Año CXXXIV
 Nº 48.970
Rosario,
sábado  16 de
diciembre de 2000
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Exportaciones
La competencia artificial le saca mercados a la Argentina
Los gigantes asiáticos transformaron el mercado oleaginoso en la segunda mitad de los 90

El complejo oleaginoso argentino experimentó en los últimos cinco años una pérdida bruta de mercados equivalente a 4,5 millones de toneladas de soja (unos mil millones de pesos) como consecuencia de la proliferación de políticas proteccionistas en plazas tradicionales del sector, como China o Irán.
El 50% de esta caída en volumen se explica por la pérdida de mercados para la harina de soja, el 40% por los aceites de girasol y soja, y el resto por los aceites refinados, los productos de mayor valor agregado que la Argentina vende al exterior por 200 millones dólares.
En la década del 90, la emergencia de nuevos competidores recargó la oferta de aceites y harinas de origen oleaginoso en 8 millones de toneladas, lo que se traduce en una disminución de la demanda potencial anual para la industria aceitera argentina de 3 millones de toneladas (sobre exportaciones de 20 millones). A precios del 99, la pérdida de ese mercado potencial supera los 600 millones de pesos.
Si bien el problema se volvió emergencia con la crisis asiática de los años 97 y 98, la sobreoferta mundial comenzó a tomar forma a principios de los 90, cuando irrumpió en el mercado internacional una camada de países que los aceiteros argentinos califican como competidores artificiales.
A diferencia de los países naturalmente competitivos (por recursos naturales y geográficos, altos rendimientos por hectárea, bajos costos, tecnología de punta, etc.), entre los que ubican a Argentina, Estados Unidos y Brasil, los competidores artificiales incrementaron su participación en el comercio internacional en base a subsidios, protecciones y políticas comerciales y financieras que operan sobre el mercado.
En este rubro, el trabajo incluye a la Unión Europea, las economías de Europa del Este y gigantes asiáticos como India y China. Y además los divide en dos grupos: los de bajo dinamismo (el caso de Europa) y los de alto dinamismo, como los asiáticos, cuya producción llega a niveles del 200% en algunos rubros.
Subsidios directos o indirectos, cupos de importación y aranceles escalonados forman parte del menú por los cuales estos países tradicionalmente demandantes u orientados a su propio mercado interno se transformaron en protagonistas del mercado internacional. Su efecto en los principales rubros es el siguiente:
Aceite de soja: la oferta mundial creció 47% entre 1990 y 1999. En ese período, los competidores artificiales aumentaron su producción en un 52%. Los más dinámicos, con China e India como estandartes, pusieron en el mercado durante esa década 1,85 millón de toneladas más. La llave de este salto fue en gran medida la política de sustitución de importaciones de aceite por grano de soja para alimentar su propia industria. En 1999, mientras las importaciones mundiales de aceite de soja se estancaron, las de granos se incrementaron un 9%. Un caso: China, que aumentó 35% la compra de semillas y redujo 50% la compra de aceites. Argentina explica actualmente el 38,5% de las exportaciones mundiales de este rubro. Según el cálculo de Ciara, si los competidores artificiales hubieran crecido al ritmo de los de bajo dinamismo (4,5%), existiría actualmente una demanda potencial anual de 660 mil toneladas, aprovechable por la Argentina. A los bajos precios del 99, significan 274 millones de dólares que dejaron de ingresar.
Harina de soja: La producción mundial creció en la última década casi el 45% y la producción de los competidores artificiales creció el 93%. China e India agregaron 6 millones de toneladas al mercado. Argentina explica actualmente el 36% de la exportación mundial de harinas de soja. Si el crecimiento artificial se hubiera ajustado a la tasa menos dinámica (13%), la demanda potencial para el país sería de 2 millones de toneladas, o 298 millones de dólares a precios del 99.
Aceite de girasol: la competencia artificial tuvo su boom en los 80 y desaceleró entre 1990 y 1999. En veinte años, la producción mundial creció 46%, mientras países como Turquía experimentaron un aumento del 200%. Según el trabajo presentado por los aceiteros, los competidores artificiales (sobre todo países de Europa del este), participan con el 30% del mercado, frente a una participación de la Argentina (primer productor y exportador mundial) del 24%. El informe señala que nuevos competidores se agregan año a año y subraya que en el año 2000 las ventas a Africa del norte bajarán el 70%, producto de las importaciones de aceite de girasol de Ucrania. Ese país tiene la protección efectiva más elevada del mundo para el rubro. La pérdida de ingresos fue calculada por el informe de Melconian en 79 millones de dólares anuales.
Harina de girasol: La pérdida de ingresos potenciales fue calculada en 16 millones.
El nuevo escenario del comercio mundial resultó en la pérdida de mercados que tradicionalmente eran abastecidos por la industria argentina.
En el caso de las harinas proteicas, por ejemplo, China e Irán (por distintas razones) explican buena parte de la caída del último quinquenio, de 1,5 millones de toneladas. En el medio oriente, los productos argentinos fueron sustituidos por producción de India y Brasil, que junto a Estados Unidos también han copado el mercado de Japón.
Argentina ganó paralelamente otros mercados, como España, Portugal, Dinamarca, Tailandia, Malasia, Jordania, Egipto, Malasia, República Dominicana y Taiwán. Sin embargo, la crisis internacional provocó que en muchos casos los productores argentinos se vean obligados a vender a precios que incluyen descuentos respecto de los valores del mercado. Estas quitas llegan a 5 dólares por tonelada en el caso de las harinas y 10 dólares en los aceites.


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