Año CXXXV
 Nº 49.581
Rosario,
domingo  25 de
agosto de 2002
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Victoria: Siete colinas maravillosas
Una escapada hacia donde el aire puro y las notables rejas de principios de siglo cautivan al visitante

Carlos Duclos / La Capital

El Fiat 1.100 modelo 1939 cruzó a todo motor la cerrada noche entrerriana. Durante largos trayectos por la ruta provincial número 11 ni siquiera una luz perdida en el horizonte, daba señales de que existiera por allí alguna vivienda. De pronto el conductor del recordado "Balila" apagó las luces bajas y el pequeño vehículo pareció desplazarse entre la nada rumbo a Victoria.
Corría por entonces el año 1963, pero Entre Ríos, y especialmente la pequeña ciudad de las siete colinas, ya tenía ese encanto, ese atractivo y hasta la magia y la mística que posee en estos días. En el automóvil, y casi llegando a la ciudad, un chico miraba, entre atemorizado y expectante, por la luneta trasera: es que algunos diarios de la época ya hablaban de luces que aparecían en el firmamento de la ribera entrerriana.
Por fin, el vehículo se detuvo unos kilómetros antes de llegar a la ciudad y sus pasajeros ingresaron al templo de la Abadía del Niño Dios. Desde afuera, los últimos cantos gregorianos del día, que por entonces los monjes benedictinos entonaban en latín, parecía provenir de la más gótica de las catedrales templarias europeas. Los cantos conmovían, estremecían el alma y eran el introito de tres días maravillosos en Victoria.
Muchas cosas han cambiado desde entonces en la pequeña ciudad entrerriana, los cantos gregorianos ya no son en latín, pero aún hacen temblar las fibras más hondas del espíritu; un moderno y fastuoso puente que intenta contra la crisis unir a dos provincias se está levantando, pero las rejas y las fachadas de las casas de principios del siglo pasado y aun antes, embellecen el centro de la ciudad. Los atardeceres, desde el mirador de la Virgen de Fátima, siguen siendo tan bellos como siempre.
El centro de la ciudad es pequeño, pero no por eso menos atractivo y aquellos que se interesen por los temas arquitectónicos o que tengan a la fotografía como hoby, tendrán ocasión de oprimir el disparador de la cámara una y otra vez.
La fauna y la flora son también aspectos importantes que el turista deberá considerar en el momento de llegar a la ciudad y para eso nada mejor que realizar una travesía a través del río en las embarcaciones con guías especializados que se ofrecen.
Desde luego, la pesca es otra de las actividades centrales en Victoria, pero no por eso la más importante que podrá realizar el viajero, pues, las recorridas por lugares naturales realmente atractivos, las cabalgatas, los paseos por distintos sectores de la región y la visita al museo son citas impostergables.
En Victoria se respira un aire puro y las noches suelen ser mágicas, tanto que no son pocos los que con cámara fotográficas o largavistas montan guardia pacientes, en lugares ya determinados, esperando que alguna luz desconocida se desplace por el firmamento entrerriano. Las historias en ese aspecto son muchas y han llevado a los ufólogos a que consideren a la zona como lugar de avistamiento.
Hasta que por fin el puente esté habilitado y se pueda llegar a la bella ciudad entrerriana en poco más de treinta minutos cruzando el Paraná, por ahora la única posibilidad del que viaja en automóvil es ir por la autopista Rosario-Santa Fe, luego a Paraná a través del túnel subfluvial y desde allí por la ruta 11 -que está en buen estado- bajar hasta Victoria. Esto demanda, aproximadamente unas cuatro horas de tiempo en un viaje apacible y disfrutando del mismo. Claro que en aquel invierno del año 1963, el pequeño auto italiano modelo 1939 demoró algo más: por entonces la balsa era el único medio para cruzar el río y viajar a setenta kilómetros por hora por las rutas entrerrianas eran entonces toda una aventura.



Las reminiscencias de pueblo engalanan a Victoria.
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