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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
Escenarios

Jorge Besso

El vocabulario contemporáneo recurre con frecuencia al término escenario para analizar ciertos sucesos y muy especialmente para explicar elementos no muy visibles de la realidad. Ciertos políticos son bastantes proclives a la moda de intercalar el término escenario para darle un toque de elegancia y de profundidad a sus discursos habitualmente vacíos. Sin embargo, los que más usan y abusan de insertar escenarios en sus análisis son los llamados politólogos que, hay que decirlo, a menudo logran plasmar un discurso más insípido que aquellos políticos contemporáneos con los que compiten por quién se queda con el trono del aburrimiento.

   Desde hace tiempo el mundo evoluciona o involuciona, según los casos, en la producción y reproducción de especialistas y especialidades que resultan más o menos imprescindibles. El politólogo es uno de los tantos espécimenes que prueban fehacientemente la complejidad de cualquier idea simple. Como su nombre lo indica es un estudioso de la política, por lo tanto un interpretador de lo visible y sobre todo de lo invisible, en los distintos escenarios en los que se desenvuelven la política y la economía. Esto viene a evidenciar que la política no es para todos, y los mismos políticos devienen especialistas de la cuestión haciendo de la política una profesión y una carrera.

   Hasta hace algunos años uno de los mayores elogios para un político era calificarlo como un político de raza. Una metáfora poco feliz para los tiempos en que el concepto de raza se alineaba exclusivamente con lo biológico ocultando la determinante dimensión social de las razas. Una trama de las sociedades que pareciera diseñada por Platón, ya que el filósofo griego hace aproximadamente 2.500 años sentenciaba que o bien los reyes deberían ser filósofos, o los filósofos reyes. Los demás son gobernados. Muy especialmente el pueblo que en su presente y en su destino de ignorancia no está para pensar, sino para ser pensado. Lo contrario de la democracia inventada por los griegos algunos años antes en Atenas. La misma ciudad que en la segunda mitad del siglo XX asistía a la llamada revolución de los coroneles con forma de golpe de estado, un formato pseudo político que conocemos y padecimos los argentinos y tantos otros pueblos pues constituyó un escenario muy habitual en el mundo contemporáneo.

   Lo cierto es que el mundo constituye una suerte de escenario de escenarios ahora con el nombre de global pues el impresionante progreso de las comunicaciones y la persistencia de la injusticia van redondeando un mundo que progresa pero que está muy lejos de evolucionar. ¿Cuál es la función y el sentido de los escenarios? En principio que circulen las múltiples representaciones y que estas hagan su trabajo diario y nocturno. El teatro, el cine, la TV y los medios en general nos acostumbraron demasiado a que una representación es lo opuesto a lo real. Como en el caso del fútbol donde los jugadores caen al piso en forma espectacular envueltos en gestos de dolor para luego levantarse lo más campante. A esto se lo llama “hacer teatro”.

   En tal caso hacer teatro quiere decir fingir con lo que la pequeña obra representada para la ocasión ocupa el lugar de la mentira y en este sentido es lo opuesto a lo real. Sin embargo, no deja de ser muy importante que para aproximarse a la verdad sea necesario asomarse al escenario teatral para encontrar plasmadas representaciones que apuntan de un modo muy directo a la condición humana en tanto condición social. En algunas ocasiones ciertas representaciones teatrales tienen hasta la capacidad de anticipar lo que luego se generaliza como una terrible realidad extendida. Es el caso (entre muchos) de “La muerte de un viajante”, la dura y notable obra de Arthur Miller que actualmente interpreta Alfredo Alcón en Buenos Aires y que tiene también una versión cinematográfica con una gran actuación de Dustin Hoffman.

   A lo largo de la obra estrenada en 1949 en Broadway, Hoffman encarna notablemente el desmoronamiento de un padre de familia que queda desempleado lo que al mismo tiempo representa la caída de la ilusión del llamado “sueño americano”, es decir el de un progreso sin límites. A casi 60 años de la obra la realidad actual muestra nítidamente que el capitalismo y el humanismo son incompatibles. Fundamentalmente porque las políticas se piensan en y para distintos escenarios, pero no para todos, al punto que millones de personas en el mundo quedan excluidos de los escenarios mínimos y por lo tanto sin la posibilidad de representar ningún papel en la sociedad, salvo el de desechos humanos.

   En lo posible hay que hacer lo imposible por representarse escenarios distintos, más abiertos, más diversos, más ricos y con menos ricos, tal vez sin politólogos, y con una economía supongamos que global pero que no sea una ideología disfrazada de ciencia. Pero esencialmente con una sociedad que saliendo de su pasividad egoísta no deje el escenario de la política para especialistas haciendo posible la corrupción generalizada, y sobre todo para ser un poco más gobernantes y un poco menos gobernados.
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