Año CXXXV
 Nº 49.379
Rosario,
domingo  03 de
febrero de 2002
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Análisis: Un show pintoresco que no aporta nada nuevo

Pablo Díaz de Brito / La Capital

El escenario ya es tradicional: Porto Alegre, ciudad administrada por el PT desde hace años. El colorido pintoresquismo del encuentro también. La heterogénea legión de antiglobalizadores, que incluye desde el proteccionista agricultor francés José Bové, quien de hecho milita contra las posibilidades de desarrollo de los campesinos del Tercer Mundo (incluidos, claro, los chacareros argentinos y brasileños), al refinado lingüista norteamericano Noam Chomsky (aunque su análisis político es simplote y maniqueo) y Lula, quien va este año por su cuarta oportunidad de ser presidente de Brasil. No faltan invitaciones a la guerrilla terrorista colombiana Farc (y quien dude sobre este carácter terrorista, que revise sus últimos desmanes, en los que empleó coches bomba contra una televisora independiente y un restaurante, donde mató a una niña de cinco años). Tampoco están ausentes números fijos, como Rigoberta Menchú, Adolfo Pérez Esquivel y Bernard Cassen, director de Le Monde Diplomatique; también vino Vittorio Agnoletto, muchacho de pocas luces conocido por ser el principal organizador de las violentas jornadas de Génova del año pasado; Manu Chao, músico (?) franco-español autor de paupérrimas cancioncitas; Naomi Klein, la del best seller antiglobalización No Logo y el economista Jeremy Rifkin. Tampoco faltan los clérigos de estricta observancia tercermundista: Leonardo Boff y Frei Betto. Y por supuesto, Hebe de Bonafini, rugiendo contra Israel y EEUU. La variación de nivel intelectual es amplísimo pero el colorido folklórico no falta, como puede verse. Lo que no disimula la pobreza de ideas programáticas, planteos políticos serios y desarrollables por un gobierno democrático. Porque casi todas las propuestas suponen implícitamente, aunque sus autores hagan continua profesión de fe democrática, y simplemente por el calibre de los cambios que impulsan, un gobierno revolucionario y fuerte, o sea, una dictadura.
En tanto, el enemigo (no adversario, con el cual se puede mantener a la vez una puja y un diálogo) se ha trasladado a Nueva York, ciudad mártir del terrorismo. Asuntillo, este el del terrorismo, sobre el que la reunión de Porto Alegre ha preferido sobrevolar sin mayores compromisos, incluida una manifestación "por la paz", ítem infaltable.
En resumen, ¿Qué se propone en Porto Alegre? La lucha frontal contra el capitalismo y la sociedad abierta liberal-democrática, es obvio. No la discusión sobre la distribución de la riqueza en modo racional y no violento, en un marco de puja y aún conflictividad moderna y ordenada (en esta categoría entra la propuesta de la tasa Tobin, pero no ciertamente la ruptura total con la banca internacional, lsmultinacionales y el FMI). El predominio de este extremismo explica la falta casi total de proposiciones trasladables a un gobierno democrático. La vía para arribar a la condena sin atenuantes del liberalismo y el mercado es demonizar la globalización. Se aduce que esta ha dejado un tendal de nuevos pobres y que ha aumentado en todos los países, ricos y pobres, la brecha de ingresos. Esto último tiene cierta base de verdad en algunos países (EEUU, campeón de la globalización, ha visto una moderada regresión distributiva en los últimos 20 años, aunque claramente hoy tiene una economía mucho más dinámica que hace dos décadas, que genera por tanto más oportunidades de empleo y de desarrollo empresario).
La mentira establecida es que la globalización sólo produce desigualdad, ganancias para las multinacionales y enormes daños al ambiente. Sin embargo, para países que poseen la mitad de la población mundial, 3.000 millones de personas, 20 años de globalización representaron la chance para empezar a salir de la Edad Media, atraer inversiones y a la vez invertir más en educación y salud. Según estadísticas confiables (ver Corriere della Sera del martes pasado), 24 países que suman a esa mitad de la humanidad han logrado en estas dos décadas economías mucho más ricas y modernas de las que tenían en aquel momento. Ejemplos sobran: China, India, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Indonesia, Filipinas, pero también Chile y México. Otras 49 naciones, con mil millones de habitantes, han retrocedido por su renuencia a abrir sus mercados y actualizar su tecnología, sufriendo un atraso relativo acumulativo cada vez más evidente. El primer grupo de países, los que se sumaron desde el inicio a la globalización, lograron un crecimiento promedio del PBI del 5,2% en la última década.
Es contra esto que lucha la corte de los milagros alojada en la Universidad Católica de Porto Alegre. Sus recetas contra el "neoliberalismo" y el "imperialismo" son un camino seguro al estancamiento económico y la miseria crónica, parejamente distribuida, eso sí. Vale narrar una anécdota que retrata la intolerancia y la estúpida miopía que domina el encuentro: cuando el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, propuso enviar al número dos del organismo a Porto Alegre sólo recibió por respuesta de parte de un importante sociólogo brasileño: "Que no venga, no podemos garantizarle la seguridad". Casi una amenaza. Wolfensohn acababa de recriminar pública y muy duramente a EEUU por retacear un aumento sustancial de los fondos para el desarrollo.


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