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 sábado, 31 de marzo de 2007  
La escuela: entre el temporal y la educación para todos
La lluvia deja al desnudo las falencias y desafíos en que se sostiene la enseñanza

Marcela Isaías / La Capital

Apenas se ingresa a la escuela llama la atención el patio espacioso y la disposición de los salones mirando hacia él. Aulas en las plantas baja y alta dan la sensación de un lugar acorde para dictar clase cómodamente. Cuando esta observación se extiende a las maestras de esta escuela, primero se miran entre sí y luego, con una sonrisa entre triste e irónica, dicen: “Es una escuela nueva, cumplió los 10 años, peleamos mucho por este nuevo edificio, pero lamentablemente los caños se tapan, y cuando llueve los salones de la planta alta no se pueden utilizar porque se inundan, y apenas llega el calor la chapa te mata!”.

Esto es lo más leve que se escucha como respuesta al comentario expresado en voz alta. Nada de eso estaba a la vista, sólo había que estar un rato allí, conversar con quienes a diario enseñan y aprenden en esa escuela para entender que no todo lo que reluce (o parece relucir) es oro.

La escuela fue edificada en plena aplicación de la ley federal de educación en la provincia de Santa Fe. Es sencillo advertir con qué criterios se pretendía sostener una norma anunciada como la panacea y el remedio para todos los males educativos: en edificios donde la meta fuera contener a los chicos y los problemas sociales que con ellos llegaban a las aulas, producto de la política neoliberal de esos años.

Algo muy distinto a los edificios escolares centenarios, construidos en tiempos en que la educación era valorada como un bien social y había un proyecto de Nación que la sostenía.

Pero la fachada educativa con que se sostuvo la implementación de esta reforma justificó, por ejemplo, que a la millonaria inversión de los primeros años le siguiera la instalación de contenedores que con elegancia se los prefirió llamar “aulas móviles”; la creación de nuevos “espacios de aprendizaje”, para tapar el vaciamiento de los planes de estudio y la falta de cargos docentes con que se pretendía sostener la reforma educativa. Un ejemplo fue el de la educación artística: con esa denominación algunas escuelas sostuvieron cargos de música y dibujo que tenían, otras uno de los dos, y están las que siguen aún esperando al menos uno.

En ese tiempo los salarios y condiciones de trabajo docentes nunca pasaron de anuncios que prometían lo mejor para el sector. Los maestros nunca dejaron de denunciar esta situación que habla de condiciones de trabajo paupérrimas, de ausencia de capacitación, a pesar de los centenares de cursos que proliferaron por esa época y de una consecuente caída del nivel educativo, más allá de los índices que auguran más alumnos en las aulas.

La entrega de miles y miles de subsidios que llegaron después a las escuelas provinciales como “aportes a la mejora de la educación”; no son otra cosa que una pequeña dosis de remedio para tapar todo lo que se hizo mal, planificadamente mal y durante muchos años.



Eternas falencias

Entre esas metas fijadas en Dakar en el 2000, para alcanzar una Educación para Todos, y analizadas en sus avances y desafíos esta semana en la reunión de ministros de Educación de Latinoamérica y el Caribe, en Buenos Aires, figuran las de extender y mejorar la protección y educación integrales de la primera infancia, especialmente para los niños más vulnerables y desfavorecidos; además de velar para que de aquí a 2015, todos los niños, y sobre todo las niñas, que se encuentran en situaciones difíciles, y los que pertenecen a minorías étnicas, tengan acceso a una enseñanza primaria gratuita y obligatoria de buena calidad y la terminen.

Mientras estos debates estaban por darse y comenzaban, los días de lluvia, aunque inusuales en su magnitud, dejaron al desnudo las falencias de infraestructura en que se sostiene la educación, en especial la pública en Rosario y en la región. Cuando pase el temporal, la situación no será mejor: las aulas deberán recibir a los chicos que fueron evacuados, los educadores tendrán que ponerse a trabajar para vestirlos y calzarlos, recuperar sus pocos útiles escolares y por si fuera poco, calmar angustias propias y ajenas.

Y una vez más la escuela y sus maestros volverán a convertirse en el amparo visible para muchas familias, en especial las más desfavorecidas.
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Aulas vacías. Las escuelas fueron una de las instituciones duramente afectadas por el temporal.

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