Año CXXXV
 Nº 49.511
Rosario,
domingo  16 de
junio de 2002
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Los relatos de un escritor blasfemo
Se publicó un nuevo volumen de los "Cuadernos" de José Saramago
Militante político, en sus diarios muestra tanto su compromiso como una necesaria autocrítica

Carlos Roberto Morán / La Capital

José Saramago viene escribiendo, al margen de su conocida narrativa, los "Cuadernos de Lanzarote", diarios que lleva en su residencia ubicada en la isla de ese nombre que forma parte de las Canarias. El portugués vive en territorio español -aunque en rigor las islas se encuentran enclavadas en el Atlántico, más cercanas a Africa que a la Península europea- desde que hace algunos años mantuviera una fuerte confrontación con el gobierno lusitano a causa de su controvertido "El Evangelio según Jesucristo".
En 1997 se publicó el primer tomo de los Cuadernos, que comprendía los años 1993 a 1995, y ahora bajo el mismo sello de Alfaguara aparecen los "Cuadernos de Lanzarote II (1996-1997)", vale decir los años inmediatamente anteriores a 1998, cuando la considerable fama que ya acompañaba al autor de "Historia del cerco de Lisboa" creció aún más hasta romper todos los diques al serle otorgado el premio Nobel de literatura. En la continuidad de estos Cuadernos ha habido un hiato, confesado por el autor en el epílogo del segundo volumen, producido en el mismo 1998, puesto que los requerimientos del galardón mundial lo sacaron de su relativa quietud y rutina, aunque también aclara que ha concluido un sexto Cuaderno, al parecer escrito en ese año, así como un séptimo comenzado el 1º de enero pasado. Es intención de Saramago (y mucho más de sus editores, puesto que el portugués vende mucho y a escala mundial) publicar en castellano ambos cuadernos en una sola edición, que quizás podamos conocer el año próximo.
¿Qué vincula a los Cuadernos con las obras de ficción de Saramago, qué los diferencia? Respecto de esto último, obviamente el nítido sesgo autobiográfico, el contar el "día a día" que se debilita cuando cae en confesiones muchas veces egocéntricas, o por el hecho de relatar prácticamente la nada: un paseo, una descripción de la vida de sus perros, unas visitas, algún viaje sin sustancia.
¿Qué los vincula? La irrupción, cada tanto, de algún relato -por ejemplo el excelente "El cuento burocrático del capitán del puerto y el inspector de aduana"- y especialmente sus agudas reflexiones. El lector de Saramago lo sabe: el escritor es un militante político y siempre se expresa desde dicha óptica y con toda claridad. Pero no es ciego, ni cerrado, en consecuencia acepta el disenso, ejercita la autocrítica. Y mantiene además, podría decirse así, una inteligente "conexión" con la vida cotidiana, con la vida de los comunes. Saramago no parece estar encerrado en una torre egocéntrica y pueril.
Del primer tomo recordamos que no nos gustaron sus excesos de réplica y contrarréplica referidos a las discusiones que se suscitaron en torno a "El Evangelio", aunque aceptamos que la discusión tenía sus motivos dado que por aquel tiempo el gobierno portugués se negó a presentar al libro como representando al país para un importante premio. Es sabido que lo más cerrado de la Iglesia Católica al libro lo ha rechazado por su "blasfemia" y esos rechazos le aparejaron no pocos sinsabores. Su decisión de residir en Lanzarote, tan lejos de la patria donde además se habla otro idioma, es fuerte señal de la incomodidad que le significaba vivir rodeado de connacionales.
En cambio, en ese mismo período resultó muy interesante seguir el decurso de lo que fueron sus primerizos y confundidos pasos en la búsqueda del sentido de "Ensayo sobre la ceguera", novela a la que se consideramos como la más dolorosa y ácida, la más difícil de digerir en cuanto lectura, de toda su producción. En este segundo tomo ocurre lo propio respecto de "Todos los nombres", la novela que siguió a "Ensayo". Con el agregado de una interesante coda relativa a la búsqueda de los datos de un hermano mayor, Francisco, muerto a muy corta edad, que necesitaba conocer para un libro distinto que va construyendo, al parecer vinculado a la memoria familiar, y que le permiten reflexionar sobre la identidad humana.
Los "Cuadernos II" continúan el pensamiento euroescéptico ya develado por Saramago en el primer tomo de estos verdaderos diarios personales. Y también las denuncias, políticas, sociales, que surgen de manera reiterada y por disímiles motivos, ideas, conceptos, que ponen en tela de juicio tanto a la globalización como al pensamiento único. Y que quizás por eso resulten actuales e importantes para el lector argentino que padece la crisis actual, tan signada por esos dos fenómenos mundiales, reales y angustiantes al mismo tiempo.
"Después de dejar este mundo -reflexiona- el escritor será juzgado por aquello que hizo. Mientras está vivo, reclamamos el derecho a juzgarlo por aquello que es". Vale decir que Saramago reclama una cierta responsabilidad del escritor -ser público- ante los otros. Es cierto que a partir de una premisa como la expuesta que reclama definiciones públicas y constantes por parte del escritor, su propia narrativa corre el peligro de caer bajo los "atributos" de los que tanto descree Saer. Ocurre, hay "contaminación" ideológica en ella, aunque en los mejores momentos de su narrativa lo panfletario se muestra desleído en beneficio de la literatura (por ejemplo en sus magníficos cuentos de "Casi un objeto", o en sus novelas "Memorial del convento" o "Ensayo sobre la ceguera")
Los Cuadernos resultan entonces un variado registro de hechos e intenciones en el cual, como antes expresáramos, en los mejores momentos Saramago logra una estimulante ligazón con sus muchos lectores. Conexión reiterada en este libro con el que el portugués se ha propuesto "contar los días con los dedos y encontrar la mano llena".
Como quien recoge la cosecha (buena cosecha) de lo que con pasión se ha sembrado.



Saramago fue condenado por sectores de la Iglesia.
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