Año CXXXV
 Nº 49.581
Rosario,
domingo  25 de
agosto de 2002
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Plegarias al cielo
La paz de las verdes cuchillas son el marco del tesón de los monjes benedictinos que habitan la Abadía del Niño Dios

Lidia Saita

El sol, que pareciera ser uno de los habitantes permanentes de las jornadas de Victoria, ilumina a la Abadía del Niño Dios, que se yergue entre tenues colores que van desde el blanco, pasando por un pálido amarillo y el rojo de las tejas.
Los caminos que serpentean entre la construcción y el contraste con los distintos tonos de verde de las cuchillas acompañado por algún color llamativo de las flores de los múltiples árboles que la rodean, le dan a la zona algo de especial, de atractivo poco común.
La impresión es que en los designios escondidos de Dios, seguramente estaban todas estas cosas, haciéndolas coincidir para que el ser humano las pueda disfrutar.
La Abadía del Niño Dios, en Victoria, Entre Ríos, Argentina, se fundó el 30 de agosto de 1899, por iniciativa de la Abadía de Bellocq, Francia, y fue el primer monasterio benedictino de Hispanoamérica, según cuenta la historia. Fue elevado a priorato convectual el 27 de febrero de 1903 y pasó a la máxima categoría el 12 de febrero de 1929.
El primer abad fue el padre Salvador Laborde, francés, quien llegó en 1903 junto al entonces maestro de novicios, padre Ignacio Gracy, luego Prior de Niño Dios y futuro Abad de Bellocq.
La restauración y cierta remodelación de la iglesia abacial se realizó en ocasión del centenario de su fundación, otorgándole un estilo neo-romántico, con mucha luminosidad, con el objetivo que pueda percibirse el correr de la luz a lo largo del día, y de esa manera manifestar el simbolismo con relación a la celebración de la liturgia de las horas.
Sin embargo, y como para preservar la historia, se conservan en un sector del atrio los antiguos bancos y los confesionarios. El sector deja trasuntar una paz muy especial, que se acrecienta en la cripta, donde las tallas en mármol blanco parecen bordadas y está dedicada al misterio del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Allí, en el sector de la iglesia, poco antes de mediodía, se pueden escuchar los cánticos gregorianos, que concitan la atención de muchos visitantes, a cargo de los mismos monjes.

El descanso buscado
La Abadía del Niño Dios es conocida, no sólo en Entre Ríos sino también en toda Santa Fe, por las múltiples actividades que se desarrollan en el lugar, más allá de lo estrictamente religioso de la orden. Una de ellas, quizá la más necesaria en esta etapa tan convulsionada, es el sector de hospedaje para quien desee pasar unos días en el lugar.
Alejado del ruido, de los gritos, de la violencia, últimamente se convirtió en un descanso buscado por muchos. También funciona como casa de retiros y es un centro de peregrinaciones, donde confluyen gente de distintos sitios del país, especialmente los domingos, en que se brinda atención espiritual y sacramental.
Pero, los monjes realizan otros trabajos manuales, también muy reconocidos y buscados, que van un poco más allá de lo estrictamente espiritual. Por ejemplo los famosos licores monacales, elaborados con 73 hierbas medicinales que siembran en la zona, en las variedades dulce y seco, al que ahora se sumó el denominado Centenario, hecho con agua, azúcar, alcohol, naranja, nuez moscada y vainilla.
Otra de las atracciones es el "famoso" dulce de leche, que hace estragos entre los golosos y la actividad de la apicultura con la producción de miel, jalea real y propóleos, además de una amplia variedad de gotas fitoterápicas, también hechas con hierbas de la zona y utilizadas para curar distintas afecciones menores.
Además la santería tiene una gran variedad de velas, imágenes, rosarios, denarios, algunos de ellos fabricados con pétalos de rosas y que conservan el aroma de la flor a través de los años.
En todo este ámbito no se dejó de lado algo esencial, como lo es la educación, y en el monasterio -situado a unos tres kilómetros del centro de Victoria- funciona un instituto con unos 500 alumnos. Abarca desde el nivel inicial, con jardín de infantes, los nueve años de educación general básica y los tres años de polimodal, cuya modalidad es economía y gestión de las organizaciones, con orientación en informática.
De esta manera la orden brinda una formación humana y cristiana integral a niños y adolescentes de la zona. También, en un sector de la abadía funciona el instituto del profesorado con las carreras de profesor en teología y ciencias de la religión; técnico superior en ciencias agrarias y ganaderas; en filosofía y pedagogía; en psicología; en ciencias de la educación; en informática con especializaciaones optativas; técnico docente en minoridad; formación de técnicos para la orientación de personas de la tercera edad y posgrados. En este caso los títulos son de nivel terciario, de validez nacional, y actualmente cursan alrededor de 350 alumnos las distintas especialidades.

Futuros monjes
En lo estrictamente religioso, la comunidad contó desde 1909 con el "Oblatado", donde se forman a niños y adolescentes que luego serán monjes. Esta institución fue de importancia para la provisión de las vocaciones argentinas. El primer oblato, José Sixto Geramiez, fue el primer monje argentino y el tercer abad, en 1958.
En 1949, se alcanzó el máximo número de miembros en la comunidad, con 25 monjes "coristas" (sacerdotes), 53 novicios y profesos simples 20, además de todos los niños y jóvenes que se preparaban en el oblatado.
Actualmente los monjes son alrededor de 30, entre los cuales hay 13 sacerdotes. Desde 1997 el abad es el padre Carlos Martín Oberti (quinto en la línea de sucesión), quien reemplazó en el cargo al abad padre Eduardo Ghiotto, que dirigió a la comunidad durante 27 años.
En el área social la comunidad promovió la creación de un barrio de viviendas y de un club social y deportivo, con intensa actividad cultural. Además la comunidad benedictina es una importante fuente de trabajo, ya que muchas de las actividades manuales las realizan empleados que no pertenecen a la orden.
Los monjes benedictinos son los herederos de San Benito, quien nació en Nursia, Italia, por el año 480 y murió en Montecasino en el 547. El conjunto de realizaciones y obras hacen de la Abadía de Victoria un centro de irradiación espiritual, cultural y social, que -según ellos- quieren ser una muestra concreta de su humilde servicio a la evangelización y al desarrollo de la zona.


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