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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
Vamos de paseo...

Luis Vila

Los soles de noviembre me recuerdan la proximidad de las vacaciones y la urgencia de resolver sobre esta importante cuestión. Para muchos Brasil, y en particular las playas de Florianópolis, es la representación más conveniente de nuestros deseos (desde luego “conveniente” en un sentido literal). Y si compartimos este poderoso sueño, imaginemos entonces la platina luminosidad de las crestas de las olas, el murmullo de la playa donde se confunde el voceo de los vendedores ambulantes con una conversación distendida sobre el estado del tiempo o la temperatura de la cerveza del bar, en cuyas cadeiras estamos reposando. Disfrutemos, por que no, del amor mezquinado durante once meses de locura cotidiana.

Podríamos seguir martirizando al lector con atardeceres y bellezas que conmueven, pero debemos volver al propósito de la nota y a un aspecto no poco importante para los que atizan esta opción: el viaje en automóvil.

Para los viajeros frecuentes estas palabras serán totalmente prescindibles. Quien ha hecho “el viaje” puede con cierto derecho, considerarse un experto, al menos un iniciado. Nos referimos al “el viaje” porque se trata de 1.550 a 1.700 kilómetros (según el camino empleado) que, desarrollado dentro de un pequeño cubículo automotor, nos promete un escenario que puede liberar las más escondidas pasiones.

No son tantas las variantes a elegir para hacer el viaje en automóvil y sugerir alguna de ellas es exponerse al reproche. El clima y otras contingencias pueden influir sobre nuestro recorrido y animo, pero de eso nada aconsejaremos.

Decidir viajar en automóvil a la costa del Estado de Santa Catarina (Camboriú, Bombinhas, Florianópolis, Garopaba, entre otros), es una compleja resolución que debe ser meditada y consultada (salvo que nuestro orgullo de piloto no nos lo permita).

Antes, durante y después del viaje en automóvil, las distancias, bondades del camino, belleza del paisaje y conveniencia de los paradores, será tema de prolongadas discusiones entre los viajeros. Necesariamente, quien hizo tal o cual camino o parada defiende hasta los límites de la confrontación su propio recorrido. Quizá nos mande al mismísimo infierno, pero no dudará en decirnos, con autoridad, lo que exactamente tenemos que hacer.



Un poco de consuelo

Como consuelo recordemos que Alvar Nuñez Cabeza de Vaca en 1540 cruzó desde la isla de Santa Catarina hasta Asunción, atravesando a pié y vestido con pesados ropajes montañas, ríos y la hostil selva tropical. Lo cierto es que, volviendo a nuestro viaje, es un emprendimiento de importancia hacer este periplo en auto. No sería conveniente minimizarlo como es nuestra tendencia, requiere un poco de planificación y desde luego preparación mental para pasarse no menos de 20 horas de conducción.

Desde luego la diferencia está en las personas y sus circunstancias, pero cualquiera que éstas sean, “el viaje” debe tomarse con responsabilidad. Antes de la partida, sugiero formularse estas preguntas: Ante la valija abierta: ¿En otros viajes he usado toda la ropa llevada? Si la perspectiva del tiempo es buena y en general un buen proyecto de vacaciones es quedarme haciendo casi nada (respirar lo indispensable).

¿Para qué llevar prendas que tengan lentejuelas y/o plumas? ¿Se usa el dorado? Convengamos lo siguiente: Florianópolis y sus playas no tienen nada que ver con aquellos lugares donde el aspecto y la apariencia juegan un papel importante. A nadie le va a importar demasiado nuestras pilchas. En relación a las personas y sus posesiones: ¿Entramos todos? En el caso de que así sea: ¿A los 50 kilómetros no nos estaremos matando por el escaso espacio y el creciente fastidio del viaje?

De inmediato podemos clasificar a nuestros viajeros en dos categorías: aquellos temerarios atletas que realizan el fenomenal recorrido en un solo día, y los que prefieren detenerse y darle mayores oportunidades al cuerpo castigado por el largo viaje. Los primeros, audaces y enérgicos, se convierten en verdaderos profesionales del volante y en sus puntos de detención, sólo queda el recuerdo de las huellas marcadas en el asfalto.

El otro grupo, más conservador, prefiere hacer del viaje un programa relajado y desde luego detenerse y pernoctar promediando el viaje. La cuestión no deja de ser objeto de polémicas entre viajeros que se dividen y muchas veces por lo bajo, se critican, ora la falta de valor, ora la temeridad. Más sutil es el debate, dentro del segundo grupo, sobre el dónde detenerse y las relaciones entre precio y calidad de los lugares de detención.

Lo que resulta sin dudas aconsejable es detenerse, aún en los casos donde son varios los conductores. La radio o música, bebidas y comidas, la conversación, el cambio de conductor periódicamente y todo artilugio para mantener la atención, cede ante el cansancio, y en esos momentos de sopor y fastidio el camino puede jugarnos una mala pasada. Otro dato, no menor por cierto, es que hacer el viaje de un tirón implica hacer algunos tramos de noche, y como sabemos la noche está más bien hecha para divertirse que para manejar con la acumulación de cansancio de centenas de kilómetros.

Más aún, la detención intermedia puede resultar un buen programa si lo planeamos apenas un poco, pero estos detalles lo dejamos para otra oportunidad. Tampoco le debe faltar al viajero en automóvil un temple de párroco para tolerar el fastidio de los pasajeros. Demás está decirles a los padres que la tendencia natural de los niños ante el encierro son las peleas y los berrinches compensados con largas horas de sueño.

No olvidar de acuerdo a la edad de los párvulos todo tipo de lecturas, juegos, entremeses y chistes para entretenerlos y evitar las tentaciones de abandonarlos a la vera del camino. Por qué entonces no hacer una reunión del contingente previo a la salida y acordar todos estos detalles. Así se evitarán después diferencias que sobre la marcha siempre parecen graves e inevitables.

Finalmente, y si no hay sorpresas mecánicas ni grandes tempestades (cualquiera sea la índole), descubriremos paisajes y ciudades, y sobre todo el reencuentro con el diálogo y los juegos que a veces el trajín del año nos hace olvidar. Por cierto, lo importante es la buena onda y el premio al esfuerzo es encontrarse con el mar y respirar la bruma salitre que avisan que las vacaciones han comenzado.


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