Año CXXXV
 Nº 49307
Rosario,
miércoles  21 de
noviembre de 2001
Min 17º
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cartas
Yo, la televisión

Qué vieja que estoy, pensar que ya pasaron 50 años. Cuánto se dijo de mí y cuánto se dice ahora, no quiero siquiera suponer lo que se dirá dentro de algunos años. Cuando nací estaba en pleno auge la radio y muchos creían que yo viviría poco. ¡Cómo le erraron!, al fin de cuentas el que tiene boca se equivoca. En la década del 50, el cine también andaba bien y después muchos intelectuales dijeron que era culpa mía que el cine y la radio perdieran protagonismo. ¿Yo, acaso tengo la culpa?, si hasta "caja boba", me dijeron. Claro, como si ellos fueran los vivos, los piolas. Yo no soy nada más que un medio para hacer llegar lo que otros quieren; no decido sobre el contenido, siempre lo hicieron otros. Después vienen con eso de TV oculta o telebasura, ¿y yo qué "carajo" tengo que ver? Es como si a un empleado, de cualquier empresa, le cuestionamos el uniforme que lleva, ¿o acaso lo elige él? El caso mío es lo mismo. Hablan ellos, los intelectuales, de una relación dominante-dominado, como si la gente no eligiera a la hora de verme, como si las ofertas para ver programas de televisión no fueran de las más variadas. Ahora, hay para todos los gustos y edades, no es como cuando yo era chica que la audiencia era una masa; hoy en día hay audiencias segmentadas. Pero mirá lo raro que es todo, a medida de que los que hicieron de mí un gran negocio, más fragmentan al público, también menos se reparte "el curro", porque la propiedad de los medios está en menos manos. O sea, que los multimedios concentran para hacer más y más "guita". Yo no lo elegí, ni tuve ningún mérito en tener la importancia que tengo y no lo digo de petulante sino porque me da culpa. Uno siente satisfacción cuando triunfa mediante el esfuerzo; si la cosa viene de arriba, yo personalmente no lo disfruto. ¿Qué hice para que me pusieran como una estrella delante de todos? Y todos, a medida que más crezco, más me miran. Mientras que siempre sucede lo contrario, cuando uno es más chico, más llama la atención. Si cada pueblo tiene el gobierno que se merece, también cada televisor es el reflejo, o casi, del que lo mira. ¿Por qué pedirme entonces que yo, la televisión, sea mejor que el país donde me miran? ¿Por qué?
Daniel Marocco


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