Año CXXXIV
 Nº 49.107
Rosario,
sábado  05 de
mayo de 2001
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Reflexiones
La amnesia como política

Carlos Solero (*)

Los diccionarios definen como amnesia a la pérdida o debilitamiento de la memoria.
Platón, en su clásico libro "La República", explicaba que lo que en realidad ocurría es que en el tránsito hacia la vida nos sumergíamos en las aguas de un río, en el que extraviábamos nuestros conocimientos y luego gradualmente íbamos recuperándolos.
Pero el fomento de la desmemoria puede constituirse en política institucional y entonces, a la vez que se manipula la historia, se reconstruye el pasado, generando una simbiosis de mentiras, verdades a medias y olvidos.
En la novela de George Orwell "1984" el sistema totalitario tenía agentes que reescribían las estadísticas y adaptaban los pronósticos oficiales para que el pueblo no percibiera las abismales diferencias entre el discurso del poder y la realidad concreta de iniquidad y autoritarismo reinante.
En "Farenheit 451", Ray Bradbury ficcionaliza una sociedad en la cual los bomberos son los encargados de incinerar los libros porque contienen la memoria colectiva, la memoria de la especie.
Augusto Roa Bastos retrata con maestría en "Yo, el supremo" la ira del tirano frente a los disidentes encarcelados, que aun en las sórdidas mazmorras cultivan la memoria y la esgrimen como arma de autodefensa.
El déspota sabe que no podrá doblegar la voluntad de sus opositores mientras éstos tengan memoria, esa cualidad que, por el proceso de evolución de las especies, heredamos de los reptiles.
La memoria es un componente esencial para sostener la identidad de los pueblos.
Es por eso que, desde el poder, se tiende a erosionarla, se relativizan acontecimientos y se erigen mitos o leyendas que se disfrazan con falacias. Es una disputa crónica la que se libra por el sentido por la institución de un imaginario social en el que predomine la capacidad de libre examen y la crítica o la aceptación resignada y el dogmatismo.
En el mundo del presente, al parecer, se proclama la amnesia como política. Entonces asistimos al macabro espectáculo de ver a los líderes de las principales potencias retomar con fervor la carrera armamentista, vociferando a los cuatro vientos: ¡seguridad!, ¡seguridad! ¿Para quiénes? ¿Para los pueblos? ¿O seguridad para los mercaderes de la muerte?
¿Las dos grandes conflagraciones mundiales del siglo veinte no alcanzan para dimensionar la magnitud del horror y la barbarie?
El martirologio del pueblo armenio a manos del Imperio Turco, la masacre sistemática de kurdos, el holocausto provocado por los nazis, cuya víctima principal fue el pueblo judío, las matanzas de Stalin, el etnocidio contra las culturas aborígenes de América y Africa, el lanzamiento de dos bombas atómicas, el genocidio perpetrado por las dictaduras de Latinoamérica alentadas por el Pentágono, ¿no son pruebas más que contundentes de una irracionalidad instalada como principio con argumentos que se pretenden racionales?
Konrad Lorenz, el gran etólogo contemporáneo -es decir, un estudioso de las conductas animales- afirmaba que la de los humanos era la única especie capaz de autodestrucción.
Es hora de tomar plena conciencia. Como señalaba Rafael Barrett, nuestra época necesita más conciencia que ciencia.
Como en el poema de Bertolt Brecht, a tantas preguntas, tantas otras respuestas. Como Martin Luther King pensamos que "aun sabiendo que el mundo puede estallar mañana , nosotros igual plantaríamos nuestro manzano".

(*) Profesor de Sociología, Facultad de Ciencia Política (UNR).


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