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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
La impuntualidad

Ser citado a una determinada hora en oficinas públicas, consultorio o estudio profesional, asistir a una charla o espectáculo, o participar de reuniones institucionales y hasta familiares implica someterse a la impuntualidad de los convocantes. Mi viejo, del que heredé el vicio de ser puntual, sostenía que la impuntualidad era una falta de respeto al tiempo del o de los otros, que constituye un vicio argentino y del que no escapan funcionarios, dirigentes políticos y hasta presidentes, teniendo de los últimos claros ejemplos que llegan al actual. Recordaba mi padre una anécdota de un filósofo español al que la Liga de Empleados Públicos había invitado a dar una conferencia referida a la Segunda Guerra y el papel de los intelectuales en la contienda. Al ver que a la hora citada ni siquiera estaban los organizadores, decidió cambiar el eje de su disertación y la dedicó en su mayor parte a la impuntualidad, anticipándoles la razón y sin ocultar su molestia hizo que los organizadores se fueran enterrando en sus butacas llenos de vergüenza. En una feria empresarial realizada en Alemania una delegación de empresarios rosarinos, hace no muchos años, pretendió entrar en el pabellón en el que se realizaba una ronda de negocios media hora tarde y al negársele la entrada por el personal de la muestra se vieron privados de participar. Podría citar un sinnúmero de casos que aceptamos con resignación en nuestras relaciones comerciales, laborales o afectivas y que nos predisponen al mal humor innecesariamente. "Te paso a buscar a las...", es una promesa que raramente se cumple y en conocidos casos del que fui protagonista he tenido que soportar acelerados viajes en automóvil para compensar atrasos de la hora de salida en viajes a Capital Federal por no cumplir con la previsión del horario acordado. Omnibus que salen diez, veinte y hasta treinta minutos después del horario y que les imprimen a la unidad velocidad de compensación que pone en riesgo la seguridad de los pasajeros son registrados en decenas de casos cotidianos sin que les pongamos coto y en actitud de resignación dejemos pasar. ¿Qué es la impuntualidad? Un vicio, una mala costumbre, una falta total de respeto a los demás o simplemente una consecuencia de la falta de ejemplos educadores. Y mientras escribo esto estoy escuchando en la radio la situación de nuestros aeropuertos, en los que precisamente la puntualidad es un milagro y afectando a pasajeros que deben hacer combinaciones con otros medios similares o alternativos.


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