en estas circunstancias que no son inéditas en el mundo ni reservadas a los países subdesarrollados. En 1972, el profesor de Harvard, Daniel Bell, autor de "El fin de la ideología" anotó: "Vemos los síntomas de una sociedad agarrotada, la estructura administrativa en desorden, hay que inventar nuevos mecanismos, redefinir los escalones del poder, reformar el sistema político, permitir al público que asuma sus responsabilidades, impulsar la participación de los ciudadanos". Sabemos que estaba en lo cierto hace 30 años en el país más poderoso del mundo y ¿qué correlato extraemos de estas precisiones? Que un hombre señalado por el destino en un momento determinado de la historia, sabiendo que su país debe encarar las reformas que Bell enumeró y elude el compromiso, no se aparta ni renuncia, deserta. No es un criterio imputativo, es el deber de los favorecidos por la confianza de los pueblos, que contrariamente a la retórica demagógica se equivocan y que no siempre tienen el gobierno que se merecen. Desgraciadamente suelen tener peores. Ahora, si apuntan adecuadamente y tropiezan con evasivas, dilaciones, dudas, como si se pudiera disputar la lucha en las condiciones que uno resuelva, ese pueblo se sentirá desamparado.
La confianza local, nacional e internacional es el aura de Reutemann. Si algo hace mal, se disimula. Si lo hace bien, se potencia. Si no lo hace, se entiende. Que algunos digan haberle oído que el próximo presidente durará un año y entonces lo llevarán en andas a la Casa Rosada, forma parte del inexistente concurso de interpretaciones. Tampoco se deberá confundir el valor de conducir un automóvil a 300 kilómetros rozando el guarda-rail, con el coraje civil que se requiere para conducir la Argentina de hoy. Estamos como 175 años atrás cuando, según narra Saldías, conservando el mando sentado en el sillón de Rivadavia, a un grupo de amigos le dijo Dorrego: "Los que me han llevado al poder son gente buena pero algo cangalla, vean que este sillón no va para atrás ni para adelante, por eso lo dejó Rivadavia". Un principio de hedonismo lo destinará a Reutemann a Cap Ferrat tomando sol y bebiendo con rigurosa moderación un par de copas de Don Perignon leyendo Le Monde que en alguna de sus espesas páginas interiores destina un humilde sueltito a su patria sudamericana. Pero un módulo de deber, responsabilidad y asentimiento al grito que está atronando la vida política argentina, lo hará virar hacia Balcarce 50 en la Capital Federal. No tendrá sosiego, pero no se perderá en los obscuros hondones del desistimiento a inscribirse en la historia, rehusando a cumplir un destino que la política, a la que está adscripto, le marca.
En términos de campeón de Fórmula Uno: tiene la pole y quedan segundos para que se encienda la luz verde. Corra, Lole, a la victoria, no lo espera en la meta una vulgar bandera a cuadros, lo aguarda la azul y blanca en forma de banda presidencial.


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