Año CXXXIV
 Nº 49.102
Rosario,
domingo  29 de
abril de 2001
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Nora Catelli: "El crítico piensa desde el pasado"

Osvaldo Aguirre

La enigmática omnipresencia, imaginaria y obsesiva, de las mujeres lectoras en la narrativa moderna es el tema de "Testimonios tangibles", el estudio de Nora Catelli que obtuvo a principios de mes el XXIX Premio Anagrama de Ensayo.
Catelli (Rosario, 1946) se graduó como profesora de Letras en la Facultad de Humanidades en 1971 y trabajó en la cátedra de María Teresa Gramuglio. En 1975 se fue de Rosario para radicarse en Barcelona, donde aún reside. Allí ha trabajado en el periodismo, la industria editorial y la enseñanza académica; actualmente es profesora de Teoría Literaria en la Universidad de Barcelona.
_El libro _explica Catelli_ se llama "Testimonios tangibles", que es una cita que yo tomé de Lucien Fèbvre, que en uno de los primeros textos sobre historia del libro, en 1958, dice algo así como: "La mera posesión de un libro no convence a nadie pero es el testimonio tangible de la posibilidad de convencer". Saqué lo de testimonio tangible como una idea para seguir a lo largo de algunos textos del siglo XIX y del siglo XX la forma en que aparece todo lo que tiene que ver con los libros en la narrativa: en las representaciones de la lectura, en los personajes, y en cómo aparece todo lo relacionado con la experiencia de la lectura y con qué funciones de los relatos tienen que ver. En el siglo XIX, eso está necesariamente ligado con uno de los imaginarios más fuertes en todo el siglo, a partir de fines del siglo XVIII, que es la idea persistente del surgimiento de la mujer lectora y el hecho de que incluso durante todo el siglo _dicen las novelas_ se presentan las mujeres masivamente leyendo. Y no sólo en las novelas sino también en los libros de viaje, en los testimonios y las conversaciones de los viajeros aparece constantemente la idea de que las mujeres leen mucho. Si uno compara esto con los datos obtenidos a lo largo del siglo XIX se da cuenta que esto era imaginario y que proyectaba hacia el futuro la posibilidad de que la mujer fuese una lectora. En realidad las mujeres eran mucho más analfabetas que los hombres y lo siguieron siendo hasta hace 50 años. En cualquier país occidental, la idea de un público preferentemente femenino es más bien una proyección, una amenaza, una imagen terrorífica que surge de las novelas pero no se corresponde con ningún dato real.
_¿Como se explica la construcción de ese imaginario?
_Yo intenté reconstruir qué posibles razones podía haber para eso. Por un lado hay una razón que tiene que ver con una idea: en las novelas del XIX, básicamente todas las representaciones relacionadas con la mujer se corresponden con una proyección y evidentemente la mujer encarna algo muy temido como lectora, porque además encarna otra posibilidad temida por los creadores del siglo que es la masificación, el acceso irrestricto a la literatura y al saber. Por eso aparece obsesivamente; es lo que trato de desarrollar en el libro. La mujer aparece leyendo siempre. Aparentemente leyendo folletines, pero cuando uno se detiene a ver cuál es el repertorio de lectura en las novelas se da cuenta que no es así: las mujeres leen todo, lo que pasa es que leen todo como si fuera un folletín y hay un momento en la segunda mitad del XIX en que esto empieza a formularse no tan mecánicamente. Pero después aparecen también las mujeres haciendo otras cosas con los libros, aparecen leyendo códigos: tomo "El dinero", una novela de Zola de finales del XIX, donde hay un personaje, una especie de Casandra, testigo de todo lo que va sucediendo en la trama, una trama de especulación y juegos en la bolsa, y lo único que hace es leer el código civil y el código de comercio. Hasta el caso Dora, de Freud, que tomo también no como historial clínico o como parte de la historia del psicoanálisis sino como una especie de última novela del XIX. Dora lee, y sueña que lee, lo único que lee es manuales de sexología.
_Al menos en literatura argentina, si se habla de juegos y construcciones sobre la lectura aparece la figura de Borges. ¿Está presente en este recorrido?
_No. Pero fui muy consciente de que lo dejaba afuera. No pensaba tomar a nadie después de Virginia Woolf, con su última novela, "Entre actos", donde ella vuelve a ciertos modelos anteriores, anteriores a sus propios textos de vanguardia, digamos. Allí aparece obsesivamente la representación de toda la historia de la literatura inglesa exclusivamente dentro de la novela. Y pensaba detenerme ahí. Pero al final tomé un novelista español, Juan Benet, que para mí es uno de los grandes novelistas de la segunda mitad del siglo XX, donde aparecen ciertas figuras que tienen conexión con dos novelas de Conrad, que también tengo en cuenta. Entonces con Borges, que construye toda la captación de la experiencia de la literatura a partir de un sistema de figuras de la lectura completamente propio, hubiera tenido que trasladar la cosa hacia otro lado. Borges hubiera desplazado lo que yo estaba buscando.
_¿La construcción de aquel imaginario sería una de las funciones de la representación de la lectura?
_Sí. En el siglo XIX es una cuestión central. Y en el XX lo que encontré como significativo e interesante es una diferencia muy clara: si dentro de la novela del XIX, a partir de la construcción de los personajes femeninos, prácticamente se construye todo el resto, en el XX esto no sucede así. Por supuesto, eso sucede porque, por ejemplo, no tomé a Henry James sino a Conrad, donde la mujer prácticamente desaparece.
_¿Hay algún texto fundante del proceso?
_Bueno, antes está por supuesto el Quijote, que yo menciono pero no lo tomo. Solamente quería tocarlo como una especie de resonancia que aparece en uno de los textos que tomo, el único que no pertenece a una novela: un fragmento del "Preludio" de Wordsworth que cito al principio del capítulo del siglo XIX. Hay un apartado en la historia de su formación como poeta que se titula "Libros", donde se relata una experiencia fundante, central: un alter ego del poeta se queda dormido y sueña con el Quijote, pero el Quijote al mismo tiempo es un beduino que está en el desierto y tiene dos libros: una caracola y una piedra, el libro de la naturaleza y el libro del pensamiento. De esa alucinación quijotesca Wordsworth deduce que podemos tener dos vinculaciones con los libros. Es evidente que el movimiento fundante del siglo XIX es todavía eminentemente cervantino.
_¿Y la clausura estaría dada por Benet?
_No. Esa es sólo una versión, la que yo elijo aquí. Los textos son completamente intercambiables. En el prólogo digo que podría haber imaginado otros tres o cuatro recorridos, o que cualquiera puede venir, refutar el mío y decir "no, no, podríamos tomar este otro". Por ejemplo, no está Jane Austen pero sí Charlotte Brontë, una novela bastante desconocida. Pero podría sacarla y poner a otra escritora.
_¿Cómo defenderías tus elecciones?
_No las defendería. Mis elecciones tienen que ver con ciertas imágenes que te quedan, porque volvés sobre esas novelas, y con lo que te vas encontrando. Por ejemplo Conrad, a quien no pensaba incluir, al que volví a leer hace un año, porque debía preparar un curso, y encontré en él una clausura evidentísima a la relación decimonónica con los libros.
_El único autor argentino tratado es José Mármol.
_Sí, pero sólo un fragmento de "Amalia". En general, en el caso de las lecturas de "Madame Bovary" y la novela de Charlotte Brontë, tomo fragmentos, no trabajo sobre novelas que por otra parte son canónicas y tienen una bibliografía enorme y unos campos enormemente trabajados. Solamente tomé este aspecto y prescindí del resto. El libro está armado en dos partes: una aborda el siglo XIX, a partir de Wordsworth y termina con el caso Dora. En la segunda, sobre el siglo XX tomo nada más que Conrad, Woolf y Benet.
La segunda parte es la más difícil porque es la más próxima y porque participamos de ella. Tiene que ver con una cosa evidente: digamos que los valores literarios se van desprendiendo progresivamente de todo lo que tiene que ver con la narrativa y quedan confinados, por un lado, en la poesía y, por otro lado, en cierta narrativa que, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, se separa del todo de corrientes de novela cada vez más masivas y que por tanto mantienen una relación con la experiencia literaria muy relativa. Y entonces, claro, es muy difícil pensar para el futuro si va a quedar algo de la experiencia intrínsecamente literaria que tenga que ver con la narrativa.
_¿Hacés algún tipo de pronóstico?
_No, en absoluto (risas). Además es imposible hacerlo porque uno siempre piensa e imagina, como crítico quiero decir, a partir del pasado. Si en los textos literarios encontrás una posibilidad a lo sumo podés describirla. Pero no hay ninguna posibilidad de intervención crítica que no tenga que ver con el pasado.



La autora del ensayo "Testimonios tangibles".
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