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 domingo, 09 de septiembre de 2007  
[primera persona]
Jorge Taverna Irigoyen: "Estoy donde soy útil"

Osvaldo Aguirre / La Capital

“Estoy en Buenos Aires y estoy en Santa Fe. Mi pied-à-terre es Santa Fe, pero trabajo y estoy donde soy útil o por lo menos puedo hacer algo de servicio cultural. Más que de apoyo es un trabajo de difusión y de estímulo”, dice el santafesino Jorge Taverna Irigoyen, presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes. Precisamente por esa razón pasó esta semana por Rosario, para disertar en la inauguración de una muestra de dibujos de Nanzi Vallejo que se expone en la Alianza Francesa.

Taverna Irigoyen tiene una larga trayectoria en el periodismo cultural. Entre 1954 y 1990 hizo crítica de arte en el diario El Litoral, de Santa Fe, y además colaboró en diversos medios, entre ellos La Capital, donde publicó su primer artículo cuando tenía 18 años. Profesor de Introducción a la Crítica y de Historia de la Crítica de Arte, autor de más de veinte libros de estética y crítica de arte, ingresó a la Academia Nacional de Bellas Artes en 1974 como delegado por la provincia de Santa Fe. “Todavía no tenía 40 años, y me sentí sumamente honrado. Mi trabajo siempre fue muy placentero”, dice. En 1994, al modificarse los reglamentos, fue nombrado académico de número. Acompañó la gestión de Rosa María Ravera en la presidencia, “en uno de los cargos más feos, que es el de tesorero, pero fue una labor que me gustó hacer”.

—Como presidente, ¿qué proyectos tiene para la Academia?

—Hemos planificado y reafirmado objetivos académicos y de investigación. Hay muchos proyectos en marcha. El que más privilegio es el de continuar con la investigación sobre los patrimonios artísticos nacionales. Después de más de cuarenta años de estar en ese camino, se está terminando con la provincia de Buenos Aires y Capital Federal. Hemos hecho la provincia de Corrientes, Córdoba, Salta, Jujuy, y algunas otras han quedado incompletas, por problemas diversos. El año pasado y este año hemos tenido subsidios muy importantes de la Fundación Getty de Nueva York, que nos permiten editar libros que son sumamente costosos. Por iniciativa de la mesa directiva estamos estudiando y revalorizando nuestros archivos, al frente de lo cual está el profesor Héctor Schenone. Por ejemplo tenemos el archivo completo de uno de los pioneros de la fotografía, Francisco Ayerza. Se exhibió hace más de veinte años en Washington, y una sola vez en la Argentina. Tenemos próxima a ser recepcionada la donación del archivo de paisajismo de Carlos Tais, que hizo el Jardín Botánico y grandes parques en todo el país. La parte de recortes con que contamos es única en el país; ahí hay un inventario del arte argentino desde sus orígenes.

—Usted además trabajó en las fundaciones que maneja la Academia.

—Sí, integré el consejo de administración de la Fundación Klemm hasta hace unos días, y estuve durante cinco períodos en la Fundación Trabucco, organizando los premios y las becas Trabucco. Es una labor diversa, en la cual participan los académicos de número, cada uno en su disciplina y a veces colaborando en otras áreas.

—¿Cómo observa el estado actual de la crítica de arte?

—Para los órganos de prensa no merece espacio. Así como hay muy poca o deficiente crítica bibliográfica, y salvo uno que otro diario todavía tiene crítica musical, la crítica de arte prácticamente es inexistente.

—¿A qué lo atribuye?

—Pienso que es porque no reditúa comercialmente. Si hubiera galerías de arte o lo que fuere que pusiera avisos habría más espacios. Cuando yo hacía crítica de arte tenía espacio sin medida y sin día.

—¿La crítica circula por otro lado?

—Las revistas especializadas son muy pocas, y no suplen lo que es el diario. Incluso, a veces, conversando con amigos, llama la atención que en Rosario no haya gente que ejerza la crítica. Cuando me dicen “no tengo dónde escribir”, yo contesto que el espacio se hace. Yo me recibí de médico en Rosario y al mes tenía un espacio en LT10, que seguí durante cuatro años, hasta que me llamaron del diario El Litoral. Depende de las ganas y del amor que tengas.

—¿Cómo se plantea sus trabajos de curaduría?

—Este año hice varios, entre ellos de María Suardi. Hicimos una muestra muy buena en el Centro Cultural Recoleta, de Buenos Aires. En vez de una retrospectiva presentamos una antológica, con obras de pintura y de grabado juntas, más o menos por períodos. Como curador, doy fe de que le hice la selección, el prólogo, el montaje, la difusión. Eso tiene que hacer el curador: todo. Si es curador de verdad tiene que hacer el montaje también, no sólo la selección de las obras. En discreto consenso con el artista. El curador es el que aconseja y da un orden.

—¿Por qué un curador debería hacer “todo”?

—El curador es el que trata de sacar el mayor rédito de esa obra que se va a exhibir. El artista está muy cerca emotivamente, y ahí se puede caer no un error pero sí en un debilitamiento de la obra. Si está bien elegido, el curador ve de otra manera la obra, con otra proyección, descubre qué puede interesar más, qué hay que valorizar.


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Por todos los medios. Taverna Irigoyen tiene una larga trayectoria como historiador, crítico de arte, investigador y periodista cultural.

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