Año CXXXV
 Nº 49.553
Rosario,
domingo  28 de
julio de 2002
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Las calles de Parquefield convertidas en un ghetto de difícil acceso
Denuncian a una agencia de seguridad por imponer el terror
Hay acusaciones por apremios contra los vigiladores, al mando de un comisario en actividad

Sergio M. Naymark / La Capital

Las denuncias no son nuevas. Se van sumando mes a mes en la subcomisaría que tiene jurisdicción en el barrio, desde donde los sucesivos episodios son catalogados como vidriosos y de "difícil resolución". Lo cierto es que mientras las víctimas acusan una y otra vez a las mismas personas, desde otros sectores del barrio se defiende a los acusados. Todo sucede en Parquefield y los ojos están puestos sobre una agencia de vigilancia privada que no escatima mano dura para con todo aquel que "tenga tez oscura, parezca sospechoso o ajeno al barrio y -según su criterio- altere la tranquilidad". De esa manera, baritón en mano, imponen su absurda ley en un barrio que parece liberado de caras extrañas. Claro que la agencia no es una cualquiera. Es propiedad de la mujer de un comisario principal de la Unidad Regional II, quien a decir de las fuentes es el verdadero regente de la organización y asume en persona las tareas de vigilancia cuando cae el sol.
Las denuncias empezaron a acumularse en la seccional 30ª hace al menos cuatro años, cuando la Organización El Sol empezó a vigilar las calles del antiguo barrio de la zona norte de la ciudad. Después, cuando el gobierno santafesino dispuso la descentralización de algunas comisarías debido al incremento demográfico de sus jurisdicciones, las presentaciones empezaron a ser realizadas en la subcomisaría 23ª. En total se habrían sumado una docena de denuncias, las últimas de ellas y quizás las más graves, la primera semana de este mes (ver aparte).
Esos casos se sustancian en el juzgado de Faltas número 2 y en el Correccional número 9. El primero tuvo como víctima a un menor de 16 años que fue golpeado violentamente por el solo hecho de caminar desde la escuela a su casa por los pasillos del barrio. En el otro, ese mismo adolescente y su padre volvieron a ser víctimas de una golpiza cuando reclamaron por el primero de los episodios. "Las denuncias coinciden en la excesiva rudeza que aplican los vigiladores y que constan en cada una de las denuncias", contó una fuente de la investigación que prefirió no ser identificada.

Fuera de control
Respecto de las denuncias, un referente de la cooperadora policial de la subcomisaría 23ª dijo a La Capital que "lo que hacen estos hombres es inconcebible. Se abusan de una autoridad que no tienen para atacar a quienes ellos crean sospechosos de algo. Los persiguen pura y exclusivamente por su cara. Más allá que desde la Dirección de Control de Agencias de Vigilancia Privada de la Unidad Regional II o desde Asuntos Internos de la policía coincidan en que esa organización cumple debidamente con los requisitos legales y de inscripción, nadie controla su accionar diario, que es en realidad lo que está preocupando y que atemoriza a todo quien se anime a transitar por el lugar. Han instaurado una ley propia".
Asimismo, en todas las denuncias las víctimas coinciden en que los guardias se manejan en el barrio con total impunidad a bordo de un ciclomotor rojo sin patente que guardan en una caseta ubicada junto a la vecinal del barrio, en Ana Frank al 2400. Fuentes de Jefatura aseguraron que ese rodado es de "origen dudoso, quizás lo hayan levantado o robado".
Las presentaciones también hablan de agentes uniformados cuyos nombres y apellidos son conocidos por todos y que andan con vestimentas similares a las de la policía provincial y armados con baritones muy pesados con los que no tienen piedad en lesionar a sus ocasionales víctimas.
Fuentes de la subcomisaría 23ª manifestaron que al menos en los dos "últimos casos se han iniciado actuaciones y se ha citado a declarar a los vigiladores, pero se burlan permanentemente de las cédulas que les enviamos y aducen tener buena protección", en referencia al verdadero conductor de la agencia.
Al respecto, voceros de la pesquisa manifestaron que aunque la titular de la Organización El Sol es una mujer, ésta "es la concubina del comisario principal Mario Matute Ceballos", quien se desempeña como subjefe de la alcaidía de los tribunales" provinciales de Rosario. El alto jefe policial, de acuerdo a las fuentes, "fiscaliza el trabajo de sus empleados casi todas las noches a bordo de una pickup Ford F100 blanca con cúpula y vidrios polarizados o una Fiat Fiorino del mismo color", vehículos que agigantan el miedo de los que se animan a transitar las intrincadas calles y pasillos del barrio.
Y si para los vecinos Ceballos no es muy bien visto, para sus propios colegas es una persona de cuidar: "tuvo una causa por extorsión y lesiones por la cual estuvo detenido cerca de un año pero en la que finalmente fue sobreseído de culpa y cargo por un fallo de la Cámara de Apelaciones", confiaron voceros que siguen muy de cerca lo que sucede en este barrio liberado para una policía clandestina.



Todos coinciden en señalar la rudeza de los vigilantes.
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