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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
[primera persona]
Sergio Chejfec: “La literatura es un saber movedizo”
En su última novela, “Baroni: un viaje”, el escritor reelabora sus años en Venezuela a través de la recreación de un fascinante universo cultural

Jorge Carrión

Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) vivió quince años en Venezuela, desde 1990 hasta 2005. Ahora reside en Nueva York. En su última novela, “Baroni: un viaje” (Alfaguara), en torno a Rafaela Baroni, la artista popular más importante de Venezuela, se ha propuesto abordar un problema: cómo representarse a sí mismo en Venezuela y cómo representar, asimismo, el país, su contexto semiótico. En el tramo final del libro encara la cuestión mediante la lenta elaboración de una metáfora: el país (su orografía) es un papel a medio desarrugar, los restos de un envoltorio; en otro momento nos ha recordado que la literatura se manifiesta en la superficie de la página, de modo que ambas imágenes se complementan.

   —¿La inclusión de las peleas de gallos en tu novela se debe a su carácter de performance, como conjunción de arte popular y elaboración culta?

   —Bueno, yo no diría que incluí las peleas de gallos en una novela sobre Venezuela, sino que incluí referencias a estas peleas en una novela a secas. El mundo de los gallos es subterráneo y a la vez permanente; es una de esas cosas culturales perennes que recorren la historia, cambiando por añadidura muy poco. Y aparte es una cultura especial que atraviesa fronteras; algo así como un gremio secreto e internacionalizado, cuyos miembros están entre la devoción por estos animales y el coleccionismo. Sin duda es una devoción contradictoria; ¿pero cuál no lo es? Es una devoción sacrificial. Me interesa el mundo de los gallos porque no es correcto y es empecinado; es un mundo circunscripto con sus propias reglas invariables que muchas veces le ha dado la espalda a la historia y al llamado progreso. Ahora bien, mi admiración por ese mundo le debe mucho a (el poeta venezolano) Igor Barreto, porque tiene una capacidad especial para trasmitir una creencia poética en ese universo, aún más que en el de la poesía propiamente dicha. Como tantos otros, o casi todos, Barreto es un desengañado; pero el misterio, el “sentido estético de la vida” como decía Felisberto Hernández, lo sigue encontrando en los gallos. Ese es su reducto.

   —Tu proyecto remite a esa misma palabra: reducto, resistencia, literatura a contracorriente.

   —Es que en general la literatura es una labor privada y de circulación reducida. Si vemos los volúmenes de circulación de otras formas de lo escrito, deberíamos pensar la literatura como una labor que viene del pasado, de carácter residual y que mantiene su perfil cada vez más acotado por una suerte de fidelidad de pocos seguidores. Dentro de ello hay muchas formas de tomársela. La mía consiste en suponer que la literatura debe ir contra el sentido común en sus distintas manifestaciones; contra los saberes adecentados y contra las opiniones admitidas como naturales. Según mi punto de vista, la literatura tiene un compromiso moral difuso, que es poner en entredicho las nociones de verdad y de falsedad, sin tomar partido explícito por una manera unívoca de ver las cosas.

   —Toda tu novela explora la relación fascinante que se establece en Venezuela entre la supuesta alta y la supuesta baja cultura...

   —Yo no diría exploración. Más bien la novela alude a una serie de cuestiones difusas, las menciona. Venezuela es un país muy particular porque los saberes populares impregnan todos los niveles de la actividad cotidiana. Uno se la pasa encontrando rastros muy vivos de la cultura rural, en cualquier ocasión. Desde mi punto de vista esto es previo sin duda al actual gobierno, que por otra parte pretende hacer del telurismo una religión. Yo no trazaría la línea entre alta o baja cultura, sino entre esferas de la tradición y elementos modernizadores. El caso de Baroni es notorio, porque proviniendo de la profunda tradición andina, en su actividad plástica y en la religiosa, su práctica por momentos se relaciona con tendencias bien actuales; el ejemplo más visible es la misma inestabilidad de su obra: plástica, teatral, poética, etc. La modernización venezolana exhibe detalles increíbles y sumamente complejos. Siguiendo con Baroni, un ejemplo claro es su lectura de cédulas. Es una combinación genial, una hibridación muy feliz, porque combina una práctica atávica con el ícono por excelencia del proceso de incorporación civil del Estado venezolano.

   —¿Cómo resumirías los quince años que pasaste en ese país?

   —Es difícil resumirlos. Se me pasaron volando. Casi todo lo escrito lo escribí en Venezuela; pero por esas cosas de la fortuna, en este caso mala, me parece, nunca publiqué en el país. Los libros se publicaron en la Argentina o en otros lados. Y no es que no lo haya intentado. Por otra parte siempre me sentí un extranjero en la Argentina, mi propio país. Entonces, ¿cómo no sentirlo más aún en Venezuela? Pero ese sentimiento fue siempre muy paradójico, me sigue ocurriendo cuando vengo de visita, porque el país es sumamente abierto y hospitalario. Venezuela es un país poroso y compacto a la vez. Llegas y te sientes en tu elemento, que no te rechaza, incluso te acepta, pero donde te mantienes tal como fuiste desde un principio. Quizá no podría ser de otro modo, porque en Venezuela las empresas estéticas y culturales, y a veces hasta las políticas, son siempre individuales. Entonces el extranjero, el artista foráneo, sigue en su propia órbita aunque viva aquí durante décadas. Hay casos a montones.

   —¿Has tenido que irte para poder escribir este libro? La distancia, clave en tu obra, de doble extranjero, ha sido indispensable para el proceso de escritura?

   —Absolutamente, la distancia ha sido importante. Yo aprendí a escribir leyendo a autores que representan los recuerdos. La literatura para mí es indisociable del trabajo con la memoria y sentimientos laterales, como la nostalgia. La memoria construye escenarios desplazados, a veces desenfocados, o teñidos o desleídos; y creo que el producto es algo aproximado a lo que hoy es la experiencia literaria.

   —¿Cómo es tu relación con tus contemporáneos?

   —Bastante buena. Yo creo que cada uno debe escribir lo que se le ocurra, y no me siento agredido por la escritura de los pares que no me gustan o de los que me siento distante. Lo bueno de este momento es que casi hay tantas formas de escribir como autores, hay una gran diversidad estética y muy pocos se sienten obligados a pedir permiso para escribir. El resultado es heterogéneo, como siempre. A la vez, asistimos a una época de incertidumbre crítica, reflejo a su vez de las crisis de las ciencias sociales. Y en este sentido la literatura se percibe cada vez más como un saber movedizo y fluctuante.
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Principio de incertidumbre. La creación artística, dice Chejfec, debe ir “contra el sentido común”.

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