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 miércoles, 05 de septiembre de 2007  
Reflexiones
El deterioro de la Facultad de Medicina

Por Hugo Tanno (*)

Días atrás el Consejo de la Facultad de Medicina derogó el ICV (Instancia de Confrontación Vocacional). Este curso previo significaba en la práctica una reducción en el número de ingresantes. En consecuencia, el ingreso ha pasado a ser ilimitado.

En la Universidad de Rosario existe un ingreso irrestricto a sus carreras de grado.

¿Podía entonces ser Medicina una excepción? Medicina es considerada una carrera de riesgo profesional ya que la formación del graduado repercute directamente en la salud de la población. Es responsabilidad de cada facultad el asegurar una adecuada relación docente/alumno para poder brindar una enseñanza responsable a las exigencias de la carrera.

Quien en el siglo XXI avale el ingreso irrestricto, debe tener ante la ausencia de un modelo similar muy fuertes convicciones. En cualquier lugar del mundo, incluyendo la Cuba de Fidel, existe un ingreso regulado en las facultades de medicina. Los argumentos más lógicos que lo avalan son:

a) Es necesario conocer cuál es el número de médicos que requiere cada sistema de salud. Es evidente que esa necesidad surge de un programa de formación de recursos humanos que tienen los países que realmente priorizan la atención de sus habitantes. La responsabilidad de implementarla es una política de Estado que asumen los gobiernos cuando su interés por la salud se ejerce y no se declama.

En la Argentina no hay política de salud seria y por ende no hay programación de recursos humanos. Los médicos que se forman en universidades estatales o privadas son volcados a la práctica sin control de calidad que juzgue la validez del título otorgado. Al creciente aumento de la oferta educativa de las universidades privadas se suma el ingreso masivo en las universidades estatales. La resultante es un desproporcionado número de médicos para la población del país. Esta relación alterada influye negativa-mente en la eficacia del sistema de salud y atenta contra la calidad de la prestación médica. A esta inobjetable realidad se suma la sobresaturación de profesionales en los grandes centros urbanos y su escasez en las zonas rurales.

b) La posibilidad de brindar una adecuada enseñanza está condicionada a una proporcionada relación entre la demanda estudiantil y la oferta docente. Es precisamente la masificación en el ingreso una de las causas que hace escasa la capacidad docente. Lo inadecuado de esta ecuación hace inviable cualquier plan de estudio.

Resulta curioso que se haya aprobado el ingreso irrestricto en Medicina cuando se encuentran en pleno debate las debilidades y fortalezas del nuevo plan de estudios recientemente implementado. Más llamativo resulta todavía que sean precisamente las actuales autoridades las que más lo critican, sembrando dudas sobre la continuidad del mismo. El sentido común indica que debiera haberse definido previamente cómo se resuelve este debate, corrigiendo sus defectos y recién entonces acordar el ingreso. Parece poco oportuno favorecer la admisión masiva de alumnos para un plan de futuro incierto.

La promesa de buscar más fondos para recursos docentes es prácticamente una utopía. Crear más cargos cuando los actuales son cuestionados por su paupérrima retribución parece además un contrasentido. El actual plan de lucha de docentes universitarios de la UNR con días programados de huelga, es la más evidente prueba de esta realidad.

Debe saber el ciudadano común que Medicina gasta en sueldos el noventa por ciento de su presupuesto. Destinando el magro resto en equipamiento e investigación, realidad tristemente compartida con otras facultades.

Sintetizando, si hoy se duda de la calidad del egresado, cuya currícula es seriamente cuestionada por el caudal de contenidos y por la escasa práctica con pacientes, alentar el mayor ingreso pareciera poco responsable.

La emisión de moneda falsa es un dolo que recibe castigo penal. La emisión del título de médico en graduados con mala formación, debiera tener similar condena, ya que es el pueblo el que padece sus consecuencias.

La excelencia que tuvo esta Facultad ha sido un sello de la calidad institucional que por décadas ha prestigiado a la medicina argentina. En los últimos años el deterioro de las instituciones llegó a la Universidad de la mano de los partidos políticos que hicieron de la misma un coto de caza de la juventud ilustrada. Con el argumento de democratizar la Universidad se tergiversaron los verdaderos objetivos de la formación académica.

Primero se perdió la excelencia, luego se cuestionó la exigencia alentando el facilismo y finalmente se impuso el populismo.

Si el prestigio de la Facultad de Medicina se ha ido deteriorando en los últimos años, creo que ahora peligra su credibilidad como institución. Como consecuencia, la calidad académica que enorgulleció por décadas a Rosario, va en camino de extinción en un futuro mediato. Los dirigentes de turno, docentes y estudiantes, tienen el mayor peso de la responsabilidad actual. La declamación de discursos en defensa de la Universidad estatal es poco menos que irritante, cuando en la práctica se deteriora el nivel académico y la esencia misma de la institución: su excelencia.

Los directos beneficiarios de este deterioro en el terreno educativo, son los intereses corporativos de las universidades privadas, y en la medicina asistencial los gerenciadores de la salud.

Finalmente, el argumentar que la ausencia de límites en el ingreso favorece el acceso de los alumnos carenciados es una demagógica burla a la triste realidad de los mismos.

La falta de becas para los estudiantes con escasos recursos que tienen vocación por medicina es en la práctica una injusta y verdadera exclusión, ya que sin ellas el concretarlo es solo una ilusión.

La auténtica sensibilidad social en el gobierno de una Facultad de Medicina la ejercen quienes no confunden igualdad con equidad y que además se preocupan no por el número sino por la calidad de los médicos que forman. La primera beneficia a los estudiantes, la segunda a la totalidad de la población.

Espero y confío en la sensatez del actual decano, de impecable trayectoria médica y académica, y en aquellos que lo acompañan en su actual gestión. En la reflexión que exige la presente realidad, en la crítica a la actitud tomada y en el compromiso con la institución que gobiernan, están puestas las expectativas de todos los que queremos a la Facultad de Medicina de Rosario. Mi vocación por la docencia en medicina y su ejercicio durante cuarenta años en la Universidad pública me obligan con profunda preocupación a dar a conocer estas reflexiones.

(*) Profesor titular de gastroenterología y director de la carrera de post grado en gastroenterología de la Facultad de Medicina de la UNR


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