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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
[Nota de tapa] - manos mágicas
Un conjuro llamado Gambartes
El miércoles inaugura una muestra en el Museo Diario La Capital en homenaje al artista

Fernando Farina / La Capital

Nada más arcaico, nada más actual. La bruja trazó un panorama incierto para nuestro futuro, me pregunté entonces si debía aceptar lo inmodificable, ignorarla como suelo hacer para sentirme aliviado (aunque sea por poco tiempo) o hacerle trampa al inevitable futuro. Imaginé un conjuro. Otra vez la magia para escapar del encierro. Me pasó cuando estaba proyectando la muestra de Leónidas Gambartes y no creo en las casualidades.

Nada más arcaico, pensaba mientras la concebía: esas creencias que se mantienen soterradas; y nada más actual: cuando definiendo nuestro futuro, sentimos que algo más allá se nos revela como si todo estuviese escrito.

Cuáles son esos poderes tan esenciales, cuáles son las invocaciones que debemos hacer para direccionar las fuerzas en nuestro beneficio, para tener un mejor trabajo o para algo más importante aún: conquistar el amor.

Reviso las imágenes de Gambartes y no hago más que preguntarme cuándo representaba o cuándo construía el fetiche, cuánto creía, cuándo se burlaba o cuándo se rendía ante la evidencia de aquello indescifrable que anima todas las cosas. No me sorprende la actualidad de Gambartes porque se adentró tan consciente como profundamente en un mundo paralelo al que solemos considerar como el real. Por eso, si bien pensar desde América implica indudablemente un compromiso con las vivencias cotidianas de la gente, la que habita la región, también es permitirse poner en evidencia las creencias y los espíritus que conviven (misteriosamente) con nosotros.



Desde Rosario

Gambartes nació y vivió en Rosario y sólo ocasionalmente realizó viajes a lugares como La Rioja o Santiago del Estero para rescatar de la naturaleza y de las señales de la tierra los elementos que le permitirían descubrir y comprender lo que él definía como el espíritu que se encarnó en quienes habitan este suelo. “Hablo —decía— en el lenguaje de la pintura que es universal; pero como un hombre de América, como un argentino, de sus recuerdos y de sus mitos, del hombre y de su geografía, de su vegetal y mineral; con la responsabilidad que significan para mi espíritu los signos todavía indescifrables de las viejas culturas nativas y la presencia indudable de la sensibilidad contemporánea. Aspiro a ser yo y nuestro paisaje físico-cultural impregnado de vivencias populares”.

Esto explica la búsqueda y el compromiso de Gambartes, quien era consciente de lo innecesario de representar el mito y sí, en cambio, la trascendencia del significado de la acción mítica. Hablaba de la tierra y de las gentes que la habitan; es decir de quienes están impregnados de los espíritus y formas más incomprensibles, inexplicables y que aparecen toda vez que queremos comprender la realidad de ese otro con quien convivimos.

Esto es el resultado de un proceso complejo que inició en los 30 con la formación, a instancias de Antonio Berni, —de acuerdo a los ideales revolucionarios en el arte y lo social— de la Mutualidad de Estudiantes y Artistas Plásticos, junto a Juan Grela y Anselmo Piccoli, entre otros.

Disuelta la Mutualidad y clausurado por la policía durante largo tiempo el local donde funcionaba, Gambartes continuó trabajando con Grela con un objetivo: expresarse como americano. El camino sin embargo no fue lineal e incluyó en sus inicios producciones irónicas y satíricas.

El surrealismo marcó la etapa hasta que su amigo Roger Pla le propuso leer el libro “Universalismo constructivo” de Joaquín Torres García, para que saliera de lo que consideraba un encierro. El maestro uruguayo afirmaba la importancia de hacer un arte de América que no deseche el patrimonio de la cultura universal; sin embargo es incierta la influencia ejercida por este texto, e incluso Pla —uno sus interlocutores más lúcidos— reconoció posteriormente su interés “espontáneo”, casi obsesivo, por ciertos tipos, es decir, los lejanos descendientes de quién sabe qué remotos mestizajes que perduraban tenazmente con sus mitos deformados, en la superstición popular.

Tal vez —ha planteado Pla— sean la consecuencia de la circunstancia racial (una gota muy lejana de sangre india) o los cuentos que su padre le contara de chico los que explicarían su propósito artístico de dar presencia pictórica al mundo soterrado y misterioso.



La memoria de la tierra

Pero Gambartes, quien reconocía su sensibilidad, objetó parte de estas interpretaciones y aclaró que su obra no nacía de la “negrada de la barranca” sino que por alguna razón de comunicación poco discernible se sintió llevado a expresar esas figuras, esas formas, esa característica del paisaje de la llanura y de la gente nativa; no por la búsqueda de un indigenismo que casi no existe en el país sino empleando una realidad que no es indígena, o en todo caso es la de la gente más vieja de la tierra, cuya raíz puede ser aborigen y española pero que en sustancia, y de acuerdo a su real interés, es algo así como esa memoria oscura de la tierra que representan justamente esas figuras y que se simbolizan en el payé.

Fue este planteo el que desarrolló a partir de 1949 hasta su muerte, en tiempos en que desde la Nación se planteaba una intransigente política cultural. “Sin mecenas ?explicaba recordando aquellos tiempos- aprendimos a ser pintores durante la época de la masificación de los discursos para el pueblo, así constituimos el grupo Litoral”.

Este grupo —del que participaron Juan Grela, Carlos Uriarte y Oscar Herrero Miranda, entre otros— se conformó así en el otro polo decisivo de la vida del artista por la posibilidad de la manifestación de sus conocimientos del arte universal según una óptica regional.

A partir de aquí pueden señalarse dos series temáticas, las “escenas de la vida cotidiana” y las que operan en el nivel mágico-religioso que se inició con las brujas y los conjuros y adquirieron su forma más significativa en las series de los referidos payés y mitoformas.



El revelador

“Yo sólo trato de escuchar las voces circundantes —advertía—, algo me obliga a expresar todas esas voces anónimas, por eso he llegado a creer que un artista, antes que nada, es un revelador de verdades esenciales, solidarizado con las gentes a quienes de alguna manera representa”.

Desde ese momento su producción se intensificó a través de una técnica personal que le permitió crear minuciosamente, y con una riqueza expresiva por pequeños espacios ya que tenía fisuras en la retina y, entonces, debía pintar por segmentos, con los ojos a pocos centímetros del soporte, y sin tener una visión global de la obra. El cromo al yeso —la técnica que empleó— consistía en una base de yeso, cola y otros ingredientes con el que daba varias manos a los cartones, luego les pasaba una lija y texturaza para comenzar a pintar a la acuarela.

En octubre de 1962 le otorgaron una pensión por incapacidad, la obtuvo cuatro meses antes de jubilarse y poco antes de morir, después de casi 30 años en los que, pese a la afección de su vista, trabajó como cartógrafo. Recién a partir de ese momento —y por poco tiempo— pudo dedicarse íntegramente a la pintura. El 2 de marzo de 1963 murió en Rosario.


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La muestra de Leónidas Gambartes será inaugurada en el Museo del Diario La Capital el próximo miércoles.

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