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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
Contaminados de insensatez

Mauricio Maronna / La Capital

Contaminados de estupidez. Así quedaron los gobiernos de Argentina y de Uruguay tras la saga de infortunio, amateurismo y ausencia de sentido común televisada en directo para toda Iberoamérica.

   Kirchner comprobó el jueves por la noche, a la hora de los postres en un recoleto salón chileno, que le habían dado de beber su propio ricino: el subestimado hombrecito de traje gris, que tuvo que cargar durante buena parte de su administración al frente del Estado uruguayo con los desplantes y dislates del promocionado estilo K, primero habló del río que une a los pueblos, después abrazó a Néstor Kirchner y, al final, comunicó que Botnia había empezado a funcionar.

   En efecto, mientras Tabaré miraba que el reloj marcaba las 23 (hora uruguaya) y los presidentes se aprestaban a saborear el delicioso postre de la cena de presidentes de la XVII Cumbre Iberoamericana, las calderas de Botnia empezaban a calentarse tanto como el ánimo de su par argentino al momento de enterarse.

   Siempre se dijo que el estilo de campaña permanente que utiliza Kirchner no se detiene ante las más altas personalidades del mundo ni, mucho menos, frente a las formalidades de esos encuentros multilaterales dominados por el letargo y el hastío de saber que nunca pasa nada. Pero esta vez pasó. Y mucho.

   Cercado por la oposición uruguaya, que empezó a tirar paralelas entre Tabaré y el ex presidente argentino Fernando de la Rúa; estragado por la estentórea liviandad de su política de Relaciones Exteriores y contemplando que se trataba de la despedida del santacruceño de la liga de presidentes de la región, el mandatario oriental se dijo para sí: “Yo también puedo ser Kirchner”. Y dejó boquiabiertos a todos los colegas de la región.

   A diferencia de lo que sucede en la Argentina, la cuestión de las pasteras es una razón de Estado al otro lado del río. Uruguay siente que por primera vez está dando una tunda jurídica, tiene en la empresa finlandesa a la inversión privada más importante de toda su historia y sus autoridades quedaron contaminadas por el estilo K.

   El nuevo capítulo de esta mala historia de compadritos comenzó a desencadenarse con declaraciones contradictorias, altisonantes e hipócritas de dirigentes de los dos países. Aníbal Fernández llamó la atención a los manifestantes, la semana pasada, sobre los riesgos de seguir movilizándose en cercanías de Fray Bentos; el 1º de noviembre, el ministro de Medio Ambiente uruguayo, Mariano Arana, llamó a una conferencia informativa para dar el anuncio de que se había firmado la autorización para el funcionamiento de la planta pero, con los periodistas en sus lugares, comunicó que, a pedido del gobierno español, había postergado la decisión.

   Al mismo tiempo la presidenta electa, Cristina Fernández de Kirchner, consideró irremediable la puesta en marcha y convocó a pensar en el futuro de la relación bilateral. Parecía quedar en claro que ninguno de los dos gobiernos quería ofrecer un sainete ante la mirada de sus pares latinoamericanos, del jefe de Estado español, José Luis Zapatero, y de los más altos dignatarios de la Corona. Un baño de sentido común los había salpicado, decían los analistas.

   Sin embargo, desde Montevideo se leyeron atentamente las bravuconadas del jefe de Gabinete argentino, Alberto Fernández, quien ahora decía que lo importante no era terminar con los cortes de ruta, sino que la empresa no contamine. Kirchner siempre tuvo una mirada crítica hacia los asambleístas entrerrianos (calificados como “piqueteros” por la prensa uruguaya), a los que no pudo aplicar el eficaz método con el que sí doblegó a los activistas locales, encabezados por el impresentable Luis D'Elía, domado a base de subsidios y prebendas.

   Pues bien, el jueves Kirchner se abrazó con los vecinalistas de Gualeguaychú, les dijo que la causa que los movilizaba era su causa y desarmó todo el protocolo que venían tejiendo con más ineficacia que prontitud los representantes de las Cancillerías. Kirchner se despedía internacionalmente del poder del modo que más le gusta y mejor le sale: haciendo política interna aun tratándose de un tema tan espinoso, y con la dermis de ambas sociedades demasiado sensible.

   Al tanto de las críticas que llegaban desde la politizada Montevideo (una especie de Buenos Aires unplugged, como definió alguna vez el escritor Rodrigo Fresán a la capital uruguaya), Tabaré preparó su noche de gala y dio por tierra con la estima siempre altamente energizada de Kirchner.

   Por primera vez desde el 25 de mayo de 2003, día en que asumió la Presidencia, el santacruceño debió tragar saliva, aunque después el coro mediático enviado a Santiago de Chile se dejó nuevamente operar por la comitiva argentina y construyó una telenovela de pésimo guión sobre un encuentro a la salida de un baño, en el que Kirchner hablaba de traiciones y puñales por la espalda.

   De pronto, al otro día, el bravío fighter argentino aparecía aplacado, con la voz pastosa, pidiéndoles perdón a los reyes y agradeciéndole los esfuerzos al jefe de Estado español. Había que observar cómo disfrutaba el iracundo Hugo Chávez de la situación cuando las cámaras lo subían al primer plano. Después hizo de las suyas con la delegación ibérica.

   En síntesis, Tabaré y el mandatario pronto a dar las hurras protagonizaron un episodio lamentable, infantil, pendenciero y frívolo ante las narices y los ojos del mundo, que cada vez mira con mayor sorpresa la ausencia de profesionalismo, rigor y mérito de muchos de los gobernantes latinoamericanos.

   Lula entendió el panorama y se desentendió del culebrón. Sabe el brasileño que lo importante de la vida de un presidente es lo que pasa mientras los otros están ocupados haciendo trivialidades. El líder del PT está en la etapa de consolidar su gestión con más y mejores inversiones, y su país recibe como efecto colateral los beneficios de los piquetes y contrapiquetes que se levantan en las orillas del río Uruguay.

   Kirchner, Tabaré, sus delegaciones y los funcionarios de cada gobierno involucrado han contribuido demasiado a la confusión general. Queda en manos de Cristina una brasa encendida que no debería ser demasiado fácil de aplacar. Basta con aplicar eso que faltó a la cita: sentido común.

   Si los ejemplos (y los desmadres) derraman desde arriba hacia abajo, la posición pueril y altanera que involucró a Kirchner y Tabaré hará base en los indómitos activistas de Gualeguaychú, quienes preparan un arsenal de movilizaciones que llevó al cierre de la frontera.

   ¿Pero qué margen de “normalidad” se les puede demandar a los habitantes del enclave entrerriano cuando Tabaré y Kirchner han sido tan patéticos pese a los oropeles de la Cumbre y al lenguaje habitualmente sedado de la diplomacia? La prensa uruguaya, por medio de sus diarios más prestigiosos, criticó con dureza a los dos mandatarios. Hablan de la “obstinada prepotencia argentina de salirse con la suya a cualquier costo” y castigan la “torpeza certificada” del gobierno oriental. Para el matutino "El País", Kirchner es un “altanero con doblez de rostro”. Un menú con sabor pésimo que dejará secuelas en dos pueblos que contemplan el escenario como si estuvieran en presencia de una comedia de enredos.

   Tiene la futura presidenta una excelente oportunidad de demostrar que las diferencias con su marido (que flaco favor le ha hecho) van más allá de matices y formas. La racionalidad no puede seguir dependiendo de los brotes estelares que les aparecen de vez en vez a estos extraños presidentes que a argentinos y uruguayos nos ha tocado muchas veces padecer. El estilo y la ausencia de vulgaridad deberían ser la constante, y no a la inversa, como viene sucediendo desde hace años a esta parte.

   Por ahora, quedó ratificado que todo lo que termina, termina mal; y si no termina, se contamina más. Y eso se cubre de polvo. Y así están ambos gobiernos: contaminados de insensatez.

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