Año CXXXIV
 Nº 49.107
Rosario,
sábado  05 de
mayo de 2001
Min 1º
Máx 17º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Editorial
La Iglesia, preocupada

No es, desde luego, ninguna novedad: la situación del país dista de ser halagüeña. La prolongada recesión se ha tornado en un hueso muy duro de roer para los elencos gubernamentales y sus respectivos funcionarios especializados en cuestiones económicas. En el medio del desconcierto que Domingo Felipe Cavallo intenta disipar, está la gente. Que padece las consecuencias concretas de las abstractas variables negativas. Que sufre el desempleo y la precarización laboral, y a veces oye palabras como "globalización", "competitividad" y "modernización" sin comprender demasiado su sentido positivo.
La raíz más pura de la Iglesia Católica está, como toda raíz, abajo. Bien abajo, es decir, en el pueblo. De allí provenía el mismo Jesús; también allí, sin dudas, están los reservorios de la fe más profunda. El arzobispo de Rosario, Eduardo Mirás, tuvo acaso en cuenta esos elementos a la hora de pronunciar la homilía del 1º de Mayo, Día de los Trabajadores. En esa ocasión, el alto prelado -cuyo perfil dista de ser mediático- dijo cosas como esta: "El trabajador se ha convertido en un rehén, obligado a aceptar el deterioro de sus condiciones laborales para no perder el empleo"; "las leyes del mercado convierten al trabajo en una ineludible variante de ajuste, desvalorizándolo y tratándolo sólo como objeto"; "la política económica se despreocupó del hombre, que debe ser su centro, y están a la vista los resultados de una década que ha exaltado la especulación y despreciado el trabajo".
Conceptos suficientemente claros como para agregarles cualquier explicación. Por cierto que duros, descarnados en la exposición del diagnóstico. Sin embargo, esa crudeza no se mezcla con la impaciencia por soluciones mágicas, con la inmadurez ni con la intemperancia. El mismo Mirás se ocupó en un tramo posterior de su alocución de despejar incertidumbres al respecto, cuando afirmó: "Yo no entiendo de economía y no puedo decir que el camino sea este o aquel, pero tengo esperanzas". Condición sine qua non de todo hombre de fe, la esperanza, justamente, se erige en este caso como la base sobre la cual se apoyan los cuestionamientos. Críticas que en este caso resultan, por fuera de visiones filosóficas y en lo que atañe a los hechos concretos, prácticamente irrefutables.
Se torna notorio, por ende, cuando se lee el mensaje de Mirás (y no es necesario hacerlo entre líneas), que la Iglesia dista de permanecer indiferente ante la difícil situación que padecen muchos argentinos. Que su atención se ha fijado sobre asuntos terrenales, sí, pero que atañen a lo más profundo del espíritu. Esa actitud de alerta, que no invade el territorio de los técnicos ni el de los gobernantes elegidos a través del voto, contribuye a mantener la claridad sobre el objetivo final que debe fijarse toda política: el bienestar concreto de los hombres.


Diario La Capital todos los derechos reservados